Por Eloy González
Entendemos como síndrome un tipo de enfermedad grave, un conjunto de desarreglos del organismo que no suelen tener cura. Síndromes que todos conocemos son por ejemplo, el de Down, el de Asperger, o el de Diógenes pero hay cientos de ellos. Cuando sabemos que alguien tiene un “síndrome”, nos solemos a apiadar de la persona y le deseamos la mejor de las suertes.
Allá por 2006 apareció un artículo del profesor y periodista afincado en Cataluña Antonio Robles, que me dejó impresionado: “El síndrome de Catalunya”. Y me dejó impresionado, no tanto porque me cogiera de sorpresa su contenido sino porque detallaba milimétricamente la idea que yo tenía de la sociedad catalana. Robles fue como el descubridor de un síndrome cualquiera que dejaba a la posteridad los síntomas, causas etc. de la enfermedad que llevaría su nombre.
En el mencionado artículo el autor separa la sociedad catalana en niveles y les pone nombre. Habla de hasta 11, que van desde los “castellanos alienados” (inmigrantes del cinturón industrial que no son conscientes de su realidad porque básicamente agradecen a Cataluña el hecho de poder comer 3 veces al día) hasta los “castellanos conversos” a los que tilda de “los peores” (charnegos que se han pasado al lado oscuro y que desprecian profundamente sus orígenes españoles hasta la náusea): los renegados, los más papistas que el Papa, todo por hacerse perdonar su pecado original de haber contaminado la pureza de la sociedad catalana con sus modos y maneras mesetarias castellanas o de olivar andaluz.
Desde que Robles escribiera el artículo, hemos ido muy a peor como ya nos temíamos. Zapatero, ese muñeco diabólico, volvió a dar alas al síndrome con su empeño en sacar adelante el “nou estatut” y el “aceptaré todo lo que venga del Parlament de Catalunya”. Su régimen nos vendió aquello de “dentro de 10 años Cataluña y España serán más fuertes y ud. y yo estaremos para verlo”. La realidad se llama ahora mismo Quim Torra o “Kim Jong Torra” como le llaman los memes. No podía ser de otra manera.
Si no se ataja el problema contraponiéndolo con algo potente y creíble, el problema te come y te supera. Al régimen colaboracionista de Vichy Zapatero con los Montilla o los Artur Mas de turno, le siguió el régimen también colaboracionista de Mariano Sáenz de Santamaría, o sea la más pura omisión proactiva de actos, actos que cualquier gobierno serio y seguro de sí mismo hubiera acometido.
El paso del tiempo descompuso la herida, el síndrome tuvo más episodios y síntomas y acabamos con una sociedad enloquecida, quebrada en mil partes, con patrullas de modernos escamots de lazo amarillo que cortan carreteras y autopistas, apoyados por cadenas públicas de televisiones con sus mulás entonando “Cataluña es grande” y eligiendo presidentes de la Generalitat que llama a los españoles “bestias con forma humana”.
Como cualquier síndrome, lo de Cataluña tiene una cura complicada o simplemente no tiene, por lo menos a medio plazo. Nos toca aplicar métodos paliativos, dejar que el tiempo pase, convivir con el mal, esperar que no se extienda por otros lugares aun no contaminados y que llegue un salvador que nos devuelva el país normal y orgulloso que fuimos una vez.
Muy largo me lo fiáis.