"Aquí, si quieres vivir, si quieres tener algún derecho, tienes que volverte como ellos, convertirte en un colaboracionista, en un carcelero, en un chivato, en un traidor. ¿Te parece suficiente información? Estamos ocupados por fuera pero también por dentro. ¿Quieres más información o te basta con esto?" "Revilla, que no tenía con él tanta familiaridad como Santos, se sumó a la conversación cuando evocaron algunos de los lugares sagrados del falangismo: el Teatro de la Comedia, en el que se había celebrado el acto fundacional, y el Café Lion, con La Ballena Alegre en el sótano... ✔
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-¡La de veces que estuve allí con José Antonio! -exclamó, tratando de ponerse a la altura del propio Ridruejo, uno de los próceres del partido, compositor de varios versos del Cara al sol."
Como todos los finales de año leí, en los suplementos de los periódicos y en las revistas literarias que frecuento, listados sobre los mejores libros del año que se iba. En casi todos ellos figuraba en posición preeminente, si no en la primera, Castillos de fuego, la última novela de Ignacio Martínez de Pisón. Me la regalé por Reyes y es ahora cuando he dado fin a sus cerca de 700 páginas.
Es una novela larga, pero para nada pesada. Entra a formar parte del grupo de narraciones situadas durante el primer franquismo, ese momento en que la represión, las venganzas, el deseo de retornar al momento anterior a 1936, estaban a la orden del día. La vida en España transcurría dentro de una anormalísima normalidad. Nadie estaba seguro de lo que ese día, el siguiente, o cualquier otro podría ocurrirle; vivir al día, sobrevivir, era la aspiración máxima. Una aspiración compartida por todos, si bien los vencedores de la contienda tenían las de ganar; sin embargo, los perdedores mantenían viva su esperanza, pues la guerra en Europa, especialmente su discurrir a partir de 1943, auguraba -así decían y así lo creían muchos- el inminente desalojo del dictador.
Estamos ante una novela histórica de personaje coral que me ha recordado mucho a otras como La colmena de Camilo José Cela y, casi más todavía, a Las tres bodas de Manolita, tercera entrega de los Episodios de una guerra interminable, escrita por la prematuramente desaparecida Almudena Grandes. Precisamente es esta novela de la escritora madrileña la que más he recordado mientras deambulaba por Madrid con los personajes de Castillos de fuego .
Ignacio Martínez de Pisón presenta la vida en el Madrid que va de Noviembre de 1939 a septiembre de 1945 y la distribuye en cinco partes que el denomina 'Libros':
- En el primero, Noviembre de 1939 a Junio de 1940, asistimos a la presentación de muchos de los actores del relato, tanto los propiamente históricos como los de ficción. Del contexto mundial sobresale sobremanera la presencia en el panorama europeo de Alemania, que está realizando sus primeras invasiones: la de Polonia primero, seguida de otras como la de Francia. Esta parte finaliza en el emblemático edificio de Telefónica desde cuya terraza se realiza un castillo de fuego (fuegos artificiales) en homenaje a que Tánger ha vuelto a ser administrado por España dada la alianza que Franco mantiene con Hitler.
- En el segundo libro, Julio a Diciembre de 1941, los dos mundos madrileños se muestran en su interioridad: el de los ganadores (falangistas de siempre como Matías Revilla y no falangistas como Valentín Aja que durante la guerra militaba en el PC y que ahora es colaboracionista de la brigada político-social denunciando a antiguos compañeros); y el de los perdedores (republicanos, especialmente comunistas que intentan mantener viva la resistencia a la espera de que la guerra europea acabe con los fascismos, el de Franco entre ellos). Luego estarían los, digámoslo así, neutrales como Basilio, padre de Gloria, catedrático de universidad depurado y apartado de su cátedra por los vencedores; Félix Benítez, alumno de Basilio, enamorado de Gloria. Y también los arribistas que se apuntaron al carro del vencedor.
- En el tercer libro, Abril a Octubre de 1942, las historias de los miembros de este personaje coral conectan e inflexionan a través de una historia de celos existente entre los hermanos Ruiz: Esteban, protésico dental, y Aníbal, colaborador de Matías Revilla en la Comisión Revisora de Viviendas y Muebles; estos dos hermanos tienen muy mala relación entre ellos a propósito de la paternidad de Rocío, la hija de Rosario, esposa de Esteban. Lo que sucede entre los hermanos complica la vida a Revilla que no quiere verse salpicado por ello. Aquí se ven las maniobras dentro de los falangistas para echar a unos u otros. Si cayese el ministro Arrese, sostenedor de Revilla, Valentín Aja correría serio peligro. Por otro lado, en esta parte prosigue la represión en cárceles y Bernabé, el hermano de Cristina y de Eloy, encarcelado en Porlier, es fusilado junto a muchos otros. En contraste con lo anterior, Avelina, esposa de Matías Revilla, muestra la 'caridad' del Régimen. Caen muchos comunistas por la represión y las denuncias de Valentín; Eloy logra, de milagro, huir al monte.
