Revista Religión
Leer | ROMANOS 12.5-7 | A los ojos de Dios, cualquiera que peca es un rebelde, y Romanos 3.23 nos dice que todos somos pecadores. Ahora bien, es entendible que un incrédulo decida actuar sin tener en cuenta la enseñanza bíblica. Pero ¿qué de los que hemos consagrado nuestra vida a obedecer a Cristo? ¿Qué nos hace apartarnos de la voluntad de nuestro Padre celestial?
Hay dos tendencias humanas muy fuertes que llevan a la desobediencia: la duda y el orgullo. Ambas pueden ser peligrosamente engañosas.
1. La duda es la lucha mental sobre si creer o no las promesas de Dios. Desde nuestra limitada perspectiva, no podemos entender cómo trabaja Dios. A veces, su manera de actuar no parece ser el camino correcto; por eso, para obedecer debemos lanzarnos por fe. Podemos sentir como si nos estamos lanzando desde un precipicio, confiando en la cuerda invisible de Dios que nos sostiene. Si damos oído a nuestra duda, desobedeceremos con toda seguridad.
2. El orgullo es el pecado que llevó a Satanás a caer del cielo, y es un obstáculo engañoso para los creyentes, también. Todo lo que hagamos motivados por el orgullo es rebeldía contra Dios.
Sea cual sea la causa, el pecado lleva a la muerte. El camino de Dios es la única vía que lleva a la satisfacción, la paz y la vida.
El enemigo quiere atraernos con la duda y el orgullo: creemos que ambos están bien, y los justificamos fácilmente desde nuestra perspectiva. Pero los creyentes deben seguir más bien las sabias palabras de Josué: “Escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos 24.15).
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