La nueva entrega de Centrifugando recuerdos llega con una semana de retraso, pero aquí está por fin. Desde el día 1 ya sólo puedo dedicar a escribir el tiempo que le robo al sueño, gracias a nuevas (y bienvenidas) obligaciones laborales, así que es inevitable que mi ritmo creativo se haya visto seriamente ralentizado. Pero seguiré escribiendo, aunque sea a costa de acumular ojeras, y, por supuesto, seguiré centrifugando los recuerdos (y los encuentros) de Sara y Luis.
(Los capítulos anteriores los puedes leer aquí)
El mediodía es una muy mala hora para pasear por Granada en pleno agosto, sobre todo en un agosto tan caluroso. El sol calcina las inconscientes cabezas que osan asomarse a sus rayos hambrientos y tuesta sin remordimiento las pieles que se atreven a retar al rey de los cielos.
Los turistas recorren las empinadas calles del Albayzín pegados a los edificios de la acera que provee de un caritativo pasillo en sombra. Son muy pocos quienes se lanzan a la aventura de adelantar por la calzada, reticentes a correr el riesgo de que, como mínimo, se les derritan las suelas de goma de las sandalias al entrar en contacto con un pavimento del que algunos de los transeúntes están seguros de que sale humo.
Para Luis, sin embargo, en este momento el calor asfixiante es la menor de sus preocupaciones. Avanza…
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