Revista España
El camposanto de Casabermeja se antoja la antesala de un cielo donde alma y cuerpo parecen haber quedado libres de toda culpa, purgatorio y castigo.
El cementerio de esta pequeña localidad malagueña extendida a un lado de la autovía, que baja a la capital, es monumento histórico desde hace unas décadas, el más bello y 'feliz' de cuantos se conocen en Andalucía.
En las ocho provincias del sur habría que establecer una ruta por sus cementerios, del mismo modo que se establecen itinerarios culturales y turísticos por sitios vivos y en apariencia alegres.
En esa ruta habría que incluir los cementerios oscuros y abandonados de algunos pueblos de la Almería de los Filabres, donde la arquitectura negra parece una maliciosa metáfora de las pobres almas de sus gentes.
Habría que incluir también los camposantos de algunos pueblos del norte de Jaén, que tienen tanto que ver con los adustos túmulos de la Castilla vieja, donde los cipreses son como renglones adustos y tenebrosos en los que no cabe más que lágrimas y padecimientos.
La ruta por los cementerios de Andalucía debería parar de igual modo por los sacramentales del norte de Huelva, recostados entre laderas de sierra, ocultos entre plácidas dehesas, bosques de encinas y perfumados alcornoques donde el viajero siente que el muerto descansa entre una naturaleza recuperada y veraz.
O por aquellos otros pueblos de arquitectura blanca, calcinados bajo el sol gaditano, donde aún se cantan con voces flamencas a los que se fueron para siempre.