Carlos Fuentes llegó a Buenos Aires a comienzos de mayo para asistir a la Feria del Libro. Acababa de entregar un libro a su editorial y ya tenía otro en la cabeza, iba de un almuerzo a una cena, firmó ejemplares durante tres horas, recibió a decenas de periodistas, uno detrás de otro, respondió a cientos de preguntas sin titubear, sin demorarse, sin dudar en un nombre ni una fecha. Y siguió paseando sus 83 años entre América y Europa, sin atisbo de cansancio. El secreto tiene mucho que ver con su pasión por la escritura.
"Mi sistema de juventud es trabajar mucho, tener siempre un proyecto pendiente. Ahora he terminado un libro, Federico en su balcón, pero ya tengo uno nuevo, El baile del centenario, que empiezo a escribirlo el lunes en México".
Pregunta. ¿Sin horror al vacío de la página en blanco?
Respuesta. Miedos literarios no tengo ninguno. Siempre he sabido muy bien lo que quiero hacer y me levanto y lo hago. Me levanto por la mañana y a las siete y ocho estoy escribiendo. Ya tengo mis notas y ya empiezo. Así que entre mis libros, mi mujer, mis amigos y mis amores, ya tengo bastantes razones para seguir viviendo.
P. ¿No cree que a veces al cumplir años uno no se hace más sabio sino más torpe a medida que se afianza en sus viejas convicciones?
R. Depende de quién. Yo soy muy amigo de Jean Daniel, el director del Nouvel Observateur. Es un hombre que acaba de cumplir 91 años y es más lúcido que usted y yo juntos. Nadine Gordimer tiene noventa y tantos. Luise Rainer, la actriz, a quien veo mucho en Londres, tiene 102 años. Y va conmigo a cenas, se pone un gorrito y va feliz de la vida. No hay reglas. El hecho es que cuando se llega a cierta edad, o se es joven o se lo lleva a uno la chingada.
Las calles de Buenos Aires le hacen recordar a Carlos Fuentes su adolescencia entre risas, como si acabara de sucederle ayer, inmune a las trampas de la nostalgia.
R. Viví mucho Buenos Aires porque mi padre llegó como consejero de la embajada de México en 1943. Como el ministro de educación era Hugo Wast, en la escuela se daba una educación fascista. Y le dije a mi padre: “Mira, yo vengo de la escuela pública de Washington, no soporto esto”. Y mi padre me dijo: “Tienes toda la razón, tienes 15 años, dedícate a pasear”. Y eso hice. Durante un año me convertí en hincha de la orquesta de Aníbal Troilo. Lo seguí por todos lados. La librería Ateneo me alimentó con literatura argentina, me enamoré de una vecina que me doblaba la edad. Yo tenía 15 años, ella 30. Y siempre que regreso tengo la sensación de que rejuvenezco, de que vuelvo a tener 15 años y dónde está la francesita de enfrente, ¿no?
P. ¿Fue correspondido?
R. Mmmuy correspondido porque el marido estaba dirigiendo películas el día entero.
P. ¿Cómo nota ahora la ciudad?
R. Ha cambiado muy poco, es una ciudad idéntica a sí misma. Era una ciudad que se hizo en el gran auge ganadero y agrícola, desde [Domingo F. ] Sarmiento (1811-1888) hasta 1940. Pero están las mismas grandes avenidas, los mismos grandes hoteles... México es una ciudad más antigua, una ciudad india primero y después una gran ciudad de la colonia. Pero esto era una aldea en 1820 y dio un gran salto y se convirtió en Buenos Aires, que era la ciudad más atractiva, más moderna de América Latina. En esos años los argentinos despreciaban mucho al resto de América Latina: los brasileños eran macacos, los mexicanos éramos pistoleros. Y ahora ya somos iguales todos.
