Si hace unos días hablábamos de sus principales características, esta vez nos centraremos en las circunstancias que más influyen para depender emocionalmente de alguien a lo largo de nuestra vida.
Recordando que la esencia de la dependencia emocional es alimentarse constantemente del afecto externo y medir la valía personal en función de la aceptación de los demás, estudios realizados en 2015 relacionan la calidad de nuestras primeras interacciones familiares con una mayor predisposición a la dependencia emocional. Siguiendo esta hipótesis, reunimos aquí las experiencias tempranas más determinantes:
– Carencias afectivas: Visualicémonos por un momento a primera hora de la mañana de camino al metro. Más dormidos que despiertos a pesar de estar caminando, siendo conscientes de que hay gente a nuestro alrededor pero sin prestarles atención. Las figuras paternas de estos niños se comportan de forma similar, siendo la frialdad, la ausencia de detalles o la pasividad ante los logros y problemas de sus hijos la tónica general de su comportamiento. Viviendo esto, creceremos pensando que no es suficiente siendo como somos.
– Subestimación: En este caso los padres están continuamente pendientes, corrigiendo y haciendo todo por sus hijos por considerarlos incapaces de hacerlo por sí solos. Creceremos con la sensación de que los éxitos conseguidos han sido gracias a cualquier razón antes que por nosotros.
El clásico “trae que tú no sabes” ilustra muy bien esta dinámica, buscando de adultos ser protegidos por una figura más dominante.
– Agresividad física y/o psíquica: No hablamos de un hecho aislado. Las amenazas, acusaciones o bofetadas forman parte de la rutina diaria, pudiendo llegar a sentir culpa por no estar a la altura de nuestros referentes.
– Chantaje emocional: Has quedado para cenar con tus amigos y mientras te estás preparando es habitual oír de fondo “Me tienes abandonada/o, “si te vas me quedaré aquí solo/a y triste”, “conmigo estás mejor que con nadie”, etc. En este caso es el progenitor quien intenta compensar sus necesidades afectivas, dificultando nuestra autonomía y desarrollo afectivo, haciéndonos sentir culpables por estar “abandonando” a quien nos quiere incondicionalmente.
¿Es indispensable vivir alguna de estas situaciones para depender emocionalmente de alguien en el futuro? No.
Si somos educados en cualquiera de estos cuatro ambientes puede que tengamos más facilidad para normalizar y extender nuestra dinámica en el futuro, pero existen otras experiencias que pueden influir:
– Puede que nuestro ambiente familiar sea seguro y recibir los menosprecios o la frialdad por parte de nuestros compañeros de clase.
– También puede ser uno de los padres el que muestre una afectividad inadecuada pero que el otro lo compense y nos sintamos queridos y aceptados.
– Habiendo tenido un entorno familiar estable y siendo aún muy joven (sin apenas experiencias vitales y a medio camino de formar nuestra identidad) puede que comencemos una relación con alguien que cambie nuestra concepción de la afectividad y nuestra dinámica.
Estos ejemplos nos llevan a pensar en el sinfín de matices y posibilidades que pueden darse y en consecuencia, lo fácil que parece experimentar algún tipo de dependencia emocional en algún momento de nuestra vida.
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