Revista Psicología

Carta abierta: sobre el amor y la sexualidad

Por Rms @roxymusic8
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(Image source: es.wikipedia.org)

La verdad que hablar del amor y la sexualidad es un tema muy amplio y peliagudo. Pero no quería centrarme en eso sino en la persona, que es el sujeto y motor de este tema. Para que una persona viva el amor y su sexualidad debe primero conocerse. Pero ese conocimiento tiene que ser profundo, no sólo se trata de saber teorías sobre los sentimientos, emociones, anhelos y voluntad.

Se trata de conocerse a través de la vida misma, de las relaciones personales, de abrirse a los demás. Cuando uno se da, se conoce. Sabe qué es lo que le ha movido a hacer eso, a decir esas palabras o a comportarse de una forma. Conoce sus sentimientos y sus pensamientos más íntimos. Pero hay que atreverse a ser sinceros con uno mismo, a poner nombre a las cosas como son, a no quedarse apesadumbrado por haber sentido o pensado algo fuera de lugar. Hay que atreverse a sacar lo bueno que uno tiene dentro, a compartir esa personalidad y ese corazón que se nos ha dado. Somos personas únicas, con un valor infinito a pesar de nuestra inclinación al mal, al pecado.

Y, por supuesto, para conocerse también hay que hablar. Comunicar todo ello a una persona que nos pueda entender y ayudar, para dar forma a esa personalidad y afectividad que estamos construyendo. No podemos guardarnos esas cosas en nuestro corazón, necesitamos escucharnos y expresarnos para descubrir o redescubrir y guiar nuestra vida afectiva por buen camino.

Este tema no puedo referirlo sin la consideración de Dios pero voy a intentar ir por lo humano aunque luego comente de cara a Dios cómo veo y entiendo todo esto.

Como personas del mundo pero sin pertenecer a él, como personas sociales, como personas abiertas a la trascendencia, se nos han dado los sentidos. Sería inalcanzable conocer las cosas por la mera razón. Tenemos inteligencia (mente) y voluntad (corazón). Es un binomio inseparable. Como lo de cuerpo y alma. Se nos han dado los sentidos para palpar una realidad: la nuestra y la de los demás (y en el otro caso, la de Dios). Una vez hemos captado la nuestra, podemos pasar a captar y entender la de los demás (y éstas en su conjunto nos ayudan a captar y meter la realidad de Dios entre ellas). El amor se puede captar a través de los sentidos y a través de la inteligencia. Este último es el más difícil de todos porque va en contra de nuestras inclinaciones, anhelos, apetencias y sensaciones. No se siente, se quiere por férrea voluntad (luego paso a comentar esto).

Yo no puedo juzgar a una persona que ha tenido varias relaciones y ha perdido la virginidad en una de ellas. No puedo porque no conozco su corazón y su grado de humildad y conocimiento de cómo es ella. Pero puedo hacer una consideración al respecto. Pensaba en uno mismo. Cuando sabes de qué pasta estás hecho, comprendes al otro. Pero si antes no das el paso de reconocer que no eres perfecto, que cometes errores, que necesitas que te quieran y te den otra oportunidad, que crean en ti y confíen; no puedes vivir las relaciones personales plenamente. No se trata de cambiar al otro, se trata de acogerlo, de quererlo, de caminar juntos hacia el amor verdadero.

Si esa persona vivió así esas relaciones, fue por el buen camino porque aunque no funcionaran, no dejó de buscar aquello auténtico y no se rebajó ni perdió su dignidad como persona, ni olvidó la dignidad de su cuerpo-sexualidad. Por un motivo que se nos escapa, era necesario que pasara por esas relaciones, quizás para madurar y preparar su corazón. Pero, si por el contrario, olvidó esto último y se dejó llevar por los placeres, por el momento y por no pensar en un futuro, ahí sí que cometió un error. Se olvidó de ella misma, se olvidó de su dignidad, se olvidó de que está hecha para algo más grande, se olvidó del otro, se olvidó de su persona y dignidad, se olvidó de caminar junto al otro. Y ésa no es la imagen del amor y de la sexualidad bien vivida.

¿Cómo se quiere con la inteligencia? Paso a comentar lo que citaba anteriormente. Es algo difícil y de lo que he tenido experiencia recientemente, por eso creo que puedo hacer una aproximación y espero hacerme entender. Con inteligencia me refiero al querer algo sin contar con el corazón, es decir, con el anhelo y sentir de éste. Supongo que os habrá pasado aquello de tener que poner la mesa para comer o pasar el aspirador. Tú eso no lo querías con el corazón, no te salía el hacerlo porque lo amaras, sino que era una obligación, algo ajeno a ti que no salía del latir de tu corazón. Pero cuando nos olvidamos de nosotros mismos, es ahí donde podemos querer con la inteligencia. Cuando nos vienen cosas ajenas, ahí podemos querer querer (lo escribo dos veces adrede) porque nos empeñaremos que eso que se nos pide hacer, decir, sea lo que realmente queremos hacer o decir en ese mismo momento. No hay nada más importante que hacer o decir eso.

