Revista Cultura y Ocio

Cervantes endulza mis instantes ásperos y reposa mi cabeza, Sergio Ramírez

Publicado el 15 junio 2018 por Kim Nguyen

El mundo de las novelas es un mundo divertido y atractivo porque es humano. Las novelas no son sobre periodos de la historia, sobre espacios geográficos, sobre teorías filosóficas ni sobre asuntos religiosos. Tratan sobre los seres humanos, sus ambiciones, su idealismo, su perversidad, sus heroísmos y debilidades, la miseria y la gloria, la maldad y la nobleza, la devoción y la envidia, la generosidad y los celos, y nos muestran cómo esos atributos, siempre en tensión y contradicción, se dan dentro de los mismos individuos.

El amor, el poder, la locura, la muerte, cualquiera de estos cuatro elementos imperecederos los hallaremos en las tragedias de Esquilo, en los dramas de Shakespeare, en las novelas de Cervantes, en las de Dickens, en las de Balzac, en las de Tolstói, en las de Perez Galdós, y serán los mismos siglos después en las páginas de Pedro Páramo, La muerte de Artemio Cruz, o Conversación en la catedral, porque la condición humana sigue siendo la misma a través de los milenios.

Fiodor, el padre rencoroso y arbitrario, avaro y despiadado que se disputa a la misma mujer con Dimitri, su propio hijo, llega hasta nosotros en toda su plenitud en las páginas de Los hermanos Karamazov, porque somos capaces de reconocerlo tal como lo retrata Dostoievski; por eso sigue existiendo, así como las voces de los muertos que Juan Rulfo pone a hablar. Y siempre seguiremos viendo a una lady Macbeth que incita a su marido al crimen para perpetuar el poder, movida por la ambición, aunque Shakespeare haya muerto hace siglos.

No hay que creer entonces a quienes nos dicen que sólo debemos aceptar lecturas serias, sesudas, o edificantes, porque entonces nunca vamos a ser lectores adictos. Cuántos buenos lectores se han perdido por causa de las imposiciones escolares, que mandan leer por fuerza de los programas de estudio libros pesados e indigeribles, o que por falta de métodos de enseñanza son presentados como tales. Y cuántos buenos lectores, y a lo mejor escritores, se han ganado gracias a los libros prohibidos por la escuela, por el hogar, por la religión, pues lo que la imposición no consigue, lo consigue la curiosidad por lo prohibido. Y los censores son, sin excepción, personas amargadas y hostiles al espíritu de libertad que campea siempre en los libros.

Y quien no aprende nunca a leer, quien no se vuelve desde temprano un vicioso de los libros, no sabe de lo que se pierde. Se expondrá a llevar una vida mutilada y posiblemente amarga, igual que a los censores, lejos de los espejismos y los fragores de la imaginación. Se perderá un amigo, consuelo de la soledad. Cervantes es buen amigo. Endulza mis instantes ásperos y reposa mi cabeza, dice Rubén Darío, que supo lo que era la soledad, y supo también lo que era el vicio irrefrenable de leer.

¿Cómo crearse ese vicio? Estimulando las lecturas capaces de atraer, de seducir; yendo de lo simple a lo complejo, empezando por un cuento de los hermanos Grimm, luego yendo a uno de Chéjov o de Rulfo, antes de llegar por fin a una novela de Faulkner, o al Ulises de Joyce. Tenemos que comenzar por los capítulos y pasajes más divertidos del El Quijote, y alguno de los cuentos de Las mil y una noches.

Pero por supuesto, para que un niño o adolescente adquiera el vicio de la lectura, antes deben adquirirlo los padres y maestros, con espíritu cómplice, lejos de la severidad de quien encarga una tarea. Ser parte de la conspiración de leer, comportarse como cabecillas de una hermandad de iniciados. Abrirles una puerta al paraíso, donde espera la manzana dorada entre las frondas del árbol del bien y el mal.

Sergio Ramírez
Ventura y aventura de leer

 ***

Horas de pesadumbre y de tristeza
paso en mi soledad. Pero Cervantes
es buen amigo. Endulza mis instantes
ásperos, y reposa mi cabeza.

Él es la vida y la naturaleza,
regala un yelmo de oros y diamantes
a mis sueños errantes.
Es para mí: suspira, ríe y reza.

Cristiano y amoroso y caballero
parla como un arroyo cristalino.
¡Así le admiro y quiero,

viendo cómo el destino
hace que regocije al mundo entero
la tristeza inmortal de ser divino!

Ruben Darío
Un soneto a Cervantes


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