La nueva película de Peter Strickland se proyectó a fines de la semana pasada en Buenos Aires, en el marco del festival Asterico.
El Duque de Burgundy podrá gustar (un poco) menos que Berberian Sound Studio, pero satisface las expectativas de quienes creímos encontrar en Peter Strickland un cineasta osado, inteligente, impredecible. La reivindicación del sonido como recurso narrativo, la ambientación extemporánea -acaso onírica- del relato, la confianza depositada en la imaginación del espectador son algunas de las marcas de autor que aseguran un reencuentro feliz con este realizador británico premiado por el jurado del 15° BAFICI.
Si bien es digno de un festival de cine sobre diversidad sexual (por las dudas cabe recordar la reciente proyección porteña en Asterisco), el film desborda las categorías etiquetadas con las siglas LGTB y BDSM. De hecho, Strickland se concentra en un problema común a la mayoría de las parejas estables: la rutina.
La rutina -parece afirmar el realizador- es un flagelo inevitable, tanto que corroe incluso a las parejas consideradas no convencionales. En este sentido, las protagonistas Evelyn y Cynthia constituyen un caso de estudio por demás ilustrativo, puesto que su apartamiento de la norma (es decir, su condición de lesbianas y su práctica de juegos sexuales con roles fijos de dominación-sumisión) no las preserva del hastío.
Para desilusión de los espíritus afectos al voyeurismo, El Duque de Burgundy sugiere mucho más de lo que muestra (he aquí un punto en común con su antecesora). El truco de la puerta que se cierra en las narices del espectador y la recreación de lo que Evelyn alcanza a ver a través del ojo de una cerradura evocan el recuerdo de Una relación particular de Frédéric Fonteyne.
Como en Berberian Sound Studio, aquí también Strickland monta una escenografía deliberadamente artificiosa. Hasta se permite colocar manequíes entre el público que asiste a las conferencias de Cynthia y sus colegas entomólogas.
Por momentos, el realizador parece estar a punto de perder pie y caer por el barranco del absurdo (dicho sea de paso, cuesta poco imaginar una versión abiertamente cómica o satírica de esta fábula libre de presencia masculina). Sin embargo se las ingenia para mantener el equilibrio mientras pisa terreno resbaloso.
Strickland tiene razón cuando pide en esta entrevista que no lo definan como un director lyncheano y no acerquen tanto El Duque… a Mulholland Drive (que en Buenos Aires se exhibió con el título El camino de los sueños). La ambientación onírica que ambos directores eligen para sus historias y la relación lésbica que retratan en esas películas no constituyen razón suficiente para tamaña homologación.