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Cáspita, Pau, la cagaste

Publicado el 05 marzo 2012 por Josep2010

Uno es de buena fe. Uno es que intenta ser optimista y siguiendo los consejos que uno lee en esto de la internet, procura mirar los acontecimientos de forma positiva, mostrando confianza.
Así que uno, lector infantil de tebeos patrios añejos, de cuando los tebeos sólo tenían color en la portada, se arma de valor y al grito de ¡Santiago y cierra España! se lanza en picado al visionado de una película que se estrenó no hace ni medio año y ya nadie habla de ella.
Una película que representaba a priori la consecución de un anhelo compartido por miles de antiguos lectores de tebeos, como uno, que viendo la invasión foránea de tipos en calzoncillos largos, caras pintarrajeadas, máscaras que ocultan identidades secretas y poderes provenientes de una casualidad circunstancial, uno, digo, deseaba ver en su pantalla preferida las aventuras del héroe valeroso presto a jugarse el tipo con sus propias manos sin ayuda de poderes extraños y con la cara por delante, pasando miedo pero dominándolo con el valor, que es esa sustancia de la que están hechos los héroes de verdad.
Héroes como el que se inventó hace ya muchos años Víctor Mora propiciando los reseñables dibujos de Ambrós que ilustraron como nadie las aventuras del Capitán Trueno y sus adláteres Goliath y Crispín y su bella dama Sigrid, Reina de una imaginaria Thule, nación del norte del norte, más allá del norte, muy pero que muy lejos del carpetovetónico suelo que pisábamos los niños embobados con tales aventuras, reclamo semanal seguro aunque a veces la traición aparecía en forma de El Jabato.
Para quien no haya leído en su niñez los episodios del celebérrimo caballero soldado y sus amigos y haya trabado conocimiento con el personaje después de emocionarse con los aventureros tecnificados de allende los mares, la sensación debe de ser distinta. Por fuerza.
Ha habido muchas ganas contenidas, muchas esperanzas y deseos callados aguardando que al fin la industria española del cine decidiera llevar a la gran pantalla al Capitán Trueno para que pudiera compartir fama y popularidad con otros héroes de ficción. Por lo que uno ha ido leyendo en los últimos años, la gestación ha sido dificultosa a pesar de la buena voluntad del propietario de la marca, el octogenario Víctor Mora, seguramente tan deseoso como todos los seguidores de contemplar una película basada en el héroe en mallas de acero.
Cáspita, Pau, la cagaste
Al final ha sido Pau Vergara el que asegura haber escrito un guión basado en la primera aventura del valiente caballero y además se encargó de producirla junto a Antonio Mansilla y ambos acabaron por acordar que se encargaría de dirigir el rodaje Antonio Hernández y la película la titularon El Capitán Trueno y el Santo Grial que, ciertamente, es plenamente indicativo.
Una película que ha costado diez millones de euros, miles arriba miles abajo, a base de subvenciones y patrocinios diversos, con más de la mitad de las escenas al aire libre y sin ninguna estrella en su cartel. Ese sí es un misterio. Porque el resultado deja mucho por desear.
Lo mejor, sin duda, el trabajo realizado por Javier Salmones que sabe fotografiar todo sin estridencias mientras sitúa el foco donde debe y no pierde detalle tampoco en las varias luchas a cuerpo que se producen.
También el vestuario y la caracterización de los personajes parece acertada y, contra la opinión de diversas personas, creo que las coreografías de las luchas están muy conseguidas porque prima en ellas no el espectáculo circense y los movimientos maravillosos sino la rotundidad del golpe y efectividad del tajo dejándose de florituras innecesarias: uno mata porque debe matar y no por amor al arte.
Precisamente llama la atención que en las luchas hay muertes, lo mismo que ocurría en los tebeos originales, a pesar de hallarse dirigidos especialmente al público infantil. Ahora y desde hace un tiempo, en algunas películas hay mucha traca y muchos heridos pero pocos muertos.
