Que Ricardo Darín vuelva a comerse la pantalla no me llamó excesivamente la atención. Es, en este momento, uno de los mejores actores en activo; capaz de investirse cualquier piel, dándole una naturalidad y una elegancia sobresalientes.
Por si esto fuera poco, parece como si colaborara en el guión y construye tanto el personaje que, en realidad, los que ahora vienen a mi mente son muy diferentes y a la vez, como si quisiera enviar un mensaje al mundo, gritan en silencio un canto de otras épocas. A saber, el amor, la amistad, la patria, el pasado, el recuerdo.
Siempre magistral en el dibujo de hombres como nosotros, esencialmente buenos que, en tiempos de crisis como los que describe Carancho, cruzan el puente de la mano del diablo. Galanes de gasolinera y de café mugriento, la elegancia de barrio, la distinción de la pobreza, la dignidad del perdedor, valiente porque siente miedo, que llora y que golpea. Transmite todo eso en cada secuencia, amasando paso a paso una química con el espectador que le quiere haga lo que haga.
Claustrofóbico el Buenos Aires de Trapero, en mitad de cualquier parte de ese Gran Buenos Aires donde se escriben las historias a pie de calle, que luego en los salones cantan los boleros, o en la cancha sueñan los niños. Gris, metálica, estresada, sucia.
Camina por ese escenario, que recuerda a la España de los Setenta, un hombre que ya desde el principio se está preguntando dónde perdió la cabeza, dónde le puso precio a su persona; dónde la perdió Argentina, quién a costa de quién le puso precio.
Camina con esa, ya digo, derrota elegante, hasta que en uno de los accidentes de tráfico prefabricados la encuentra a ella. Convence Martina Gusman, de una belleza cotidiana, anémica durante toda la película, aun así dulce, fuerte y tímida. Preciosa la escena en la que Darín le apuesta que un número de coches cruzará en rojo a cambio de un beso.
La ternura, sincera, de un hombre herido, arrancando la ternura, casi sepultada, de una mujer triste.
Violenta, cruel, hiperrealista, Carancho no cuenta la enésima mentira en el séptimo arte. Es una clara y oscura descripción de cómo el individuo trata de sobrevivir en mitad del hastío. De cómo el amor nos salva y nos alimenta. De cómo la maldad de algunos hombres han manchado la historia, y la manchan. De cómo un país enorme y rico tiene el culo al aire. De cómo se vende el mundo al mejor postor, sin contar con la gente, que trabaja a destajo. De cómo hay personas que creen en los demás, que les ayudan. De cómo hay historias que no son alegres.
No se puede mentir al personal con ligereza. El cine tiene el poder inmenso de llegar tanto y a tantos que, en la pluma y la cámara de Pablo Trapero, responsable, activa, activista, nos golpea brutalmente y nos estrella de bruces contra el suelo.