- En el cuarto libro o cuarta parte, Septiembre de 1943 a Marzo de 1944, vemos la vida de los guerrilleros en el monte. En el grupo de Eloy, entre otros, están el Caralarga, Arsenio, el Chaconero, el Mancho, Ginés, niño pastor que ayuda a Eloy.... Estos guerrilleros realizan batidas por la zona, robos para aprovisionarse, ejecuciones sumarias por viejas deudas o por encargo del Partido. Porque el propio PCE también realizaba sus purgas. Al tiempo, en el interior de Madrid, Cristina participa en la Resistencia colaborando con Heriberto Quiñones, con Virgilio, y otros comunistas del exterior, como el primero, o del interior, como el segundo, que es su enlace con el Partido. Todo lo hace Cristina para así mantener, siquiera sea de manera epistolar, relación con Eloy. También en el interior vemos cómo se desarrolla la vida de Gloria con Félix, que los ha acogido, a Basilio y a ella, en su despacho de abogado. Por último, Valentín, empecinado en la persecución de sus antiguos compañeros, va medrando en el Cuerpo de policía.
- En la quinta parte o quinto libro, Febrero a septiembre de 1945, Eloy retorna a Madrid por orden del Partido. Personajes reales e históricos como Jesús Monzón y Pilar Soler serán llamados por el Partido desde Toulouse. Otros, como Gabriel León Trilla, no obedecerán la orden y sufrirán en propia carne su indisciplina. Si así, más o menos, discurre la peripecia real, la historia de ficción en esta parte final se va resolviendo. Lógicamente -eso lo sabemos desde el principio todos los lectores-, las aspiraciones de los antifascistas quedarán en agua de borrajas, serán puro Castillos de fuego. Pero Ignacio Martínez de Pisón culmina la historia de ficción, una hermosa historia de amor, de manera emotiva y muy esperanzadora para todos aquellos que hemos disfrutado leyendo la novela.
Una novela, en definitiva, muy equilibrada, que muestra grandezas y debilidades en los dos bandos: el sacrificio y la ciega entrega de los derrotados; las insidias, emociones y decepciones entre los falangistas que con ilusión militaron en la primera hora y que con el paso del tiempo -¡y de la guerra en Europa!- ven cómo son abandonados, dejados de la mano de Dios. Aquí se habla con emoción de Dionisio Ridruejo, falangista convencido que también con convencimiento dirige una demoledora carta a Franco, que lo depurará y echará del entorno gubernamental.
Me ha encantado pasar unos agradables momentos con personajes históricos que he estudiado, leído y algunas obras suyas incluso admirado. En la novela, centrada en el Madrid del franquismo del primer momento, la intelectualidad republicana no existe: los que no han muerto, como les ocurrió a García Lorca o a Antonio Machado, se han exiliado (Alberti, Cernuda, Emilio Prados...) y los que no (Dámaso Alonso, Aleixandre...) están silenciados en lo que se denomina exilio interior. Sólo quedó la intelectualidad que apoyó el golpe como los poetas falangistas Luis Rosales o Dionisio Ridruejo, autores teatrales como Arniches, los Álvarez Quintero o Jardiel Poncela. Algunos, como el propio Ridruejo, renegarían de su apoyo inicial a Franco, pero volver atrás ya era imposible.
"Mira quiénes están ahí: Pemán, Luca de Tena, Arniches... Es él, ¿no? Carlos Arniches, el de los sainetes. ¡Qué viejito está! Y allí mira: Fernando Díaz de Mendoza, María Guerrero... El de al lado debe de ser su hermano, el aviador. Un héroe de guerra."
En el campo de los nombres propios la novela me ha permitido conocer algunos de personas que desconocía, que tuvieron responsabilidades políticas en los muy represivos gobiernos franquistas de la primera mitad de los años 40 del pasado siglo:
- "Basilio había visto a varios gerifaltes del régimen entrar en la iglesia. Había reconocido a dos generales y varios ministros. A uno de ellos, el de Hacienda, José Larraz, lo había tenido de alumno veinte años atrás. Pero el que le interesaba era el de Educación Nacional, José Ibáñez Martín"
- "Mercedes Sanz, una mujer de mofletes rellenos y mirada infantil, con el pelo recogido en una compleja arquitectura de horquillas, que, aunque había vuelto a casarse, seguía vistiendo de negro para no renunciar a su condición de viuda de Onésimo Redondo, prohombre de Falange."
