Mis editores de Baile del Sol, Ángeles Alonso y Tito
Expósito, comenzaron el año 2013 con una interesante iniciativa en su blog:
cada día del año colgarían una poesía de un poeta de su editorial. Y no sé si
hay más días que poetas o se han confundido, pero míos ya han colgado dos. El
primero era del libro Siempre nos quedará Casablanca, hace
unos meses, y en segundo ha sido hace pocos días, de mi nuevo libro El
bar de Lee. Ya he contado que este último libro está formado por dos
poemarios; y Carnet –el poema seleccionado- forma parte del segundo, El
calvo del Sonora, escrito en 2008. (Ver AQUÍ enlace al blog de Baile del Sol) Carnet
pertenece a la primera sección de este libro, titulada En mi territorio, un
conjunto de ocho poemas en el que indago sobre la vocación literaria. Que gusta
Carnet, quizás sea uno de mis poemas
favoritos de este libro.
El
Bronxtoles es uno de los apelativos con lo que siempre se ha
conocido a mi ciudad, Móstoles. Digamos que tengo el privilegio de que a mí no
me hace falta ser Robert de Niro para
contar una historia del Bronx. Dejo aquí el poema:
CARNET
¿Le gustan los videojuegos?, finalizaba
la clase,
y
acuchillando al tiempo les hablé del Spectrum,
de
sus cintas para cargar la esperanza
-tras
media hora de ruido y rayas el callejón
sin
salida del error-, de las figuras
pixeladas,
de
las pantallas inmóviles… y mis alumnos
sonrieron
ante el burdo atraso de la época
no
vivida.
Pero no les hablé, sin
embargo,
de
los meses de ahorro en el colegio -propinas
de
los abuelos, regalos de cumpleaños…- meses
para
llegar a la deseada posesión de los 64 kas.
Ni
les hablé, aunque golpeó las puertas
de
la memoria, del Salva, inventor del top
manta
en
Móstoles, flautista de Hamelín que arrastraba
tras
la mesa de camping de su tenderete –móvil
según
el viento de la policía- a un enjambre
de
ávidos consumidores de sus cintas piratas.
(¿Para
cuántos de esos chicos supuso el Salva
el
primer camello de sus vidas, el precursor
de
otros vendedores de sueños más duros?
Al anochecer vacías las llenas cajas de
cartón.
Pero
sobre todo no les hablé de los juegos
que
imaginaba antes de dormirme, complejas
aventuras
durante los meses del ahorro, fascinado
con
esa palabra: ORDENADOR, pensaba
que
sus juegos habrían de superar con creces
a
los de las máquinas de los salones recreativos
y
los bares de entonces. Posiblemente soñaba
las
aventuras gráficas con las que ellos
se
evaden ahora de una realidad más gratuita,
y
lo más probable es que aquellos meses
de
anhelante espera configurasen lo mejor
que
me ofreció el artefacto negro del Spectrum.
Después
la búsqueda del Salva por los rincones
de
Móstoles, la adicción temporal que decayó
hasta
una decepcionante insuficiencia.
Yo fui uno
de
esos chicos que necesitaban drogas más duras
para
darle esquinazo a la realidad, otro mundo
de
estímulos más fuertes, más allá de esquemas
repetitivos.
La necesidad compulsiva estaba allí,
al
acecho, presta a devorarme, y pronto me olvidé
del
Spectrum y del Salva. A cambio de una foto
los
camellos apostados en las puertas de la biblioteca
me dieron un carnet.