Inestimado pichabrava:
Hace ya largo, larguísimo tiempo que deseo enviarte esta misiva. Tómala como un reconocimiento a tu persona, en mi nombre y en nombre de todas aquellas mujeres que, por miedo, incultura o, sencillamente, porque ya están muertas, no pueden, no quieren o no se atreven a escupirte en el alma.
Desde que me planté en este desaguisado llamado mundo he visto tu jeta allá donde quiera que he ido, y créeme si te digo que, de haberme pillado con la decisión y los arrestos de hoy, a mis casi temerarios y desprejuiciados cuarenta, no hubiera tenido ningún inconveniente en partírtela adecuadamente, así hubiéramos terminado los dos en la comisaría de distrito más próxima. Tú, por violador y prepotente, por asesino, por mediocre inoperante activo _¡lee, capullo!_, por ser el azote y la encarnación de la bestia de todas las mujeres que, en este mundo, llevamos miles de años aguantando tus excesos. Yo, claro está, por atreverme a resolver del modo más inapropiado tus atropellos y ese modo narcisista y chuloputas que te caracteriza y te autoriza _según tú y los de tu calaña_ a amedrentar, arrasar y aniquilar toda vida femenina que se te pone a tiro.
Eres tan mierda, tan cobarde y, en el fondo, tan poca cosa, que te vales de la nocturnidad, la indefensión ajena y la ventaja de fuerza que te han otorgado gobiernos y Madre Natura para cometer tus tropelías. Tan insignificante eres que allí donde tú crees triunfar lo único que haces es hundirte cada vez más, enfangarte hasta el cuello, fracasar estrepitosamente por cuanto _pese a lograr cotas de perversión imbatibles_ sigues siendo lo peor, escoria que no se ama ni se estima, apenas la encarnación del mal en estado puro, esa miasma cancerosa sólo reductible con una precisa cremación.
Ayer volviste a darme la noche, que lo sepas, cacho mierda, después de ver en televisión cómo en Colombia sólo nueve de cada cien mujeres se atreven a denunciar cómo las raptas, las esterilizas químicamente y luego las violas, ¡pedazo de machote!, invitando a todos tus amiguitos a participar del festín antes de iros a hacer la guerra. Por no hablar, claro, de cómo en Pakistán, India o China te complaces en exterminarnos como garrapatas arrojándonos a ríos tan infectos como tú y obligando a nuestras madres, a tenor de una cultura machocrática que te asiste y te jalea y que se te va a acabar muy pronto, a abandonarnos en los orfanatos del infierno.
A este lado del charco, donde aún seguimos siendo gobernadas mayoritariamente por una horda de prohombres tan mingafrías como tú que no ha sido capaz de evitar que nos tires por los balcones, nos rebanes el cuello a plena luz del día con el cuchillo jamonero o nos mandes al más allá con un españolísimo balazo de trabuco, asistimos horrorizadas a tu escalada de maldad a lo largo y ancho del planeta, a la pandemia de tu violencia sin límite, al repunte estadístico de la cifra de mujeres a las que has quitado _y quitas_ de en medio cada año por razones tan peregrinas como los celos o la enajenación mental.
Como decía hace un momento, te quedan muy pocos días de vino y rosas, que lo sepas, chatín, mierdecilla de cloaca, pichaflor del basural. Cada vez somos más las que levantamos la voz, la pluma o el teléfono para denunciarte y pararte los piés; somos muchas, casi legión, las que hemos aprendido a olerte a distancia y a verte venir. Con peto de mecánico o con traje de Armani, lo mismo da. Tu fetidez te delata.
Has tenido _y tienes_ tantas oportunidades de enmendarte que, a día de hoy, ni yo ni nadie cree que lo tuyo con las mujeres sea sólo producto de una cultura machista largamente perpetuada a lo largo de la historia. Sencillamente, te ha ido tan bien y has triunfado tanto degradando en tu favor al sexo femenino que ahora no quieres soltar ni tu cetro ni tu polla. Que vienen, para tu cutrez y tristeza, a ser casi lo mismo.
Sólo me queda decirte _y con esto concluyo la misiva, Míster Mierda_, que mientras todas terminamos de organizarnos y de creer a pie juntillas que no tienes poder sobre nosotras, ardo en deseos de que llegue el día en que encienda la tele y vea cómo te defenestras en plan Superman por uno de esos balcones que tanto te gustan después de hacerte el harakiri en plena calle con la faca de destripar gorrinos.
Hasta entonces, y en siendo posible, que te mueras pronto y bien.
Nunca tuya
A.