La mirada extendida sobre el blanco, estructurándose desde los despojos,
preocupada por la futilidad, reconociéndose
en la futilidad y reteniendo despojos
de frutos y semillas , construyéndose sobre,
el asfalto mudable trascendido
y elevado a metáfora confusa
del silencio sobre el que se disponen
y ordenan: hojas secas, vainas rotas,
vacías o aún cargadas de promesas
que pronto serán nada, tal vez como el amor,
cuyos senderos -parecen sugerir
los catorce parcos versos-, conducen
a un refugio final que es el recuerdo,
cuyos contornos significan
pero callan y en esa extraña forma
del silencio contienen todavía
-como algunas de esas vainas caídas-
simientes que no habrán de germinar,
de antemano abocadas a una extraña
forma de traición a su naturaleza.
Semillas, sueños, pasos, acritud
indecible de un paisaje cifrado
en su miseria y en su desolación,
en la indefinición de sus contornos
y en la ausencia de marco, de paisaje,
de trama natural donde poder
situar sus elementos, imbricarlos
y ofrecerlos de forma diferente a la mirada.
[Escrito para la exposición homónima de Antonio Gómez Ribelles en la Galería Bisel (Cartagena, 22/IV-10/V de 2010) a la que pertenece el cuadro reproducido arriba, y en cuyo catálogo ha sido publicado.]