P. ¿Bailaba tangos?
R. Lo bailo muy bien. Tuvimos una cena en Montevideo que le dio el presidente [Julio María] Sanguinetti al presidente [Ernesto] Zedillo. Sanguinetti baila el tango estupendamente. Bailó con su mujer… ¡guau, aplausos!… Y le dijo a Zedillo: “Ahora, usted”. Y el presidente me dijo: “Carlos, tú represéntame”. Y yo bailé con mi mujer. Representé a México gracias al tango.
P. Un escritor que recibe trato casi de jefe de Estado, ¿cómo se las arregla para escuchar?
R. Un escritor tiene que escuchar porque si no, no se sabe cómo habla la gente. Anoche, por ejemplo, pasé dos horas o tres firmando libros en la feria. Pero, sobre todo, para oír a la gente, para ver qué piensa. Y, más que nada, yo les pregunto a ellos.
Fuentes está leyendo dos libros. Uno es Mañana o Pasado, de su compatriota Jorge Castañeda sobre la actualidad mexicana – “un libro muy inteligente, con el que estoy de acuerdo a veces sí y a veces no, pero es una mirada muy inteligente”-- y el otro es Los Living, de Martín Caparrós. “Muy buen libro de muy buen escritor”. También le encantó Libertad, de Jonathan Franzen: “Rompe con los moldes y restricciones de la novela americana. Él mete todo, periodismo, política, deportes… todo va entrando de una manera natural para dar un mundo completo de esta gente tan decente y simpática que son unos monstruos, pero que están rodeados de un mundo de cultura verdadero”.
Cuando publicó en España su ensayo La gran novela latinoamericana indicó que al chileno Roberto Bolaño no aparecía en el libro porque no lo había leído y no le gustaba opinar de lo que no conoce. Esperaba leerlo cuando encontrase más tranquilidad. Pero aún no debido encontrarla. Se declara desbordado por la cantidad de libros y escritores que salen cada año en Latinoamérica.
P. ¿De qué tratan su último libro y el que va a comenzar ahora?
R. En la que he terminado, Federico en su balcón, Nietzsche aparece resucitado en un balcón a las cinco de la mañana y yo inicio con él una conversación. Y la que voy a empezar, El Baile del Centenario, termina una trilogía de la Edad Romántica, que cubre desde la celebración del centenario de la independencia en septiembre de 1910, que lo organiza Porfirio Díaz, y la celebración del fin del centenario en 1920, que la organiza Álvaro Obregón con José Vasconcelos, de manera que cubre diez años de la vida de México. Tengo ya muchos capítulos, notas y personajes. Hay una mujer que me interesa mucho, que no quiere decir nada de su pasado y se va descubriendo poco a poco, hasta que llega al mar y se libera.
P. ¿Le atrae algo en particular de este principio de siglo?
R. Me fascinan los cambios que estamos viviendo. ¿Quién iba a decirle a usted que los cambios iban a empezar en el norte de África? Y de ahí se ha extendido a buena parte de Europa y a los Estados Unidos, donde muchos de mis estudiantes me dicen: “Yo soy doctor y no encuentro trabajo”. O… “Mi padre ascendió a la clase media y yo siento que estoy bajando a la clase trabajadora”. En América Latina también hay cambios muy grandes, aunque se ha mantenido cierta estabilidad. Antes los problemas empezaban en América Latina. Ahora parece que van a llegar a América Latina. Y es un mundo que no sabemos nombrar. Si uno le dice a Dante, ¿qué se siente estando en plena Edad Media?, él nos diría: “¿Y qué es la Edad Media?” No podemos nombrar esta época pero sentimos que todo está cambiando. El Renacimiento sabía que era el Renacimiento, la Edad Media no sabía que era la Edad Media.
P. ¿Qué tal se maneja con Internet y las redes sociales?
R. Yo me quedé en el fax; escribo a mano en una página en blanco con pluma, corrijo en la página de enfrente. Es mi esposa la que me informa de las novedades. Antes decía voy a la Enciclopedia Británica a busca y ahora mi esposa me dice, no, le da a una tecla y aquí está.
