Revista Viajes

Catarismo

Por Orlando Tunnermann

CATARISMOEN LA FOTO, CASTILLO DE LASTOURS.Comienzo mis nuevas crónicas viajeras, recién paridas y concebidas en el humeante horno de mi mente, que es como una fuente de lava y fumarolas inextinguibles que nunca callasen ni durmiesen en el regazo de un volcán, comienzo, decía, con un bellísimo cuento “chino” que ni los retoños ni púberes más tiernos y crédulos creerían, pero allá va...
“Érase una vez un país imaginario donde la gente convivía feliz, en eterna paz y armonía, pese a las matizaciones singulares de las diferencias sociales, credos, religiones e idiosincrasias. No existía el concepto de intolerancia ni radicalismo; nadie era más que nadie y La Santa Madre Iglesia era catecismo ecuménico (universal) para todos los hijos del Señor. 
La Iglesia vehiculaba, inseminaba, respiraba, exhalaba y promulgaba el amor entre todos los hijos del Creador. Servía como hogar unificador, consolador, redentor; un refugio para escapar de las tormentas más severas; el antídoto que desvanece odios, iniquidades, perfidias, conjuras y maldades ante el murmullo arrullador de la fe...”
Colorín colorado este cuento se ha acabado. Me aburren las patrañas, lo admito.
Hablemos en serio y comencemos ya con una historia real que ojala fuese simplemente otro cuento “chino”; una sarta de mentiras ideadas por algún novelista sensacionalista.
Antes de adentrarme en el meollo de las crónicas viajeras por el sur de Francia es imprescindible presentar a unos personajes indispensables: los cátaros.

CÁTAROS.Se dice, se teoriza con que su llegada a oídos de este mundo variopinto y en constante evolución tiene su origen en el siglo X. Se ha dicho con cierta recurrencia que los cátaros provendrían de Europa Occidental y Asia Menor y que la orden religiosa cristiana dualista bebería de las fuentes del bogomilismo o tal vez del conocimiento e ideología del filósofo pensador persa Manes (siglo III), quien fundaría la idea del maniqueísmo que propone dos principios creadores: uno para el bien y otro para el mal. Pese a las evidentes analogías, lo cierto es que no se han hallado testimonios de sus adeptos que hagan referencia al filósofo persa ni a sus dogmas, escritos, etc. No hay plena seguridad en que el catarismo sea una corriente religiosa evolucionada del bogomilismo.
Ascendiendo en una escalera piramidal encontramos a los llamados “cátaros perfectos”, quienes debían realizar voto de castidad y pobreza y desprenderse de bienes, propiedades, etc. Subsistían básicamente de limosnas y llevaban una vida dedicada a la oración, la contemplación y el ascetismo. Se me antoja este modo de existencia rayano a las prédicas de Jesús, sin tanto crucifijo de oro, joyas y reliquias de plata e iglesia monumentales y palaciegas.
Eran seres mortales humildes sin ambiciones materiales. Los cátaros vendrían a estrellarse con el muro de la aberración radical en las cruentas y mortíferas, amén de “genocidas” y nada cristianas, cruzadas cátaras o albigenses; así denominadas porque en la ciudad de Albi existían algunas de las comunidades cátaras más grandes. Aquello fue básicamente un exterminio humano instigado por la Santa Madre Iglesia de Roma, promovido por el Papa Inocencio III allá por el 1208. Los cátaros fueron quemados vivos en piras humanas, asesinados, perseguidos y asediados sin descanso, condenados a morir de hambre, sed y frío para socavar sus exiguas resistencias y después ajusticiarlos en públicas hogueras. Así, la iglesia católica erradicaba la preocupante ascensión del catarismo; una apócrifa corriente religiosa subversiva y herética según su criterio y ante los ojos de Dios. “Brillantes palabras” para excusar sus atrocidades.
El detonante, el punto inicial de la masacre, llegaría con el asesinato del legado pontificio Pedro de Castelnau, un monje cisterciense de la abadía de Fontfroide. Raimundo VI daría luz verde al crimen que tuvo lugar en Saint Gilles, una ciudad del departamento o región del Languedoc-Rosellón.
Los cátaros creían en la purificación del alma (“catarsis”, limpieza, expiación, liberación). Cristo no habría venido a la tierra para redimir al hombre del pecado original, sino pararevelarles el camino de la redención que permitiría a las almas atrapadas por El Mal acceder al reino de los cielos.
EL ÚLTIMO CÁTARO
Guilhem Belibaste fue el último cátaro perfecto, quemado vivo en el castillo de Villerouge Térmenes en el año 1321.

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