
Los espárragos me sientan fatal de noche lo sé, pero el ser humano es el único animal que hace lo que le da la gana a sabiendas de que la esta fastidiando y luego pasa lo que pasa.
Estoy haciendo fotos para la tienda en el jardín, cuando siento la puerta cerrarse y oigo al Consorte llamarme a gritos
-¡Dolega, Dolega!
Su tono de voz denota nerviosismo y alegría, así que pienso que algo muy bueno ha pasado para que a media mañana esté en casa un día de diario. “No me jodas que nos ha tocado la lotería” pienso emocionada mientras entro en la casa y voy a su encuentro.
En la cocina está el Niño que no sé si está desayunando, cenando ó qué.
-¡Sentaros que tenemos cosas que hablar!
Mi emoción va en aumento y siento un nudo en el estómago.
-Venga, suelta lo que sea deprisa- digo en tono inquisitivo.
El Niño sigue comiendo como si no estuviera en este mundo.
-Que me he despedido del trabajo y que empezamos una nueva vida.
El nudo se ha convertido en corredizo y siento que ahora me está apretando el pecho. El Niño ha dejado de comer y mira al Consorte fijamente.
-¡No me miréis así, joder que no estoy loco! Que todo tiene su explicación.
“A que va a ser verdad que le ha tocado la lotería” pienso aliviada. El Niño y yo nos miramos esperanzados.
-Os cuento. Resulta que esta mañana me han llamado de un bufete de abogados y me han dicho que he recibido una herencia, que fuera a firmar y allí que me he ido; cuando me han dicho lo que era, he firmado los papeles y he vuelto a la oficina, me he despedido y he salido volado a daros las buenas noticias.
-¿Y cuántos millones dices que has heredado, papá?
Yo al Niño lo veo incrédulo y eso me pone nerviosa.
-No, no hay dinero. ¡Son tierras!
El nudo vuelve a atenazar mi pecho.
-¿Qué tal si te dejas de rodeos y te explicas bien? Porque yo me estoy poniendo muy mala, te lo advierto.
-Pues que ahora somos terratenientes y nos vamos al campo a vivir.
-Consorte, ya vivimos en el campo.
-Pues ahora, más. Somos los propietarios de una finca de doscientos metros cuadrados y dos cabras lecheras y nos vamos a ir a explotarla.
-Si explotas las cabras nos quedamos sin la mitad de la herencia, papá.
Dice el Niño mientras se termina los cereales.
-Déjate de ironías Niño, que hay mucho que hacer.
Yo, mientras tanto, estoy buscando algo contundente con que arrearle pero todo me parece pequeño. La tapadera de la olla exprés, la paellera para ocho, la plancha que cocina sin grasa…No me puedo creer lo que estoy oyendo.
Me siento a tranquilizarme pero noto que estoy hiperventilando. Dolega en modo arma de destrucción masiva.
-A ver si lo he entendido bien: dices que has dejado el trabajo porque has heredado una parcela de doscientos metros cuadrados y dos cabras ¿correcto?
-Sí, pero son cabras lecheras.
-Las cabras con cabras, no hay cabras lecheras eso son las vacas, coño.
-¡Pues a mí me han dicho que son cabras lecheras y se acabó!
-¿Y se puede saber dónde está la hacienda?
-En Soria, parece que es un sitio precioso.
Yo estoy haciendo memoria porque no recuerdo dónde he puesto el cuchillo eléctrico. Me vuelvo a sentar, trato de serenarme y continúo preguntando.
-¿Y donde se supone que vamos a vivir y de qué?
-Viviremos en la finca, porque tiene caseta y haremos mantequilla y la venderemos.
-A ver, papá creo que en ese espacio va a ser las cabras ó nosotros y tengo que darte una mala noticia, la mantequilla se hace de leche de vaca, no de cabra.
-Me da lo mismo, nosotros venderemos mantequilla de cabra.
-A ver, ya puestos mejor vendemos queso de cabra que es más conocido y a la gente le suena más- dice el Niño mientras me cierra con llave la puerta de la cocina para impedir que baje al garaje por la motosierra.
Yo ya no puedo más y empiezo a gritar como una loca.
-¿¡Pero es que os habéis vuelto locos de remate!? El padre que deja el trabajo porque ha heredado doscientos metros y dos cabras de mierda.
-Lecheras, cabras lecheras.
- ¡Claro que serán lecheras, no van a dar guisantes con jamón! Y está empeñado en hacer mantequilla con leche de cabra ¡que ya le vale! Y el otro idiota siguiéndole el rollo.
De repente despierto angustiada, me siento en la cama y me acuerdo de los malditos espárragos.
-Que te pasa
-Nada, la cena que me ha sentado fatal.
-Tómate un vaso de leche que te asienta el estómago.
-¡Vete a la mierda!
-Cada día estás más borde.
