Nótese también el uso del verbo griego hegeísthai = considerar, ponerse a pensar. Adán y Eva, ante la tentación de la serpiente, llegaron a considerar que lo que el diablo les sugería era algo a lo que había que aferrarse. Eva, por lo menos, parece ser que llegó a esa conclusión. De Adán, en cambio, se nos dice expresamente que «no fue engañado» (1 Ti. 2:14), lo cual aumentó, al parecer, su culpabilidad. Pero ninguna «serpiente astuta» (v. 2 Co. 11:3) pudo engañar, ni por un momento (nótese, en Fil. 2:6, el aoristo hegésato) al «Postrer Adán», al «Señor de los cielos», y hacer que considerase el ser igual a Dios como algo a que aferrarse, siendo así que era realmente Dios: el Hijo de Dios, tan verdaderamente como que era también el Hijo del Hombre. De ahí que podemos traducir el v. 6 de la manera siguiente: «Quien, estando en posesión (gr. hypárkhon) de la forma de Dios, nunca consideró que el ser igual a Dios fuese una usurpación.» Ser lo que uno es no es usurpación. El que ha nacido noble, principe o rey, es precisamente el que puede descender del pedestal sin perder la dignidad.