Al igual que me sucedió cuando leí Madrid de Andrés Trapiello, Castillos de fuego me ha parecido, por momentos, un excelente cartel turístico para la ciudad por donde deambulan toda esta serie de personajes. La verdad es que en definitiva es a Madrid a quien Ignacio Martínez de Pisón da el verdadero protagonismo.
"[Esteban] Cruzó la plaza, siguió hasta Carretas y salió a la Puerta del Sol. [...] En la esquina de Montera, se zafaba de una prostituta empeñada en colgársele del hombro [...]. Llegó Esteban a la Gran Vía. A partir de allí avanzó despacio, asomándose a las bocacalles de uno y otro lado, que estaban en plena ebullición: Valverde, Chinchilla, Jacometrezo, Libreros."
Los nombres de los seres de ficción e incluso el de los reales históricos no suponen más que un muestrario de los otros muchos que componían la población y la fisonomía de la capital de España, que por esos años alcanzaba el millón de habitantes. Con enorme acierto en 1942 " Dámaso Alonso en su poema ' Insomnio' decía: Madrid es una ciudad de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas) ". Y tal cementerio es patente en la novela que acabo de leer.
Dejando a un lado el importante fresco de represión política que se plasma en la narración, quisiera destacar la frescura, naturalidad y viveza con que el autor muestra la vida popular. Los madrileños de la novela sobreviven a duras penas, pero están vivos: luchan por sus ideales, se sacrifican por sus semejantes, sacan con esfuerzo -¡y también con picaresca!- a sus familias adelante, y aman con sinceridad a sus parejas, hijos, maridos, amantes... En definitiva, respiran vida, aunque se la juegan de continuo y pueden perderla en cualquier momento
La música es también un elemento importante en esta novela. Desde la sintonía del franquista parte radiofónico, que yo ignoraba que fuese una adaptación de un tema de Henry Purcell ("Concluido el parte informativo, sonó la sintonía habitual, una versión de la marcha Lillibullero de Henry Purcell") pasando por la música norteamericana del momento ("¡Glenn Miller! ¡Me encanta! Empezó a bailar al son de In the Mood"). Pero lo que a este respecto más ha llamado mi atención es la manera que tiene Martínez de Pisón de introducir la música popular del momento (tangos, canciones de la guerra reciente y otras) a base de unos cuantos versos o frases del tema en cuestión, sin necesidad de dar el título de la canción:
- "Granada, tierra soñada por mí. Mi cantar se vuelve gitano cuando es para ti..."
- "...Regando las flores hay una monjita, que como ellas tiene carita de flor y que se parece a aquella mocita que tras la cancela le hablaba de amor..."
- "...Rocío, ay, mi Rocío, manojito de claveles, capullito florecío..."
- "¡Ay, ba...! ¡Ay, ba...! Ay, babilonio que marea... ¡Ay, ba...! ¡Ay, ba...! Ay, vámonos pronto a Judea..."
Castillos de fuego de Ignacio Martínez de Pisón es una novela de lectura sencilla, con una estructura lineal, sin florituras ni alharacas, que avanza de manera ordenada por la España de 1939 a 1945. Es una España de traiciones, de maquis, de tretas dentro del Régimen, de brutal represión en todo el país y también en el interior del PCE, que se cargó a no pocos de sus militantes por -en su equivocada impresión- falta de disciplina.
"Supongo que no te suena el nombre de Heriberto Quiñones... Yo lo conocí porque vino a traerme una carta de Eloy. Era un hombre íntegro, noble, valiente, generoso: un gran comunista. Lo dio todo por reorganizar el Partido en el interior. Y, cuando digo todo, digo todo. Hasta la vida. Pero a los dirigentes que estaban en Francia, en México, en Rusia, no les gustaba que pensara por sí mismo."
En definitiva, estamos ante una novela coral, de personajes variados y muy creíbles, muy auténticos. Seres que aman, que traicionan, que a veces deben prostituirse para salir adelante, que traicionan, que luchan, que sufren, que mueren, que odian hasta el extremo... Una ciudad (Madrid) en la que conviven enemigos irreconciliables que durante la reciente guerra civil, algunos, se cambiaron de bando, colaboraron con el otro, y que en la "Paz" se instalarán en el el odio más profundo. ¡¡Una magnífica novela!!