Y se acabó lo bueno. Porque todo lo demás únicamente consigue aburrir y desesperar al adicto al tebeo que se come las uñas propias y las de quien esté más cerca preso de una angustia inabarcable, incontenible, ingente, aliada a unas ganas enormes de convertirse uno en Goliath y emprenderla a garrotazos partiendo un montón de crismas.
¿Cómo ha podido creerse Pau Vergara que su guión tenía alguna posibilidad de resultar divertido, entrañable, creíble, ameno, bien sea todo junto, bien sea solamente uno de tales adjetivos justamente aplicable a su obra?
¿De verdad has pensado, Pau, que por escribir lamentables diálogos en los que introduces exclamaciones como ¡cáspita! los adictos al Capitán Trueno íbamos a sentirnos felices?
¿Es que no te das cuenta, que hace cincuenta años, a Víctor Mora le hubieran metido en la cárcel no por ser del Psuc sino por escribir exclamaciones como ¡coño! en un tebeo infantil, y que por eso usaba lo de ¡cáspita!?
No eres muy espabilado, Pau, aunque si eres listo para los negocios, seguro. Pero como guionista, mejor déjalo, ¿eh? y así nos ahorramos un montón de dinero de los contribuyentes.
Claro que Antonio Hernández tampoco queda muy bien parado, habida cuenta que, leído el nefasto guión, no tomó las debidas precauciones: si resulta que hay incongruencias y tienes presupuesto -otra cosa es que luego los dineros no aparezcan al momento- para rodar, pues haces unos planos y luego los borras y lo atas todo con un poco de lógica, ¿no? porque, digo yo, por ejemplo, que llegar a las playas levantinas desembarcando así, sin muelle ni nada, y al plano siguiente ya todos montados en caballos y jamelgos, pues queda un poco raro, ¿no?
Casi tan raro como la bella Sigrid que debe ser una rubia nórdica y se le ve el teñido de tercera clase, con la raya en medio de la cocorota bien oscura, aunque unas secuencias después ya se lo han aclarado. No importa, desde luego, que su acento sea gutural y suene a extranjero, porque en definitiva, el personaje no es del país. Lo malo es que, cuando abre la boca, no expresa sentimiento alguno, ni por las tonterías que formas los diálogos, ni por la forma en que las dice.
Lo mismo le ocurre al Capitán Trueno que tiene un físico muy adecuado al personaje y se mueve con soltura en las escenas de acción, pero cae a las profundidades en cuanto se ocupa de los tristes diálogos -tristes por lo malos que son- que el caspitoso Pau escribió para adornar con frases aburridas los sinsentidos que conforman una trama somnolienta, en buena parte por culpa del director que además, como con recochineo, se alarga hasta casi las dos horas en su exceso pirotécnico que nada a ver tiene con el espíritu bravo y aventurero del héroe.
Del resto del elenco se puede decir lo mismo, con el agravante de comprobar cómo el disponer de una buena voz, bien educada y conocedora de los insondables y al parecer indescifrables -para muchísimos (demasiados) intérpretes jóvenes (y no tan jóvenes) - secretos de la dicción y vocalización, no es suficiente impedimento para desbocarse en una sucesión de excesos, sea por acumulación gestual, sea por enquistarse en parecer de cartón piedra: los extremos no son buenos; nunca. Ahí hay otro fallo del director, que hubiera debido dirigir a los intérpretes y uno tiene la sensación que los dejó a su suerte, abandonados.
En definitiva, una muestra más de la enorme carencia del cine español que se muestra incapaz de ofrecer a un público cada vez menos incondicional siquiera un producto digno de un género en el que nuestra cultura no tiene nada que envidiar a nadie, porque no hay más que agarrar un libro de historia para hallar aventuras interesantísimas sin necesidad de aportar necedades pseudo artúricas sin venir a cuento, resultando por otro lado que en el apartado técnico los problemas revisten una entidad infinitamente menor que la falta de gancho de quienes dan el tipo en pantalla.

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