Toro y Torero. Rullot para Aplausos
Normalidad. Abrumadora normalidad, calma chicha, rutina cascabelera, con esas calificaciones, que descarrian de la senda por la que con tan buen nombre camina Adolfo Martín, ha salido echando humos el aficionado -ayer no había público- por la calle Xátiva abajo. La corrida no ha sido mala ni buena; ni mansa ni brava; ni inválida ni poderosa; ni morucha, ni enclasada; ni de Adolfo, ni de Martín, sino todo lo contrario. Si quitamos el segundo, de crueles intenciones, el encierro traído desde los Alíjares podría pasar perfectísimamante por ganado comercial en una de sus multiples y variopintas versiones bodegueras. Nobleza excesiva, para lo que viene demandando el escaso personal que acude a este tipo de corridas. En general la presentación fue buena, muy pareja, salvo dos grises cuya fachada lucía términos opuestos: el quinto, Monería, qué tino y qué arte tuvo la vaca, un galán de cine del blanco y negro, y el cuarto, que salió ya de chiqueros con la mengua de medio pitón. Poco después nos enteraríamos de que la calamitosa merma de sus defensas fue producida en un derrote por la mañana en corrales, y que los excelentísimos señores veterinarios de un montón de ilustres colegios acompañados por la regia autoridad competente, que como es sabido, pierden el sueño por velar por el pagador, decidieron aprobar el mutilado sin discusión. En el caballo la corrida cumplió, y en estos tiempos, cuando uno utiliza ese verbo, quiere decir poca cosa, más que nada que no se pareció a la corrida portuguesa, y que no hubo nada a destacar, a pesar del entrañable esmero de Castaño por fomentar la suerte de varas.
La buena nota de la tarde se la lleva el salmantino, que con su montera calada y su abnegación por una tauromaquia en desuso, cada tarde se le aparece al aficionado, que lo ha tomado como ojito derecho, como un espíritu atormentado, como los grandes románticos, que reniega de la decadencia y reta sin titubeos al resto de la terna, al de las patas negras -lo haya engordao quien lo haya engordao-, y a la dama de la guadaña. Merced a lo visto por la tarde, en el sorteo mañanero su bolita parece que fue sacada del sombrero por la docta mano del señor Jeckyll y míster Hyde. En el lote se llevaría una alimaña de las de ahora, se ha bajado el nivel y la expresión ya agrupa cualquier tipo de toro con comportamiento complicado o que salga de lo habitual, y el Monería, que era de garabatillo para el torero. Con el primero, el malo, estuvo valiente, buscándole las vueltas, robando pases aquí y allá, siempre por encima del prenda, que fue arrastrado por las mulillas habiendo conocido torero, cosa que no muchos de sus colegas podrían decir. Y con el bueno, más completo que sus hermanos, pelín noblón de más, quizás, y que generosamente intentó hacer mejor en un tercio de varas en el que el adolfo no cumplió con su parte del trato, estuvo sensacional, gustándose allá hasta donde aguantó el toro, templado, con cabeza, muy alejado de ese tremendismo de cercanías que gozosamente parece formar parte ya del pasado de Javier Castaño. Cortó una oreja, que es lo de menos, y nos deja cavilando hasta Abril, con Cuadri, en la Maestranza. Que Dios nos dé salud hasta esa fecha.
Sus compañeros de cartel dieron de sí lo que se esperaba, que tampoco era gran cosa. A David Esteve, en su día novillero puntero, no se le puede achacar su actuación lo más mínimo, es más, a muchos ha sorprendido, pues el asunto, dicho sea con todos los respetos, no pintaba muy bien. De torear en Ticapampa con el toro peruano a hacerlo en Fallas con los grises va un largo trecho que no todo el que se viste de oro es capaz de afrontar, ni todo el que paga entrada tendría que aguantar. El caso es que se dejó ir un tercero muy muy boyante, un caramelo torista, al que en una faena vulgar cortó una oreja al peso peruano. Al sexto, que no valía un duro, lo molió a pases, literalmente.
Y Calvo, que se presentaba nuevamente con ese aspecto bucólico que tanto exaspera, a pesar del buen corte, muy clásico, que tiene, ya tenía perdida la partida antes de inciarse el paseíllo. De salida, la cuadrilla, con el gran rehiletero Montoliú a la cabeza, valiéndose de la asquerosa artimaña del toque de la punta de la capa una cuarta fuera del burladero, estrelló varias veces contra las tablas las ilusiones de un ganadero que cría cinco años un animal, y las del abonado, que llevaba a la espera de ésto un año. En el caballo, se dió la orden, o no se dió, si es que se inhibió, que es casi peor en un director de lidia, de dar leña a base de bien. Aún con esas, pasó las de caín, incapaz de dominar nada, y a pesar de llevar el uy a los tendidos y dar con las costillas en la arena, su labor tuvo más señas de pura inoperancia que de bizarría. Hace falta mucho más que "tener buen corte de torero" para merecer un puesto en ferias.