Pero claro, ¿cómo quieres algo por el mismo hecho de existir, ser, sin tener que hacer nada para quererlo? Y aquí me viene al pensamiento que muchas cosas no tienen explicación alguna. Tú quieres a tu madre porque la quieres y a tus hermanos también. No los has elegido tú pero sabes que te une la sangre, un lazo sagrado también. Entonces los quieres por ese simple hecho (pero tan grande).  Aunque diga que no hay explicación alguna, hay un sentido. ¿Os suena la frase de “quien tiene algo por qué vivir, es capaz de soportar cualquier cómo”? Es un tanto de lo mismo. Cuando vemos el sentido, la razón de ser de las cosas, podemos caminar seguros aun las dificultades, dudas y tribulaciones de la vida. Por eso, en el amor y la sexualidad hay que tener muy claro su sentido, su razón de ser, su lugar en nuestra vida aquí en la tierra. Entonces podremos amar con y sin sentimiento, con y sin ganas, con y sin anhelo pero con la seguridad de estar amando por la razón de ser de esa persona, de ese trabajo, de eso que llevamos entre manos. Poner amor en las cosas pequeñas nos ayuda a moldear nuestro corazón para un amor más grande el día que se nos pida dar un sí.

Pensando en el caso de que una persona hubiera pasado por una relación en la que se aprovecharon de ella, sólo puedo decir más de lo mismo. Si ahora esa persona piensa que tiene que guardarse para el hombre o la mujer de su vida, de no tener más relaciones en falso, sólo le diría una cosa: que no deje de querer, de poner ese amor humilde, auténtico, sencillo y bello en todo lo que haga, ya sea con la persona con la que esté hablando, con las personas con las que esté trabajando, con la tarea que lleve entre manos, con las horas de estudio que le quedan por delante, con el arreglo de alguna cosa en casa.

Que no tenga miedo a amar porque las personas no podemos guardarnos lo que se nos ha dado. Que no tenga miedo a emprender una relación. Ya sabrá si esa persona vale la pena, y si no, estará madurando y modelando su corazón para ese amor grande y verdadero que espera encontrar en la persona con la que pasar el resto de su vida. Pero uno no puede encerrarse en uno mismo por miedo a pasar por lo mismo. Necesitamos pasar por lo mismo para madurar, para enfrentarnos y hacer las cosas bien esta vez. No podemos olvidarnos de vivir porque nos han creado para amar, para darnos y todos merecen conocer y recibir ese amor único y personal que le han dado a cada uno.

Cuando una persona se mueve con humildad, sinceridad y sencillez, no hay nada por lo que temer. Si una persona conoce el sentido de las cosas, sabe por qué caminos dirigir sus pasos. Pero, al igual que antes, necesita a una persona que le guíe en ese caminar; no puede llevar esa “carga” solo porque se perderá por otros caminos. Esa persona con la que caminar en la vida será una persona amiga, familiar o con la que tengamos la suficiente confianza, y a la vez nos conozca. Pero no podemos pretender recorrer ese camino sin la ayuda de quien nos ha puesto en ese camino (la vida) para ser nosotros mismos en plenitud: Dios.

Precisamente uno no puede dar lo que no tiene y todo lo que somos nos lo ha dado Él primero. Nos ha puesto su Amor en nuestro corazón y en nuestra inteligencia para darle salida y mostrarlo a los demás. Si no nos llenamos de ese Amor poco amor vamos a dar y poco va a reflejar ese amor aquel Amor. Si de verdad queremos que el amor que profesen nuestras obras, gestos, palabras y sexualidad sea un amor auténtico, sincero y humilde, debe estar dirigido y alimentado por ese Amor.

Damos amor porque Él nos amó primero. Conocemos el amor porque Él nos amó primero. Anhelamos el amor porque Él nos amó primero. Nos atrae el amor porque Él nos amó primero. Él es el motor, el Amor de los amores. Sin Él, nada tiene sentido y como hemos de dar un sentido y razón de ser a la realidad que nos rodea, si no Le tenemos en ella, nos perdemos por caminos oscuros y llenos de desamor. Él nos creó, hombre y mujer, para dar vida, para seguir dando amor, para llenar la tierra de bienes espirituales. Él dispuso que fuéramos como somos (con ese amor, personalidad y sexualidad) para realizarnos y ser felices en la tierra antes de pasar a la felicidad eterna. Porque hemos de madurar y moldear nuestro corazón para ese encuentro con el Amor de los amores.

¿Conocéis la frase de “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta que descanse en ti”? Pues así es. Hay que volver a Él para poder vivir plenamente. Él nos deja libertad. Cuando nos hemos movido libres por el mundo nos damos cuenta que necesitamos guiar esa libertad de la mano del Amor de Dios para no torcernos porque la carne tira para abajo y el pecado original nos ha dejado una huella. Una vez guiados por Él y, sobre todo, por la Virgen, podemos estar seguros de la victoria sea la lucha que sea y cueste lo que cueste; incluso si en ello caemos de nuevo. Ese Amor nos levanta más decididos para la lucha. Luchar por el amor vale la pena. Luchar con el Amor en tu vida vale la pena. Cuidar el amor vale la pena. Amar de verdad. Querer y amar bien vale la pena.


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