Revista Cultura y Ocio
La tarde de este miércoles 11 volví a Ribera del Fresno a la inauguración de la Casa Meléndez Valdés, un espacio de interpretación y documentación sobre este ribereño ilustre, poeta y magistrado, y una de las figuras más destacadas de la segunda mitad de nuestro siglo XVIII. He vivido muy de cerca todo el proceso de creación de este espacio, desde que, hace más de cinco años, Piedad Rodríguez Castrejón, la alcaldesa de Ribera, me contase la intención de habilitar el inmueble sito en la calle que lleva el nombre de Meléndez Valdés, por aquel año —2014— recién adquirido para memoria y tributo del escritor ilustrado. Resultan tan fortuitos ciertos hechos que me pregunto cómo, después de dedicar tantas horas a la lectura y al estudio de las obras de «Batilo», ha sido mi hermano José María —desde su empresa «+ Magín» —que casi nadie pronuncia bien— quien ha dirigido toda la musealización y la preparación de los textos de una actuación tan encomiable. Muchas grandes ciudades con hijos ilustres desearían tener un espacio como el que acaba de inaugurarse en Ribera. Hace unos años, estuve en Florencia en el museo «Casa di Dante», y puedo asegurar que ni siquiera las tres plantas juntas de ese sitio en el centro histórico de la ciudad italiana pueden resistir una comparación con lo que ofrece en homenaje a Meléndez Valdés un pueblo agrícola de Tierra de Barros orgulloso de su historia. Han pasado más de treinta años desde que participé allí, junto al escritor Bernardo Víctor Carande, en la inauguración del busto dedicado a Meléndez ubicado en aquel entonces en una de las plazas a la entrada de Ribera; y ahora celebro continuar estando tan próximo a todo lo que alrededor del ilustrado nos llega desde allí. Es admirable. La casa tiene cuatro salas, una dedicada al hombre, otra al jurista, otra al poeta y la dedicada al político, y todas ofrecen información y análisis de un perfil tan intelectual y humano como el del que escribió los Discursos forenses. En una de ellas hay un panel que me resulta especialmente querido, pues se recogen en él imágenes y reseñas de los estudiosos de Meléndez, desde Martín Fernández de Navarrete, Quintana, Pedro Salinas o Antonio Rodríguez-Moñino, que pertenecen a un pasado conocido y no vivido, hasta investigadores que, ya sí, tuve el gusto de tratar, epistolarmente o en persona, como Jorge Demerson y John Polt, o como Emilio Palacios o Antonio Astorgano. A mis alumnos, que tienen que leer en la asignatura de «Textos de la literatura española del siglo XVIII» el próximo cuatrimestre la poesía de Meléndez Valdés propondré una excursión a Ribera, a partir de febrero, para que conozcan este espacio de interpretración y documentación que acaba de inaugurarse. Ojalá pueda ser.