Querida Victoria:
Espero que al recibo de la presente goces de excelente salud.El viaje hasta el pueblecito de mi familia paterna ha sido largo y cansado. Pero debo admitir que el caluroso recibimiento y el amor sincero que me profesan los amigos que deje aquí, bien valen una y mil incomodidades. Me han advertido que el pueblo no está bien comunicado y que el correo no es todo lo eficiente que debiera, amén de que el señor cartero no suele pasar más que una vez por semana debido a la lejanía del lugar y el reducido grupo de usuarios que reciben o envían correspondencia. Cuán dificultoso será enviarte estas letras, pero confío en que lleguen pronto a tus manos. Mis tíos y mi abuelo, personas modestas pero muy estimados en la comunidad, habían preparado todo para mi llegada y me esperaban en una calesa desvencijada que había conocido tiempos mejores. Mis tías habían preparado los más exquisitos manjares y los más tentadores dulces para el almuerzo. Lo que ellos llaman una frugal comida nos dejaría llenas en la ciudad, pero todo está delicioso en el campo y temo hacerles un desaire rechazando alguna de sus atenciones. A mi regreso tendré que encargar a la modista que ensanche mis preciados vestidos. Oh, Victoria, temo ofender a mi familia con algún comentario inapropiado, pero también temo no volver a entrar en el vestido de florecillas violeta que adquirí por un precio desorbitado en mi última visita a tu costurera.Aquí todo es bucólico, el cielo de un azul esplendido engrandece la fulgurante imagen del sol y los verdes del follaje tienen tantas tonalidades distintas que a veces me quedo extasiada contemplando las maravillas del campo. ¡Incluso he visto un cabrero con sus cabras! Las conocía a todas por su nombre y mis primas pequeñas se dedicaron a llamarlas y a saltar a su alrededor formando tal algarabía que mi tío tuvo que darle una propina al cabrero por las molestias. Ayer, compartiendo un paseo con mis traviesas primas, quede adormecida junto al riachuelo. Al despertar todo se me antojo tan encantador y perfecto que llegue a pensar que habitaba en la mismísima arcadia. Solo ha turbado mi felicidad el hecho de que algunos de nuestros inocentes juegos han parecido a los ojos de mis familiares atrevidas travesuras. Sin embargo, en otras ocasiones, soy yo la que me sonrojo ante comentarios que a ellos les parecen cotidianos. ¡Cuán diferente es la vida en el campo y que alejados estamos ya de la naturaleza en la ciudad! Pero debo confesarte, querida Victoria, que a pesar de las atenciones recibidas y el bucólico paisaje, echo de menos las diversiones de la ciudad. Aquí no existen esas tiendas que exhiben en sus escaparates los más hermosos objetos, las armoniosas curvas de las exquisitas vajillas y cristalerías, las cajitas de música o las librerías donde entras a comprar el último libro de poemas publicado por tu autor favorito y descubres un maravilloso tesoro de láminas con ilustraciones de lugares exóticos o libros por los que han pasado los siglos sin apenas dejar huella.Querida Victoria, esta carta llega a su fin. Me despido esperando tu pronta respuesta.Afectuosamente, tu amiga Isabel.Lee la carta a Vito.