Recupero aquí esta conversación con Enrique Vila-Matas publicada en Sigueleyendo en junio de 2011. Ya no es posible encontrarla en internet y me parece una pena perderla.
MC: Una de las conclusiones más claras que se pueden sacar de Chet Baker piensa en su arte es que, independientemente del género, en sus obras de mediados y finales de los ochenta no solo están presentes casi todos los temas significativos de su literatura (el devenir, la desaparición, la identidad, la negación), sino también esa vena experimental y particularísima que se aleja del realismo de aquella época y que caracterizará desde entonces toda su obra. Pero ese amor por el riesgo, o por lo experimental, provocó que gran parte de la crítica no le valorase. Una casa para siempre, en sus propias palabras, “fue vapuleada por dos insignes y olvidables críticos españoles. Uno de ellos llegó a decir que no debería ni haberla publicado.” A pesar de ello, usted mantuvo su personalidad y siguió trabajando hasta convertirse en uno de los escritores europeos más respetados. ¿Siente frustración al ver que hoy la misma obra se mira desde una óptica totalmente diferente? ¿Es sensible a este tipo de componendas mediáticas, inherentes, por otro lado, al propio mundo de la creación artística?
V-M: En la actualidad trato de ser lo más indiferente posible a estas miserias humanas. ¿Solución? Ser creativo. Mientras estás creando, se borran todos los patanes. Soy barcelonés, que se educó mirando a Francia. Me formé en París y mis modelos –que equivocadamente creía universales, por eso últimamente tuve que dar ‘el salto inglés’- han sido mayormente escritores franceses. Adoro el tipo de escritor con la dignidad de Gracq. Y al mismo tiempo me encuentro comodísimo con Blanchot o con Nadeau y sus inteligentes discursos sobre la realidad. Me encanta Gide, por ejemplo, siempre tan equivocado, pero pensando sin cesar para equivocarse y así fracasar cada vez mejor. Y bueno, qué decir de Perec, aunque no lo veo muy francés, más bien polaco…
Chet Baker piensa en su arte es una ‘ficción crítica’ y un relato radical, sin concesiones a lo que se publica ahora. Decidí probar con algo que iba a fracasar. Pero hacerlo me permitió quitarme ese miedo a ser vapuleado por los paletos de mi país, ese miedo a que del siguiente libro se diga que no está a la altura de los anteriores. Si mi obra es interesante, es, en parte, porque no me preocupaba fracasar, es decir, no tenía miedo.
O sea que escribí esa ‘ficción crítica’ porque pensé que si seguía tan acojonado acabaría perdiendo mi vida (y mi obra) por delicadeza.
MC: Una de sus obsesiones literarias es la desaparición. Algunos de sus personajes aspiran a desaparecer dentro de la propia narración. A largarse. Se niegan a aceptar los cánones de conducta que la sociedad impone, se rebelan y dicen No. Por otro lado, como ha manifestado en algunas columnas de opinión (me viene a la cabeza el artículo Las firmas son tímidas, publicado hace unos meses en El País. Ed. Cataluña), le incomodan las presentaciones, las entrevistas y las firmas; en resumen: la aparición. Si a esto le sumamos parte de lo que dice Eloy Fernández Porta en su ensayo Afterpop sobre la negación de la literatura en su obra [(…)”Bartleby (y compañía) describe lo que quedaría de la literatura si dejáramos fuera los agentes, los tratos comerciales, el tráfico editorial y todos los otros criterios que verdaderamente definen la idea de literalidad en nuestros días”], ¿podríamos concluir que le hubiera gustado vivir como Pynchon o Salinger?
V-M: No, para nada. Pero sí como Gracq. Aunque, claro está, para eso habría tenido que ser discreto desde el principio y no es algo que se me ocurriera en los difíciles primeros momentos.
MC: Otro tema recurrente que aparece en algunas de las obras de finales de los ochenta y principios de los noventa, como Una casa para siempre o Hijos sin hijos, es la ruptura (la no ruptura, más bien) del cordón umbilical; la casa paterna, la relación del hijo adulto con los padres, la negación de la paternidad y, como dice el prólogo de Chet Baker piensa en su arte, la tentación de lo lúdico. Temas que, no obstante, también están presentes en su última novela, Dublinesca, y en otras anteriores, como El mal de Montano. Da la impresión de que Vila-Matas es un niño travieso que se niega a crecer y que, obligado a ello, se refugia en la literatura para poder llevar a cabo sus travesuras.
V-M: Me es difícil verme desde fuera pero creo que encarno a un perfecto hijo sin hijos. Eso que llamas ‘travesuras’ puede que sean ‘travesías’. ¿Qué he intentado hacer, como escritor pseudoextranjero, dentro del panorama castizo de nuestras letras? Yo diría que he tratado constantemente de mover, de probar, a veces sólo para poner en cuestión lo que el canon nacional da por serio y bueno. He tratado buenamente de aportar cierta amplitud de miras a un panorama de miradas rancias, locales, que a veces llegan a parecer eternamente inmutables. Al tiempo que removía lo esclerótico, fui encontrando un tono, una voz, un estilo, una literatura, un discurso.
MC: Muchos lectores de mi generación sentimos al leer sus obras una fuerte atracción por los puentes que usted establece entre la vida y la ficción. Lo que usted crea es una especie de agujero negro que nos absorbe hacia esa cuarta dimensión donde existe la literatura. Quizá por ello le hayan puesto la etiqueta (no sé si debería decir sambenito) de metaliterario. Pero en mi opinión, usted, aunque sea parcialmente, lo que hace es destruir la ficción, la “historia”, y precisamente ahí es donde se genera el fascinante universo vilamatiano.
