


DATOSLas primeras menciones en el año 960 cuentan que el obispo de Toulousse se lo legó al conde de Carcassonne, después llegaría Bertrand de Saissac y tras la cruzada albigense Luis IX lo cedería en parte a los Sres de Saissac. En el siglo XV pasaría a manos de la familia Levis y después a Isle Jourdain. Numerosas batallas lo han dejado en un estado ruinoso.



Con un sol nada desdeñable en una explanada impía cruzo pues las extinguidas puertas. Desde la carretera hay un mirador fantástico para contemplar los restos de la fortaleza en la lontananza (lejanía). La muralla original data del siglo XII. Es fácil inferir lo que fue este lugar, poderoso, hermoso en su abandono, portentoso y sólido. En el interior del castillo, uno de los acicates (alicientes) de la visita, se halló en 1979 un tesoro del siglo XIII con unas dos mil monedas antiguas de plata que pertenecieron a la Autoridad Real. Un museo anexo conserva el hallazgo tras una vitrina.

Como decía, es imponente y sobrecoge en cierto modo. Ruinoso pero orgulloso. No fueron pocos los que tras las batallas y el abandono acudieron al castillo para recolectar piedras y con ellas fabricar sus casas.

Aquí se van varias horas, recorriendo muros fantasmales y estancias huérfanas donde crecen hierbas y vegetación salvaje o se arremolinan piedras y escombros.
El pueblo es encantador, floridas las calles estrechas, medievales rincones, auténtico como un recuerdo congelado. No faltan detalles fotográficos: un río manso, parterres florales, cuestas y rampas pedregosas, miradores magníficos...
No te puedes ir sin visitar la coqueta iglesia de San Miguel. Capillas pequeñas y muy coloridas, colorido que salpica el resto del templo como lluvia pulverizada. Está muy reformada, limpia y con olor a novedad. Es una iglesia alegre en cuanto a la vivacidad de sus tonos alegres, acogedora, ideal para íntimos encuentros familiares y pactos secretos con el Creador.
