Soy plenamente consciente de que vivimos uno de nuestros peores momentos como colectivo social. Hace muy pocas horas, tras una negra noche, yo mismo me envolví de desánimo. Mi mente se iba hacia la esterilidad de esa larga travesía, desde aquella toma de conciencia individual hacía la conquista de una libertad colectiva. Veía imágenes inconexas de aquellas reuniones clandestinas en sórdidas sacristías o casas medio derruidas, de aquellas asambleas de fábrica entre humo y olor al sudor del trabajo, de carreras ondulantes ante la gris autoridad, en medio del páramo inabarcable del fascismo gubernamental.
Pensé en abandonar. Acudir al reclamo de la vida individualista, tranquila, ocupado de lo efímero o de lo fútil.
Afortunadamente, el desánimo duró poco. Si la dictadura franquista que nos golpeaba, perseguía, torturaba y reprimía no pudo con nosotros, ¿van a poder con nuestra lucha, sus sucesores sociológicos? ¿Van a extinguir unos malos resultados electorales una llama prendida hace casi un siglo? ¿Vamos a entregar al enemigo el esfuerzo, los años de cárcel, las horas robadas al sueño y a nuestras familias de miles y miles de camaradas, nuestra sangre en los paredones y el sudor de la lucha de nuestros mártires?
Nuestra mochila personal y colectiva está llena de mártires. Un lamento de sacrificio sin fin, dirigido hacia la primavera de las libertades, hacia el espíritu igualitario del que nacimos y a dónde vamos, hacia la infinita extensión de la vida como personas libres e iguales.
Hemos atravesado todos los desiertos, y los que nos quedan, y el que se abrió ante nuestros pies la noche del pasado domingo no es el peor. Lo tenemos todo: historia, proyecto, líderes, militantes, personas, afectos, amores, rumbo, conciencia y meta. ¿Qué nos puede quitar una desafortunada ley electoral o cuatro “demócratas” de aluvión? Nada, que no hayamos conquistado con más esfuerzo y méritos que nadie.
No. No vamos a desaparecer como colectivo ni como organización política. Ya hemos aprendido lo que significa Ítaca. Diremos con Cavafis: “Itaca te brindó tan hermoso viaje. /Sin ella no habrías emprendido el camino. / Pero no tiene ya nada que darte./ Aunque la halles pobre, Itaca no te ha engañado.”
En los momentos de desaliento yo me acuerdo de dos personas. De Simón Sánchez Montero y de Marcos Ana. ¿Puede haberlas de mayor contenido personal y humano? ¿Puede alguno de los políticos en candelero ofrecer un bagaje de ejemplo e integridad mejor? Ellos llegaron a Ítaca y nosotros no vamos a ser menos. En cada provincia, en cada ciudad, en cada pueblo de nuestro país ha habido un “Sánchez Montero” o un “Marcos Ana”. Yo los conozco o he conocido. En Córdoba, en Montilla, en Fernán Núñez, en Palma del Río, en Lucena… He conocido a gentes como Frasquito Carmona, Antonio Grande, Pedro Zafra, Manolo “Mao” Alcalá… y su energía moral y personal nos ha alimentado nuestra larga travesía.
En esa larga andadura hemos encontrado las dosis necesarias para formarnos como personas y curtirnos en el avatar político. Nuestras organizaciones tienen mucha más salud vital, que la que creen los que dicen que “sólo” somos dos diputados, maltratados por los entes mediáticos, la ley electoral y las oligarquías financieras. En las dunas de la lucha nos fueron dadas las aportaciones de la tierra y del alma. Y pienso que nuestro caminar no es una acción pasajera o solemne que se decida en unas urnas trucadas por el odio y el miedo. Y pienso con no menor fe que todo está sostenido –la mentira y su sombra, las leyes mal llamadas constitucionales y su ineficacia, la desigualdad y el hambre – por una comunidad tan oculta como extensa, que sabe que nuestras armas son la integridad y la autenticidad. Vamos a seguir nuestra andadura, aunque les pese a muchos, en un ejercicio que integrará para siempre en nosotros la realidad y los sueños, porque de tal manera confundiremos a nuestros poderosos adversarios.
Termino con las últimas palabras escritas por un camarada, Pablo Neruda, en unos de los mejores discursos de todos los tiempos, en la hora de recibir el Premio Nobel de Literatura:
“Hace hoy cien años exactos, un pobre y espléndido poeta, el más atroz de los desesperados, escribió esta profecía: A l’aurore, armés d’une ardente patience, nous entrerons aux splendides Villes. (Al amanecer, armados de una ardiente paciencia entraremos en las espléndidas ciudades.)
Yo creo en esa profecía de Rimbaud, el vidente. Yo vengo de una oscura provincia, de un país separado de todos los otros por la tajante geografía. Fui el más abandonado de los poetas y mi poesía fue regional, dolorosa y lluviosa. Pero tuve siempre confianza en el hombre. No perdí jamás la esperanza. Por eso tal vez he llegado hasta aquí con mi poesía, y también con mi bandera.
En conclusión, debo decir a los hombres de buena voluntad, a los trabajadores, a los poetas, que el entero porvenir fue expresado en esa frase de Rimbaud: solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres.”
Salud a todos.
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