Revista Cultura y Ocio
Leo sobre el más esperado combate de machos alfa de la literatura española, el duelo otoñal en medio de la niebla, el encuentro en un ring imposible, el libro sobre Camilo José Cela que Francisco Umbral venía prometiendo o susurrando desde hace lustros (en Las palabras de la tribu ya adelantaba que se aprestaría pronto a su confección), el acta notarial y tributaria de un discípulo aventajado, casi faraónico, que se prosterna ante el Nobel gallego (“El ser glorioso que he tratado más de cerca es Cela”, p.131), pero que no se recata a la hora de señalar sus defectos: afirma (entre otras muchas y suculentas cosas) que La catira es un libro que se hace pesado (p.31); que La cucaña tiene un título muy vulgar (p.43); que Cela era un “franquista residual” (p.61); que amañó más de una “sucia trama” (sic) de autopromoción (p.81); que estaba aquejado de impotencias notorias (“Cela donde falla es en los argumentos”, p.82); o que más bien empleaba poco tiempo en la seducción de la mujer (“Los hipopótamos no coquetean”, p.141). O sea, el pulso a cara de perro entre el ácrata de derechas y el ácrata de izquierdas.Pero a mí, que soy lector inveterado y fervoroso de Umbral (calculo que unos 50 libros suyos), y que conozco bien los primores líricos que puede alcanzar con su pluma, me ha sorprendido la escasez deslavazada de este ensayo, fabricado con una prosa casi doméstica, de urgencia gris, exiliada de los brillos habituales en él. Es como si el dolor por la pérdida del amigo, del padre y del profesor de energía, lo hubiera paralizado, le hubiese impedido obtener el punto exacto, rojo y caliente, de su literatura más arrebatadora, que sí encontró a la hora de glosar las muertes de su madre o de su hijo.Por eso creo que este volumen sería bueno ostentando otra firma en la portada; pero que, llevando la suya, no pasa de ser un discretísimo tomo. Quevedo no hubiera escrito sin rubor un poema de Antonio Gala. Y creo que esta obra (tan largamente esperada por sus lectores) habría sido mejor dejarla reposar, para aquilatarla, pulirla y enriquecerla, unos años. Lo que ocurre es que entonces no habría gozado de la inmediatez comercial que el caso requería. Pero ese es otro asunto, más económico que literario, y estimo que Umbral no tendría que haber sucumbido a la tentación de venderse con tanta rapidez.