Traigo muy malas noticias: el mal existe, y es muy poderoso. La gente malvada actúa de modos muy diversos, a menudo embutida en caros trajes y vestidos, cómodamente instalada en lujosos despachos de lujosos edificios. Pero también existen los malvados que recurren a la fuerza bruta como medio de expresión, sin importarles en absoluto las consecuencias de sus actos.
Los «malos» existen, sin que haya un motivo que explique su maldad, y seguirán existiendo, hagamos lo que hagamos. Ni la cadena perpetua, ni la pena de muerte, ni millones de voces clamando justicia evitarán que quien disfruta violando o matando se lo piense dos veces antes de actuar.
Tengamos esto muy presente antes de aprovechar hechos tan repugnantes como el asesinato del que todo el mundo habla para hacer demagogia barata.
Por ejemplo, hoy leía a un miserable y a una miserable en Twitter echar en cara a quienes lo lamentan no lamentarlo tanto cuando quienes violan son inmigrantes.
Hay una realidad incuestionable: la violencia machista es una lacra. No hay semana que no se añadan varios nombres al macabro listado de mujeres asesinadas por hombres.
Y yo me pregunto: ¿por qué el asesinato de Laura y no cualquiera de los anteriores se convierte en el tema estrella de los medios? ¿Por qué las otras víctimas acaban pasando prácticamente inadvertidas? ¿Os habéis enterado de que la «justicia» ha archivado la denuncia por abusos sexuales de varias temporeras de la fresa en Huelva? Claro que no. Mujeres pobres, inmigrantes, víctimas de la explotación laboral y sexual. Tenían todos los números para ser ignoradas.
¿Recordáis el caso del pobre chaval, el «Pescaíto», al que mataron en marzo? Entonces escribí una reflexión que prácticamente podría repetir ahora calcada.
Se montó un circo en torno a la tragedia de aquella familia, como imagino que ya están haciendo con la muchacha que salió a correr y encontró la muerte a manos de un malnacido. Esas máquinas gigantescas cuya única misión es mantener la audiencia y contar billetes aplauden con las orejas cada vez que se les presenta un «caramelo» como el nuevo crimen que indigna al país.
Digo «imagino» porque no pienso sumarme al circo.
«Entonces, ¿por qué escribes sobre ello?»
No iba a hacerlo. A veces el silencio es lo mejor que uno puede decir. Pero paseando por las redes sociales, el infantilismo y la mala baba reinantes me han hecho cambiar de idea (lo que seguramente acabe siendo una mala idea, pero hay momentos en que la prudencia es sólo cobardía).
Comprendo y me sumo a los mensajes de todas las mujeres que exigen su derecho a salir solas sin temer por su integridad física. Son mensajes de solidaridad con la familia de la víctima y de desahogo. Aunque, por mucha labor educativa y de concienciación social que se haga, y por evidente que sea que nadie tendría que temer salir sin compañía a la calle, ya me diréis cómo se evita que un monstruo actúe. Entre cincuenta millones de habitantes, tiene que haber unos cuantos.
Ahora bien, por muchos que sean, estoy seguro de que no se acercan ni a años luz a la mitad de la población, la totalidad de la población masculina para ser exactos. Es lo que sugieren algunos de esos mensajes indignados, lo que he leído en Facebook de una de mis «amistades». Decía algo así como «estoy harta de que la mitad de la sociedad pueda violar y asesinar a la otra mitad con impunidad». Me ha dolido, porque es una mentira miserable y porque yo no soy ni un violador ni un asesino, ni tengo por qué sentirme culpable ni avergonzado de ser hombre.
Que nadie se equivoque: no quito ni un miligramo de gravedad a la lacra de la violencia machista. No voy a salir con lo de «también hay hombres víctimas de violencia de género» ni con lo de las denuncias falsas. Pero es que culpar a todos los hombres por los actos de una minoría ínfima es tan ridículo como poner en duda que la violencia machista es un problema muy grave.
Sentirse orgulloso o avergonzarse por el género que a uno le ha tocado es tan absurdo e infantil como enorgullecerse o avergonzarse por haber nacido en un lugar determinado.
Yo soy feminista, aunque haya «feministas» que pretendan negarme el carné por ser hombre. Los hombres, por el simple hecho de serlo (muy simple, en verdad), no somos enemigos. El asesino de Laura es también mi enemigo. Yo no siento ningún lazo especial con nadie por pertenecer a mi mismo género; lo siento por las personas que defienden una sociedad más justa, libre de rencor y de prejuicios, cooperativa, solidaria, igualitaria, independientemente del género al que pertenezcan. Eso es lo que yo entiendo por feminismo.
Me duele verme incluido en generalizaciones que lo único que consiguen es poner piedras en ese camino por la igualdad (cuyo final aparece muy lejano aún), porque yo trato a las personas como lo que son, personas, qué más da si hombres o mujeres.
Y claro que esto no va de mí, pero tampoco va de meternos a todos en el mismo saco. Porque ¿sabéis qué? Quizás os pille por sorpresa, pero entre ese grupo de gente malvada trajeada hay mujeres. No creo que la Botín llorara mucho el día que una mujer saltó desde el balcón de la casa de la que la iban a desahuciar. Y también las hay que visten informal y vomitan su odio a través de un teclado. El género no inmuniza contra la estupidez.
La violencia la ejerce quien puede, quien se sabe poderoso, ya sea por estatus social o por capacidad física. La violencia es un mecanismo de control imprescindible en el sistema capitalista. Millones de personas son violentadas a diario; entre ellas, obviamente, muchísimas mujeres. Y mientras no seamos capaces de desarrollar otro tipo de relaciones humanas, crímenes como el sufrido por Laura seguirán ocurriendo.
Acabo con un tuit, tan precioso como triste, que dice tanto.
Tenía que haber sido tu ARTE y no tu muerte la que te convirtiera en hagstag, prima.
— Reyes Luelmo (@Reyes_Queen) 18 de diciembre de 2018