Estimado señor Puigcercós:
Soy andaluz y vivo en Andalucía. Como la mayor parte de mis conciudadanos andaluces, yo tampoco exhibo el más mínimo fervor nacionalista –ni andaluz, ni español, ni de ningún otro lugar-; no obstante lo cual, en una posición que, en muchas ocasiones, me ha granjeado no pocas incomprensiones e incluso alguna que otra antipatía, siempre he sido muy condescendiente, por decirlo de alguna manera, con los nacionalismos periféricos españoles, más concretamente, con el vasco y el catalán. Resulta evidente que, “gracias” a personajes como usted, mi postura ya llega a parecer absurda, incluso para mí mismo.
Que en Andalucía no paga impuestos ni Dios.... Usted sabe perfectamente que eso es falso. Tan falso como que en su tierra todo el mundo se maneja con la misma “desenvoltura economica” que exhibe ese gran prócer de la patria que atiende al nombre de Félix Millet. O tan falso como que en Cataluña toda la clase política se dedica al noble cultivo del celebérrimo “3 per cent”que tanto se aireara en el Parlament hace algún tiempo. Por eso, yo niego las dos últimas afirmaciones. En cambio, usted no tiene empacho alguno en dejarse caer con la primera.
Ya sé, ya sé que la refriega política se presta más al trazo grueso que al fino estilismo en el uso de la palabra; y que si la refriega se desarrolla en el contexto de una campaña electoral, ese trazo grueso llega a alcanzar, más bien, las trazas de un pegote de pintura largado a brochazo limpio. Pero no todo vale, no todo es admisible todo tiene un límite: y usted lo ha rebasado con holgura. También me consta que ni va a rectificar ni va a pedir disculpas, hasta ahí podríamos llegar; me temo que, dadas las circunstancias, lo del calentón o el exceso verbal, tan socorrido en situciones de este tipo, difíicilmente colaría: lo suyo, me temo, tiene, como rezaba el título de la película aquella, raíces profundas (y nada benignas, por cierto...).
No vaya usted a pensar por ello que mi respeto y mi estima por sus conciudadanos va a mermar un ápice; creo que es mucho y bueno lo que de Cataluña, por cuyo común de sus gentes siento una profunda admiración, podemos y debemos aprender, no sólo en mi tierra, sino en muchas otras tierras, y no sólo en materia económica, sino en otros muchos aspectos. No se puede arruinar la reputación de un pueblo por lo ignominioso de la actitud de alguno de sus miembros, pero está claro que ayudan poco al establecimiento de unas sanas relaciones de mutuo respeto y cordialidad entre los habitantes de distintos territorios, episodios tan penosos como éste.
En todo caso, si, como proclaman recientes encuestas –encuestas que, por otro lado, y en una demostración más de la sabiduría de los catalanes, apuntan a una fuerte caída de la fuerza política a la que usted tan sombríamente representa-, son mayoría los ciudadanos catalanes que, en consonancia con sus proclamas ideológicas, desean la independencia de Cataluña respecto a España –algo a lo que no tengo la más mínima objeción que plantear-, ya tengo claro que habrá un motivo por el que tal determinación me pueda producir una alegría, aun cuando sea puntual, y es la de que, en tal tesitura, ya no tendré que compartir la condición de convecino con alguien capaz de mostrar una actitud tan lamentable como la que usted ha mostrado.
En todo caso, y a falta de otros méritos más dignos de estima, ya puede usted apuntar entre sus logros el que este humilde blog, que, durante algún tiempo, tuvo cierta dedicación a la actualidad política, posteriormente abandonada, la haya retomado. Eso sí, también puede apuntar en su debe que haya de hacerlo desde la indignación y el cabreo más profundos. Una pena...
* A salto de mata XLVIII.-