P. ¿Considera que en las últimas décadas se ha producido una especie de revolución silenciosa por parte de las mujeres?
R. Ha sido clamorosa, no silenciosa. Pero no es un problema que empezó hoy. La suya es una victoria de la humanidad, no solo de las mujeres.
P. ¿Qué opina de la expropiación del 51% de las acciones de Repsol en YPF?
R. En México nacionalizamos el petróleo en 1938. Hay actos que está dentro de las facultades de cada Gobierno y después están las consecuencias de esos actos. Y eso es lo que todavía no sabemos. Vamos a ver qué consecuencias tiene este acto. Los problemas internos de la Argentina, que son muchos, son resueltos a veces con un golpe de prestidigitación que acarrea el apoyo de toda la sociedad. Aquí hasta Menem se ha manifestado a favor de esta medida. Y se olvidan un poco de algunos errores, que ya vendrán otros.
Un chaval de 83 años
La entrevista estaba fijada para el mediodía del 2 de mayo. Finalmente, se adelantó media hora porque todas las que atendió esa mañana las despachó con brevedad. Vestía con traje y corbata impecable y dijo que pensaba almorzar después en la embajada de México. La noche anterior había aguantado dos horas de pie firmado ejemplares en la Feria del Libro. Se le iluminaban los ojos cuando hablaba de sus escarceos de adolescente por Buenos Aires y se confesaba fascinado por los cambios tan vertiginosos que están produciendo en el mundo.
-Me admira la lucidez mental que tiene usted, la juventud… - le confesé
-Espérese un poquitooo –inconfundible acento mexicano-, espérese un poquito- dijo riéndose.
-Decía Picasso que cuando uno es joven lo es para toda la vida.
-Yo creo que sí, yo creo que sí.
-No quiero desaprovechar la oportunidad de hablar con una parte de la historia del boom para preguntarle por algún recuerdo de su generación, de los escritores del boom, de sus amigos.
-Lo que era muy bonito es que éramos muy amigos todos. Hay una foto de un año nuevo en Barcelona donde estamos Donoso, García Márquez, Vargas Llosa y yo. Todos abrazados. Ése es un momento muy bonito. Recuerdo ese momento en que había una gran fraternidad entre los escritores, una generación que quería cambiar la literatura latinoamericana. Y se logró, se cambió. Aunque las amistades se acabaron, pero la literatura prosiguió y de gran calidad. Pero fue una decisión que en ese momento salía La ciudad de los perros, salía Cien años de Soledad, salía La muerte de Artemio Cruz, salía Coronación. Entonces había un momento de efervescencia, de novedad, muy grande.
-Esa amistad surgió porque se estableció la química, ¿no? No porque ustedes dijeran “tenemos un objetivo común”.
-No, no… era natural. Tres de ellos vivían en Barcelona y yo los visitaba. Y yo era amigo de García Márquez desde antes de conocerlo, porque lo había publicado en México. Eh… de manera que eran amistades naturales, de generación, de profesión. Y aliadas a la creación de libros que me parecen importantes.
-¿Y a usted cuando se le cita en las entrevistas y como el autor de La muerte de Artemio Cruz o de La región más transparente, ¿a usted qué le agrada más? ¿qué novela prefiere?
- Yo tengo una sola novela que se llama La edad del tiempo y ahí incluyo todas. Hay unas que son muy bellas, hay otras amargas, a otras les falta un ojo… Pero yo las quiero a todas igual. Todas son mis hijos.
Repaso la grabación y completo el título de la entrevista –“No tengo miedos literarios”-- con la frase tal como la pronunció:
-No tengo miedos literarios. Tengo miedo a otras cosas. Tengo miedos políticos, pero literarios no.
Al despedirse dijo que había pasado un buen rato y que tenía muy buenos amigos en EL PAÍS.