Revista Comunicación

Carpe diem

Publicado el 18 enero 2016 por Lya
Por muy mayor que te hagas y muchos golpes que te dé la vida, no deja de sorprender la facilidad con la que pasamos de la categoría y condición de vivos a la de muertos. Muertos. La nada. La ausencia.
Y es que el único y verdadero drama del ser humano es su condición y conciencia de finitud. Que nos vamos y no volvemos. Y si se tiene suerte, se creerá en que después hay algo. Si se tiene suerte.
Supongo que a todos, tarde o temprano, nos pasa. Y que todos, echando un vistazo al historial familiar, acumulamos en la memoria o en la genética situaciones similares. El adiós de alguien que ahora está, ahora no está. Un juego dramático de escondite que no tiene regreso y sólo deja dolor.
El dolor. Porque en estos momentos se une la pena por lo perdido y el horror por lo que queda. Más cuando lo vives desde fuera y empieza a funcionar la empatía, la dichosa empatía. No me lo quería creer y ya parece cierto. Han pasado apenas unas horas y ya alguien que estaba lleno de vida y de amor ha cambiado de categoría en nuestras mentes. Ya no está. Tan simple y tan brutal. No existe.
Y quedan los que le querían, aquellos para los que la vida acaba de romperse en mil pedazos. Y afectados por una onda expansiva que nos ha dejado noqueados estamos muchos que hoy no dormiremos. Pensando en ellos. Aferrándonos a una vida que se vuelve esquiva cuando menos te lo esperas. Hasta siempre, M.

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