Si recordáramos a Carver (oregón, clatskanie 1938; nueva york 1988) el día de su nacimiento, o el de su muerte, o si creáramos un Día Carver, el propio autor se levantaría de su tumba y nos preguntaría “pero que estáis haciendo todos vosotros con esas caras de entierro cuando en realidad deberíais tener caras de carteros que no encuentran los buzones de sus cartas”, o algo parecido. Por eso es bueno recordar a Carver cualquier día, valiéndonos de cualquier pretexto, porque cualquier pretexto es magnífico para recordar la obra de Raymond Carver, uno de los mejores narradores del siglo XX. Aunque el pretexto de un taller literario es, sin duda, el mejor pretexto. Hasta se podría definir como una excusa muy carvesiana.
Cito el Carver narrador, que es con el que más me identifico, y donde creo que alcanza sus mayores y mejores registros, pero no desdeñemos para nada al poeta (Un sendero nuevo a la cascada, bajo la luz marina), muy especialmente, y al ensayista (la vida de mi padre), incluso. Anécdota de poema dedicado a Machado (Ondas de radio). Carver es el autor que abrió las puertas a la desnudez estilística y temática en la narrativa, mostrando escenas cotidianas sin ornamentos innecesarios.
Y es que Carver es un autor más que recomendable para un taller literario, teniendo en cuenta que el escritor nace de un taller literario –tal vez fuera la picadura del veneno-, en el de John Gadner, en 1960, y más tarde es el propio Carver el que recorre buena parte de las Universidades Norteamericanas como profesor invitado en diferentes talleres. Tengamos muy en cuenta que no existen antecedentes literarios familiares, que no es educado, ni mucho menos, en un ambiente cercano a la Literatura, y que a los 16 años ya estaba casado. Un matrimonio desastroso. Trabaja de todo un poco. Anécdota de la farmacia y la biblioteca del anciano (Carver tiene 18 o 19 años).
Escritor en una época donde buena parte del mundo, pero sobre todo el pueblo norteamericano, convive con una gran crisis de identidad social colectiva. Los grandes líderes, las grandes voces que marcaron el camino, quedan muy atrás, sólo son un eco del pasado que apenas es un rumor. La sombra de Kennedy comienza a difuminarse, Luther King apenas se recuerda, Classius Clay es una caricatura de lo que fue y ya no gana los combates y Elvis se quedó dormido, para siempre, en su dulce y grasiento sueño de estupefacientes. Es una sociedad, la americana, que ya no sabe contra quien lucha, dónde están las luces del camino, qué le depara el futuro. Un país fustigado por una guerra absurda, la de Vietnam, que provocó grandes heridas que aún hoy siguen sin cicatrizar.
Las consecuencias de la crisis abarcan todos los sectores sociales, y, muy especialmente, el económico. Se abre una gran brecha social, una gran frontera, entre dos américas radicalmente diferentes en cuanto a sus supuestos económicos. Es una sociedad desencantada estructuralmente, ya que ese desencanto lo trasladan hasta el nivel personal, produciéndose la gran degradación de la familia como concepto. Raymond Carver es el primero que escribe la palabra fin en la gran pantalla donde estaban proyectando esa película de majestuosos efectos especiales que llevaba por título El Gran Sueño Americano.
No es de extrañar que Raymond Carver nos muestre y nos hable de personajes en permanente precariedad. En precariedad emocional, divorciados con relaciones turbulentas con sus anteriores relaciones, o con las presentes, siempre con la esperanza de una nueva relación sanadora. Carver disecciona con extremada meticulosidad las relaciones humanas. También podríamos decir que los personajes de Carver viven en una permanente precariedad laboral: o su trabajo es pésimo, o no lo tienen, o tienen varios, y todos son igualmente pésimos. Esto nos habla de un escritor de esa gran clase media americana que durante décadas ha contemplado como su gobierno envía naves espaciales al espacio o invade países remotos, mientras que su estado de bienestar es inexistente, sin seguridad social, sin prestación por desempleo, etc. Por tanto, irremediablemente, los personajes de Carver cuentan con economías igualmente precarias. Hijos que prestan dinero a sus padres –por esa ausencia de instrumentos legales para la asistencia social-, prestamos entre hermanos, padres que mantienen las familias de sus hijos, y, sobre todo, prestamos que nunca se devuelven, que se amplían como hipotecas de goma, que van creando un clima molesto y apabullante que ninguna de las partes se atreve a denunciar.
Esta preocupación por lo social, o por la precariedad de los mortales –o de la sociedad-, es lo que diferencia y distancia a Carver de la generación Beat, así como de otros autores como Bukowski. Clasificar o tildar a Carver como un maestro o padre del realismo sucio lo entiendo como una gran equivocación. Carver no adopta jamás una postura irreverente, despiadada, atrevida, ofensiva o desafiante con respecto a sus personajes y las circunstancias que los rodean. Simple y llanamente, Carver no emite ningún juicio, ni ofensivo ni favorable. En este sentido podríamos estar hablando de un realista sin más, o, incluso, de un realista radical.
Tres grandes maestros proclamados por el propio Carver: Chejov –no olvidemos que muchos califican a Carver como el Chejov americano-, Hemingway y Tolstoi. De Chejov, sin duda, toma el método, la disciplina casi milimétrica que necesita el cuento, el tiempo, el ritmo, y, sobre todo, el realismo. Aunque es difícil de explicar, o suene mal la explicación, Carver fue mucho más realista que Chejov. En el autor ruso se encuentra en numerosos pasajes críticas, resentimientos, hacia las estructuras sociales de la Rusia que le toca vivir. Carver no juzga, no culpa, no nos muestra al culpable como culpable: sólo es un personaje más que el lector ha de juzgar. De Hemingway aprende el silencio, el explicar por omisión, la insinuación como contundente afirmación. De Tolstoi asimila la profundidad, la palabra como un periscopio que amplia la realidad que contempla desde la distancia.