V-M: He leído últimamente muchas interpretaciones de mi obra y todas aportan algo, aunque no se parecen mucho unas con otras. En algunos libros tiene más potencia lo ensayístico o la digresión que la historia. Pero nunca renunció a contar algo, incluso a contar historias, como en el libro en el que trabajo ahora, en el que vuelvo en parte a utilizar elementos de melodrama, de película de serie b (como hice en Una casa para siempre), vuelvo a manejar elementos de culebrón para desde esa zona tan tópica iniciar vuelos de águila.
MC: Tras el colapso físico que sufrió hace unos años y, como usted mismo ha declarado, su vida, o su manera de vivirla, cambió. Y tuvo que adaptarse. En Porque ella no lo pidió, que pertenece a Exploradores del abismo, usted narra parte de su enfermedad y en cierto momento establece un paralelismo con la famosa metamorfosis de Kafka: “Me temblaron levemente las piernas mientras abandonaba mi posición de escarabajo boca arriba y me sentaba en la cama”. Por otro lado, Dublinesca representa de algún modo una ruptura: el salto inglés. ¿Salir de una situación límite como ésa, le llevó también a sufrir una metamorfosis literaria?
V-M: Necesitaría una novela para explicarlo. Me he vuelto quizás menos descuidado y eso tal vez se deba al abandono de la vida social y a otros factores de mi vida personal. Salir de esa situación límite me permitió pensar que, al igual que le ocurría a mi narrador de El viaje vertical, surgía otro escritor desde dentro de mi misma piel.
MC: Me parece muy significativo que en ese english jump que ha dado usted al publicar Dublinesca, me haya topado, por primera vez desde que leo sus libros, con una escena sexual (recuerdo que en El hijo del columpio los protagonistas hacen el amor, pero no se describe la escena). Una escena de cama que ha llamado poderosamente mi atención (“Se aman. El culo de Celia sobre un cojín rojo. Piernas abiertas. Revuelo de ropas de cama. Liam Clancy, que sigue cantando. Y, con tanto estrépito, el repetidor digital estrellándose con gran violencia contra el suelo”; página 185). No sé si obedece a la casualidad o es algo realmente simbólico dentro de ese salto inglés.
V-M: Sí, ¿qué puedo decirle? No me siento obligado a poner muchas escenas de sexo en mis libros al igual que no me siento obligado a poner, por ejemplo, escenas de beisbol, escenas con cantos religiosos, escenas con momentos violentos…
MC: En Chet Baker piensa en su arte, hay un relato homónimo, que usted tilda de ficción crítica, en el que vemos una interesantísima reflexión sobre los escritores Hire (los realistas) y los escritores Finnegans (los ilegibles) y donde el narrador, un crítico literario, se debate entre las dos posturas, pretendiendo unir ambas (“fundir a Finn y Hire y encarnarlos a los dos a la vez, pasar a convertirse en una unidad vagabunda que mejore la realidad. Y también, si es posible, el realismo”; página 313), puesto que, como le sucedió a Borges con los linajes de la literatura argentina, “si optaba sólo por una de las alternativas, no lograría la complejidad que buscaba para su obra” (página 275). ¿Es este relato de ficción (crítica) otro apéndice de Dublinesca, como Perder teorías? Y es que, como escribió una vez el bloguero Francis Black: “¿Una teoría en tanto teoría no es también una ficción?”
V-M: En realidad esa ‘ficción crítica’ es la continuación un tanto radical de Dublinesca. Pero el hecho de que haya aparecido en bolsillo dentro de una antología de mis relatos ha servido de coartada a los directores de suplementos para no encargar a ningún crítico la reseña correspondiente.
La verdad es que las cosas con parte de los críticos españoles (muchos estaban ya hace treinta años cuando empecé a comprender en qué paisaje cultural me movía) y con una parte de los escritores españoles (a decir verdad los más zafios entre los vulgares y los vulgares, amigos de los paletos son muchos) siguen yéndome tan mal como al principio, nada ha cambiado en este aspecto; lo que sí ha mejorado y mucho ha sido el reconocimiento en el extranjero.
Ahora voy a publicar en Francia el relato Chet Baker piensa en su arte sin otros textos al lado, lo saco en Gallimard. Y espero tener –como siempre- mayor atención crítica que en España. ¿Cuál es el problema aquí? El de siempre. Todos sabemos cuál es ese problema. Es mejor salir fuera de casa para encontrarse con juicios objetivos y no con los del maledicente vecindario, que siempre anda con prejuicios y no digamos envidias o viejos rencores.
MC: ¿Qué le parece más fácil, encontrar un digno sucesor para Vilém Vok o que Samuel Riba encuentre al escritor genial que no supo encontrar cuando era editor?
V-M: Para Vilém Vok ya he encontrado una sucesora fantástica. Atención a Valeria Luiselli, joven mexicana, buenísima. Hay que leer Papeles falsos y Los ingrávidos. Sucesora de Vok, pero también de Alfonso Reyes y de Sergio Pitol. No se puede debutar mejor. Los dos libros (uno de ensayos narrativos; el otro, una novela de subway con fantasmas) los ha publicado Sexto Piso. Luiselli es familia de Vok. En cuanto a Riba, no tiene remedio, y hace ya meses que me despedí de él.