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Cena familiar

Publicado el 22 junio 2013 por Amaya Muñoz Azanza @AmayaMAzanza

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    Autora: A. M. Azanza                      Género: Comedia
Cena Familiar    Parecía increíble pero lo habían conseguido de nuevo. Habían transformado una tranquila cena familiar en otra batalla campal.    El puré de patatas salió volando de la fuente y aterrizó en el vestido de la abuela. La verdad es que el puré de mi madre siempre ha sido horrible, no fue una gran pérdida. Aunque creo que la abuela no opinó lo mismo pero, sin duda, no por el engrudo amarillo sino por su vestidito de flores recién estrenado. Vaya sofoco se llevó.
   El culpable no había sido otro que mi hermano Miguel y su mal genio, que se disparó en plena discusión. Se levantó de repente, tiró la silla y golpeó la mesa con el puño y con la mala suerte de alcanzar la famosa fuente. Resultado, el primer vuelo de punta a punta de una mesa de un triturado de tubérculo.
   Mi madre corrió a socorrer a la abuela servilleta en mano. Inútil, no hacia más que extender las manchas al intentar quitarle los pegotes. Mi padre se levantó enfurecido gritándole a Miguel por lo que había hecho. Tampoco fue una buena idea. Enganchado el mantel en los pantalones de papá, cuando empezó a moverse bruscamente los vasos cayeron, inundando la mesa con una mezcla de agua, zumo de naranja y  Coca-Cola. Al tiempo, varios cubiertos decidieron animar la velada con un concierto de metal al caer al suelo. Yo llegué apenas a coger mi plato antes de ser duchado por una riada de guisantes y carne estofada. Mi hermana Sandra no fue tan rápida y aderezó sus vaqueros con la ensalada de arroz, ante la risa disimulada de su novio, Ángel, que, sentado a su lado, observaba en silencio las desavenencias familiares.   A mi sobrino pequeño, en cambio, no le pareció divertido. Tanto grito debió asustarle y rompió a llorar. Primero unos pucheritos y luego un llanto desesperado acompañados de “berridos de elefante”. Susana, su madre, la mujer de mi hermano Sergio, el mayor (y por tanto mi cuñada) trató de calmarle. Le cogió en brazos, sin darse cuenta de que el niño llevaba la cuchara cargada de papilla en la mano. Al ritmo del meneo de su mamá, Javi (mi sobrino) disparó sobre el ojo de su padre. Sobresaltado por el impacto Sergio se balanceó de lado a lado en su silla y las patas cedieron. En un intento desesperado por no caer, se aferró a lo primero que encontró, el mantel, protagonista de esta historia. De nada sirvió. Acabó con sus huesos en el suelo y arrasó con lo que quedaba sobre la mesa.   Menudo estropicio. No pude más, aquello era demasiado. Me levanté, miré la escena y  como espectador agradecido comencé a aplaudir. A mis gritos de bravo todos callaron, incluso Javi y se giraron hacia mí, sorprendidos. La cara de mi padre cambio de expresión, me observaba fijamente. Primero pareció sonreír, iluso de mí. Luego fue mucho peor. Ángel, adivinando lo que iba a pasar, empezó a reír, no podía parar. Por lo menos alguien me apoyaba. Sin hacer caso a las risas del, según mi padre, impresentable novio greñudo de mi hermana, se acercó hacia mí.   -¿Te parece gracioso? -me preguntó con cara de pocos amigos.   -Sí -tuve que admitir.   -¿La cena se ha ido al garete y a ti te parece gracioso? -se acercaba peligrosamente.   -Sí -contesté de nuevo.   -¿Que tu familia discuta te parece gracioso? -había en sus ojos una mirada de odio contenido que me hizo desear que la tierra se abriera y me tragara.   - Sí - contesté tratando de mantenerme firme aunque empezaba a cambiar de opinión. Mi padre puede ser muy convincente, sobre todo a diez centímetros escasos de mi cabeza, con la vena de la frente a punto de estallar y esa sonrisa... esa sonrisa es mala señal.   - ¡Dani! -(mi nombre es Dani) gritó mi madre con gesto que indicaba lo poco acertado de mi actuación.   - Este niño es un impertinente -alcanzó a decir la abuela entre queja y queja.   Supongo que mi reacción en ese momento fue más desafortunada aun si cabe. Tuve que rebatir la opinión de la abuela, cuestión de principios, puesto que, como muy bien he estudiado en mis clases de lengua, impertinente es aquel que se caracteriza por sus impertinencias, o sea por su inoportunidad, sus actos fuera de lugar y de mal gusto. En mi caso, ante semejante espectáculo, lo mínimo que pude hacer era agradecerles el buen rato que me habían hecho pasar. No me pareció inoportuno, más bien todo lo contrario. Lamentablemente aquella tarde mis agudos comentarios no eran apreciados por nadie, salvo Ángel, claro, lo cual tampoco ayudó mucho.   Los ojos desorbitados de mi padre pasaron de mi cara a la del “molesto invitado”. Ni siquiera tuvo que hablar. Entre carcajada y carcajada la atención de Ángel se desvió hacia papá. El cambio de expresión fue fulminante. Bajó la vista y un rubor colorado se abrió paso en sus mejillas, cruzó las manos bajo la mesa y comenzó a balancearse muy despacio atrás y adelante, atrás y adelante. El rey de la selva había puesto de nuevo orden en su reino.   Cada uno se las apañó para escapar de su furia como buenamente pudo. Mi abuela fue la más rápida. Con la excusa de lavar las manchas del vestido, que no habían desaparecido por mucho que se empeñó mi madre, se fue corriendo hacia el lavabo  a pesar de que siempre se queja de que la dichosa artritis no la deja ni moverse. Y fue asombroso como Susana, con solo ver el gesto de mi padre, descubrió que el niño necesitaba que lo cambiaran. Sergio se levantó dolorido pero no se atrevió a decir palabra. Salió disparado a ayudar a su mujer, para que luego digan que los maridos no colaboran en nada. Sandra huyó en silencio a su habitación a cambiarse de ropa, dejando al pobre Ángel solo ante el peligro. Mi madre comenzó a recoger todo lo que había por el suelo, con la suerte de tener que agacharse y desaparecer del campo visual de papá. Vi en ello la salvación cuando pensé en ayudarla pero desde mi posición, entre mi padre y Miguel, cualquier movimiento brusco podría ser el final para mí. Y por último, y como el ataque es la mejor defensa, a Miguel no se le ocurrió otra cosa que ponerse a gritar a mi padre, diciéndole que todo aquello era culpa suya por ser un cabeza cuadrada. Dicho esto y sin dar tiempo a responder, cogió su abrigo y se fue muy indignado pegando un portazo. Y allí me quedé yo, de pie como un bobo, como único blanco donde descargar la rabia acumulada.   Sonreí, me hubiera gustado ver la cara de estúpido que puse. Entonces mi vida pasó ante mis ojos. Luego pensé en las represalias. Un sin fin de torturas inimaginables comenzaron a rasgarme la piel (si, ya sé que dramatizo un poco) pero mi orgullo no me permitía suplicar clemencia, así que tendría que aguantar estoicamente lo que hubiera de venir.   Es curioso pero la discusión comenzó por una diferencia de criterio acerca del partido de ayer (de fútbol, claro). Y es que en esta casa tiran mucho los colores, lo malo es que no siempre son los mismos. Mi padre merengue hasta la médula, y eso que nunca ha sido muy “dulce”; mi hermano Miguel más colchonero que los de Flex. Mal asunto cuando se enfrentan. Lo que todavía no comprendo es como una expulsión injusta y una victoria en el último minuto propiciaron que los demás se fueran a comer a un restaurante y yo (que encima soy del Betis) me quedara en casa castigado... sin cenar.


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