Revista Cultura y Ocio
Carta Nº 13
Lo primero que suelo explicar, en esta carta, es que es una tradición que comencé hace ahora trece años. Los primeros cinco, escribía un email a mis amigos contándoles el balance de mi año que despedía, y hace ocho años que comencé a hacerlo aquí en el blog. Así que está es la décimo tercera carta y esta la entrada 47 de este año (como también es tradición desde hace algunos años).
Esta misiva tiene el cometido de hacer balance al conjunto de mi año (siempre desde la parte positiva y desde el aprendizaje de la parte negativa) y me gusta hacerlo desde la perspectiva de una de mis teorías que explican el mundo o al menos lo intentan, porque como he dicho en otras ocasiones, cuanto más mayor y más estudio sobre psicología y sobre comportamientos humanos menos os comprendo…
Este año se me ocurrió la teoría visitando una tarde el Museo Reina Sofía con un buen amigo mío. Pasamos la tarde recorriendo exposiciones de estructuras e imágenes y subiendo y bajando los ascensores acristalados de fuera. Lo que me producen esos ascensores es algo extraño. Tengo miedo a los sitios cerrados y los ascensores no son un buen lugar para mí pero al estar abierto al exterior me parecen muy diferentes. Es curioso porque, de quedarme encerrada en uno de ellos, sería la misma situación pero que las paredes sean transparentes lo cambia todo. También observé que me encanta mirar al exterior cuando sube y sobre todo cuando baja aunque también produce un poco de vértigo ver como se acerca el suelo a gran velocidad y sin embargo es una sensación excitante que se puede disfrutar. Pensé que ahí tenía mi metáfora sobre la vida. Esa idea de que los que no arriesgan no ganan y que algunas cosas nos dan vértigo pero son las que más merecen la pena, pero aquello solo era la punta del iceberg de mi idea, que se encontraba en el interior del museo.
Mi teoría apareció en una obra que se encontraba ocupando toda una sala, que a priori no me pareció demasiado grande. Había unos paneles blancos y uno de ellos a modo de puerta que invitaba a entrar, si es que te atrevías. Tengo una máxima desde hace año y medio y es: vamos, valiente!, así que la traspasé sin saber qué me deparaba el otro lado. Así es la vida, decisiones y puertas que cruzamos sin saber cuales serán los resultados de dichas elecciones ni los efectos que harán en nuestras vidas.
Dentro había más paneles. Pronto descubrías que algunos giraban y podías cruzarlos también. Al principio iba con mi amigo decidiendo cuales cruzar pero pronto cada uno tomó un camino diferente. Es lo que ocurre en la vida, quieres a personas pero a veces los caminos se separan. Reconozco que quedarme sola en lo que descubrí era un inmenso laberinto blanco, me asustó. Me sentí perdida, desorientada y atrapada (otra vez un lugar pequeño donde estaba encerrada), y me agobié así que mi principal objetivo fue encontrar la salida, ni siquiera me puse a pensar donde se había metido mi amigo y como encontrarle. Necesitaba salir de ahí, así que me puse a traspasar paneles como loca, que giraban a un lado y a otro y ya no sabía donde estaba. De repente se me antojó un lugar infinitamente inmenso.
Por el camino encontré a un par de desconocidos. Con uno de ellos hubo hostilidad y con el otro nos sonreímos. Algo que ocurre en la vida, a veces, no sabemos por qué, hay personas que de primeras nos caen en gracia y otras que, hagan lo que hagan, no nos caen bien. Seguro que habría más gente en aquel laberinto pero no tuve la suerte o no suerte de encontrármelos, simplemente nuestros caminos nunca se cruzaron. A veces tengo miedo de esa premisa, seguro que hay gente encantadora con la que me llevaría estupendamente pero que nuestras decisiones de abrir o no puertas del laberinto, no hacen que nos crucemos.
Después de un rato, logré salir del laberinto y lejos de sentirme aliviada me sentí vacía. Salir del laberinto es como salir de la vida. Nos puede agobiar tomar decisiones o algunos problemas pero cuando no tenemos nada de ello tampoco podemos vivir las cosas maravillosas del mundo. Es como esa idea de vivir las cosas con la intensidad que se merecen pues seguramente suframos menos pero también nos evitamos las cosas más sublimes.
No me lo pensé mucho y volví a entrar. Además no había encontrado a mi amigo, así que de nuevo, a volver a elegir caminos, solo que esta vez con un objetivo claro y no me agobié sino que estaba esperanzada por lograr mi meta. Lo encontré detrás de una de las puertas y acabamos saliendo de nuevo, esta vez juntos.
Eso es para lo que valen los amigos, te encuentras por casualidad eligiendo pasadizos del gran laberinto intrincado que es la vida y deciden o no acompañarte en tus pasos. El camino, a partir de ahí tiene que ser consensuado y cuando uno de los dos decide abandonarlo por otro, hay que dejarlo marchar y nosotros seguir el nuestro porque, detrás de cada puerta, siempre encontraremos otras personas.
Mi camino por el laberinto este año se ha enriquecido de una manera insólita y nada esperada. Puedo decir que he conocido a personas maravillosas que me han hecho la vida más fácil y feliz y que les agradezco un millón de veces las veces que me han hecho reír, que me han escuchado, que me han dado un abrazo, que me han confiado sus secretos, que me han enseñado cosas valiosas, que me han abierto las puertas de sus casas y de su corazón, que me han dado “momentos Amelie”, instantes “kairós”, muchos “me acuerdos” preciosos, que han aguantado mis conversaciones profundas y que me valoran por como soy. Os adoro y por vosotros va esta carta. Que el 2016 sea tan bonito como lo sois vosotros.
Feliz 2016
PD. Creo que la exposición sigue estando, os invito a que viváis la experiencia por vosotros mismos y luego compartáis vuestras sensaciones y también que sigáis tomando vuestras propias decisiones en la vida, pues es lo que realmente importa y nos hará estar bien con nosotros mismos.