Mariano,
No me alabes por formar parte de esa “mayoría silenciosa” que no estuvo anteayer y ayer en Madrid protestando y poniéndote a tí y a los tuyos frente al reflejo de esa realidad que te impide hacer tantas cosas. No hacen falta alabanzas. No las merezco ya que, de haber podido, habría estado en los alrededores del Congreso recuperando la silueta, mis bordes ya casi difuminados de tanto recorte fuera de la línea de puntos. De hecho, viniendo de ti las encuentro detestables y me llevan a pensar que algo habré hecho mal.
A Franco también le gustaban los silenciosos, los que se quedaban en casa y no buscaban líos. Tú, aunque te parezca extraño, no le habrías gustado: has montado un lío fenomenal con la herencia recibida: sanidad educada, educación saludable, un sistema de la Seguridad Social con superávit… Has reducido todo esto a la nada, de la misma manera que pretendes deslegitimar y reducir las protestas de la calle, del ágora, del espacio común y público. Claro, a ti no te gusta lo público y así nos va. Ni siquiera atina tu principal rival político, Alfredo Pérez Rubalcaba, que cree que el país se te está “yendo de las manos”. Y no, tranquilízate. Es imposible que estés perdiendo un país que nunca tuviste porque bebiste del voto de esa mayoría silenciosa despechada que ahora, poco a poco, despierta del letargo. Cada “algarabía” es un toque de atención, aunque les hagas menos caso que a los toques de Facebook. Tu red social se resquebraja y se te escapa el pescado que ya habías empezado a vender antes de tiempo al mejor postor, al mejor amigo del alma.
Deduzco de tus palabras en Nueva York, porque estabas en Nueva York vendiendo la marca España mientras tu guardia pretoriana sin número de identificación marcaba también a los participantes de la protesta, que no te gusta tampoco Alberto Casillas, el encargado de la Cafetería Prado, que refugió en el interior de su bar a los manifestantes y aplicó como creyó conveniente el derecho de admisión. Es el antihéroe, pero a tí solo te gustan los que ganan, los tuyos: los que como tú callan o hablan sin decir nada, los que no se mojan ni se implican y asisten pasivos al desmoronamiento del incipiente estado del bienestar que nunca llegó a ser del todo.No me duele que la realidad haya vuelto a estropearte unos planes esbozados en el aire con el humo de tu puro. Me duele la realidad aquí en tierra. Se te ha quedado sin pilas el aparato reductor de problemas que compraste de oferta en la teletienda de Intereconomía. Y ahora te crecen los problemas y hasta los enanos. Dejar pasar el tiempo a la espera de que las cosas se arreglen por sí solas, como si se tratara de un contratiempo meteorológico, no hace sino empeorar la situación y crispar los ánimos.
Tu traductor simultáneo de realidad necesita una actualización de software. De la misma manera, deberías rodearte de asesores capaces y suficientemente valientes para ponerte en evidencia cuando metes la pata y no halagarte a cada paso. Para empezar por algo fácil, deberían decirte claramente, para que lo entiendas sin ambigüedades, que en Nueva York los fumadores están muy mal vistos. Son pocos los que allí fuman, al menos en público, y la mayoría de los que lo hacen pertenecen a clases bajas. Se considera sucio, insano, contaminante y molesto para el prójimo. Si encima fumas un puro, la imagen puede herir la sensibilidad de los neoyorquinos y el New York Times puede colocar esa imagen junto a su reportaje sobre la España real, In Spain, Austerity and Hunger, que allí la prensa es muy libertina. Recuerda: fumar puede dañar seriamente la prima de riesgo.Sin más, te deseo una pronta reacción y una mejora de la vista y del oído. Y cuida esos tics, que te delatan.