Revista Cultura y Ocio
Castrillo de los Polvazares, el corazón del arriero leonés
Por @asturiasvalenci Marian Ramos @asturiasvalenci
El alma arriera que late en Castrillo de los Polvazares te va a pedir que des rienda suelta a tu imaginación. Belleza austera y cálida de un pueblo de piedra y madera. Hay lugares en los que la belleza no estriba en su arquitectura sino en la mirada de quienes los recorremos. Es esa predisposición especial para poder sentir y observar detalles que a otros pueden pasar desapercibidos.No vamos a llegar a Castrillo de los Polvazares con ninguna guía para recorrerlo porque, sencillamente, no se necesita. Porque este pueblo pequeño solo te pide que lo recorras pausadamente, que lo mires hasta con afán curioso si te apetece. Que saludes a los peregrinos que hacen un alto en el Camino de Santiago o que dediques una sonrisa a alguno de sus habitantes. Este pedacito de tierra leonesa lo descubrí por casualidad porque no conocía su existencia ni lo tenía planificado en el viaje a El Bierzo que hice.Cuando lo recuerdo doy gracias a aquella mujer de edad avanzada que me vio en Astorga sentada en el banco de un parque. Yo miraba el callejero de esta ciudad buscando algún monumento que me hubiera dejado por visitar. La anciana se paró a mi altura y me preguntó si era de allí. Cuando le dije que no, comenzó a proponerme una lista de monumentos y lugares que parecía sabérselos de memoria. Entre ellos pronunció el de Castrillo de los Polvazares que me llamó la atención. -¡Uy! Pero de allí no te puedes ir sin probar el auténtico cocido maragato- me aconsejó la buena mujer.Y hacia allí me fui porque estaba muy cerca de Astorga. Tan solo unos cinco kilómetros separan los dos pueblos. ¿Me acompañas?Castrillo de los Polvazares es de esos pueblos que hay que conocerlos con ánimo de andar porque está prohibida la circulación de vehículos que no sean de los propios habitantes. Y me gustan esta clase de lugares porque te ayudan a recorrerlos en completa libertad y silencio. Así que debemos aparcar el coche en la explanada que hay en las afueras y disponernos a disfrutar. Parece un pueblo mudo condenado a un abandono un poco irreal. Porque si lo visitamos en el mes de octubre y en un día entresemana, como yo hice, es probable que no nos crucemos con ningún habitante. Esta soledad nos provocará que intentemos cotillear más allá de sus puertas o ventanas. Pero difícil será porque son casas de piedra rojiza muy austeras. Y sus ventanas casi siempre se encuentran en la primera planta. Quizás, si damos algún saltito…Paseamos por calles empredradas y muy anchas. A los lados, casas de piedra rojiza que pueden fundirse perfectamente en el horizonte con la naturaleza que las rodea. Casas de teja árabe o de losa tan característica de esta comarca maragata. Un pueblo de piedra y madera donde los marcos de sus puertas se hallan pintados en blanco. En color verde el de sus ventanas. La mayoría de sus puertas son muy anchas y en forma de arco de medio punto. Las construyeron así para que los arrieros pudieran entrar con sus carros. Silencio, tranquilidad y aromas.Tranquilidad. Si nos dejamos llevar por la imaginación, entonces, sentiremos el palpitar del corazón del arriero. Ese que supo forjar, a pesar de la dura condición de su existencia, su propio espíritu en Castrillo de los Polvazares. Silencio solo roto por el ruido de los carros que los arrierosllevaban de unas tierras a otras. En un trasiego diario viajando para poder subsistir más allá del lugar donde nacieron. Fueron aquellos comerciantes y viajeros que un día estuvieron dispuestos a llenar sus carros de mercancía y recorrer otros territorios, más allá de León, buscando compradores para sus productos.Decían que los arrieros eran tan nómadas como los beduinos. Su honradez y su laboriosidad los distinguía del resto de comerciantes. Personas tranquilas y de rostro serio que daban tanta confianza que hasta se les llegó a confiar el transporte de oro. Comenzaron distribuyendo productos que elaboraban los artesanos de Castrillo de los Polvazares: cera y mantas de lana. Momentos muy delicados pasaron con la llegada de la revolución textil.Nunca sus carros iban vacíos porque, después de vender su propia mercancía en Galicia, los cargaban de salazones, embutidos y vino para seguir con su trasiego diarioPero la llegada del ferrocarril fue la herida mortal que marcó para siempre a esta estirpe de hombres trabajadores que supieron dejar su esencia en toda la comarca maragata.Muchos de ellos se vieron obligados a establecerse permanentemente en tierras gallegas, Madrid o, incluso, al otro lado del Océano, sobre todo, en Argentina.¿Aromas? Sí. Porque durante los fines de semana, Castrillo de los Polvazares se llena de viajeros deseosos de degustar el cocido maragato, ese plato tan peculiar que se come al revés. Potente comida que puede mezclar hasta siete clases de carnes diferentes con garbanzos, berza, patata y caldo. Primero las carnes, luego las verduras y finalmente la sopa de fideos. ¿Aromas? Sí. Aroma a miel. A miel densa y sin purificar que compré a un apicultor en su casa particular. Bellísimo color que iba en un bote de plástico de cinco kilos. Bueno…Me aseguró que eso pesaba. Aunque, terminado el viaje, pude constatar que había desparecido casi kilo y medio de miel… ¿Por el camino? De todas formas, estaba buenísima.Castrillo de los Polvazares… Un día dije que era el pueblo del silencio y de la soledad; que me inspiraba su entorno y el deambular por sus calles…Y, de pronto, me sentí muy acompañada. Nostalgias de un tiempo no tan remoto que han hecho que Castrillo de los Polvazares ya forme parte del camino…Ese que debemos recorrer, cada uno, cada día.