Terminaba el verano, y cruzaban por el matorral las aves de paso, rumbo al sur. Un zarcero políglota, papamoscas grises, una collalba gris, currucas capirotadas... En el filo de los espinos albares siempre trajinaba alguno de estos nómadas, y a pocos pasos asistía yo a este entretenimiento cuando se oyó un piar extraño. Me llevó unos momentos localizarlo: era una hembra de curruca cabecinegra, chillando, como graznándole a algo invisible que odiase y que quisiera ahuyentar, entre las ramas de espino cargadas de frutilla roja. ¿Cuál era el blanco de esa ira diminuta? A través de los prismáticos sólo se distinguía delante de la curruca una rama mocha, gruesa y roma. De pronto la rama se giró y contemplé atónito cómo se transformaba en un pequeño búho, un autillo (Otus scops, ver ilustración) que me observaba silencioso, petrificado, con grandes ojos extraviados y minúsculas "orejas" de plumas. A su lado seguía gritándole la curruca, esta vez con algunas compañeras también empeñadas en echar de allí al autillo, que soportaba a estos acosadores con aparente calma.
El acoso de los pájaros a las rapaces nocturnas es un ejemplo más de una conducta muy extendida sobre todo en las aves, la de molestar a los depredadores. ¿Qué sentido tiene? En el caso que observé, el autillo puede a veces cazar pequeños pájaros, quizás currucas o sus pollos, aunque se alimenta básicamente de insectos grandes durante los meses de primavera y verano en que nos visita. Así que las currucas quizás actuaban así por proteger a su descendencia, pero se ha demostrado que hay otro posible motivo para esta conducta: que los jóvenes aprendan a distinguir quién es su enemigo, al ver a los adultos señalarlo. De hecho, al parecer las reintroducciones de aves en ocasiones fracasan por falta de esta tradición cultural, que curiosamente implica a varias especies. Como si hubieran desarrollado un sentido de solidaridad comunal, pájaros de distintas especies (herrerillos, carboneros, pinzones...) apoyarán el acoso iniciado por uno de otra especie. ¿Qué tienen que ganar con ello?
Está claro que mucho, si el depredador caza habitualmente pájaros de distintas especies. No es extraño que la evolución haya favorecido esta clase de altruismo entre especies, ya que actuar en grupo contra los enemigos es más eficaz para echarlos del territorio y eso trae ventajas individuales para los que participan en el acoso. La insolidaridad de un pájaro que no colabore podría verse penalizada a largo plazo si su descendencia persiste en esa actitud, ya que en teoría eso favorece la presencia de más enemigos en el paraje. Además, ¿por qué no colaborar? Incluso el ejemplar que inicia el acoso no tiene por qué perder nada con ello salvo algo de tiempo y energía, y puede ganar algo: el respeto del depredador. Porque al enfrentarse a él le está dando la prueba de que es un ave fuerte, valiente, por tanto una mala elección como presa. Tal vez el enemigo capte así el mensaje de que todas las aves de esa especie sean presas difíciles, lo cual beneficiaría a la descendencia del acosador. En resumen, el acoso a depredadores parece ser como una buena jugada de ajedrez de esas que a la vez atacan y defienden varias cosas.
El autillo pronto huyó del espino albar, perdiéndose entre las encinas. Las currucas se tranquilizaron, pero los caminos de la evolución son tan caprichosos que quizás después prestaron oídos a algún alcaudón real en paso, imitando el canto de las currucas de su especie, y se acercaron a él, y en vez de acosarlo lo oyeron mansamente, hasta ser capturadas y devoradas (ver este post). Ante lo cual surge la duda: ¿acosan al autillo porque realmente les causa bajas, o sólo porque se parece lejanamente a alguna rapaz muy peligrosa para ellos (por ejemplo, un gavilán)? Es difícil saber por qué hacen lo que hacen unos seres vivos tan complejos en su psicología como... los pájaros.