Revista Viajes
Merecido Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO para esta bellísima localidad, a la que accedo por la puerta de arco en la calle Latran. Más allá, en la calle Zamek, me topo con la segunda puerta de la ciudadela medieval. Voy siguiendo con entusiasmo el curso histórico del gótico al renacimiento, fusionados ambos, conviviendo en armonía. Mi primera parada me lleva al castillo, en cuyo foso habitan tres osos esquivos que no se dejan ver, que no quieren posar para mi objetivo.
Y esto de los osos, me pregunto yo qué sentido tiene. La cosa proviene del siglo XV, cuando emparentan el clan de los Rozmberk con los Ursini, cuyo blasón familiar es precisamente este plantígrado.
Me encuentro nada más acceder al patio con fachadas magnificas pintadas en esa mezcolanza que antes comentaba de "baile" histórico gótico y renacentista. Pero el interior tiene reservado para mis ojos un pródigo conjunto ornamental rococó y barroco.
La historia nos cuenta que la familia Krumlov se asienta en 1253. Después vendrían los Rozmberk, quienes habitaron entre estos opulentos muros durante tres siglos. El último miembro de ese clan insigne vendería el castillo al emperador Rodolfo II. Pero si los muros pudiesen hablar nos contarían que otros egregios clanes familiares, como los Eggenberg y los Schwarzenberg, habitaron en el castillo hasta 1947.
Una de esas sorpresas ornamentales que antes comentaba, servida en vestiduras de rococó, es la capilla de San Jorge, 1750-53. Tampoco afea la vista la de Jan Antonin Zinner.
A medida que curioseo me encuentro con pieles auténticas de osos, que son al parecer los mismos que vivían en el foso del castillo en tiempos de Vilem de Rozmberk.
Son magníficas las pinturas del holandés Gabriel de Blonde, pintor de cámara de la familia Rozmberk. En este castillo también tenemos a una dama de blanco desdichada cuyo espíritu inquieto vaga por las estancias más lúgubres. Si quieres unas buenas vistas del castillo, es recomendable subir a la sala de los escudos. Y para quedarse embebido con el lujo que suelen gastarse las familias más pudientes, admira la belleza de la calesa de oro y nogal de los Eggenberg. Es una obra de arte del año 1638 que se utilizaba para expediciones diplomáticas al Vaticano con el fin de anunciar al Papa la elección del nuevo emperador romano.
La sala de las máscaras también es de mis favoritas. Construida en seis meses alberga una colección de figuras de carnaval, 135 en total, que se alquilan para festejar tan veneciano evento. La sala también se usa para bailes. En estilo rococó, es una obra de 1748 que encargaron decorar al pintor vienés José Lederer.
De reminiscencias "versallescas" son los jardines del castillo, donde me topo con un singular escenario giratorio en el teatro. Aquí ha surgido un conflicto a cerca de este elemento de puro entretenimiento, pues al ser moderno el teatro y romper completamente la fisonomía de Cesky Krumlov corre la ciudad el riesgo de perder el privilegio del amparo concedido por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Me dirijo ahora hacia un paseo distendido por los puentes sobre el río Moldova, en una zona preñada de tiendas y locales.
En busca de combustible para mi objetivo insaciable avisto desde el callejón de Masna un fondo de ciudad con la torre del castillo a lo lejos. En la plaza de la concordia, que es muy bonita, no podía faltar el omnipresente púlpito conmemorativo de la peste negra.