Revista Deportes

Charlando con la estatua del Yiyo

Por Antoniodiaz
Charlando con la estatua del Yiyo

Cerca de la puerta grande de las Ventas tiene estatua el Yiyo, príncipe de toreros. Con el paso firme y sin ceremonia que me estorbe el brío, me acerco. Voy con la idea de mantener una charla con él desde el otro lado del ruedo aunque, mirándolo mejor, más que una charla será un interrogatorio en tercer grado.
-¿Nombre?
-José Cubero Sánchez -resalta con la formalidad que muestran los acusados.
-Me refería al toro.
-Burlero -contesta él, con la certeza del que no ha olvidado que murió matando.
Los que andaban cerca, presenciando el final, declararon que lo levantó en vilo, partiéndole el corazón. La muerte mata, dijeron en enfermería.
-¿Iba armado? -Pregunto.
-Con dos astas como dos puñales y la bravura de su raza -apunta el torero tan seguro que parece mentira.
-¿Usted, también iba armado?
-Con estoque.
-Siga, por favor.
Así hace el matador, que sigue contando la faena. De cómo hirió en lo alto al toro y cómo la muerte cegó su final, embistiendo de lleno en el costado, inmortalizando para siempre su figura en el cielo de la torería.
Lo escucho y me da por pensar que la tauromaquia merece tanto respeto como el que merece un suicidio con ceremonial incluido. Vestir de luces el derecho soberano me parece un acto de grandeza.
-El torero elige su muerte y el toro también -remata él, con la seguridad del que sabe que el toro de casta es animal nacido para dejarse lidiar y que goza en el juego del ruedo lo mismo que el torero.
Luego me cuenta que después de su muerte se suicidó su apoderado que no pudo más con la pena.
-Esos son apoderados y no los que me tocan a mí -le aseguro de corrido.
-Pero qué pasa, que usted también es torero -me pregunta con sorpresa, en suspenso, con los ojos abiertos a una muerte que entró de costado y sin avisar.
-No, a mí el miedo no me dejó -le digo. Pero no por eso voy a criticar a los que el miedo permite vestir su muerte de luces. A los que mueren matando, por seguir con los mismos términos.
La estatua del Yiyo calla, la vergüenza torera no permite más que el silencio. Ahora corren tiempos ciegos para la fiesta, los de la verdura presentan argumentos tan anémicos que riman con tortura. Tortura la de la sangre, digo yo, la misma que se queja y pide la embestida noble de un animal hecho para lucir la muerte en el ruedo. La inspiración de esta pieza, el libre albedrío, el derecho soberano a morir como más nos plazca, la igualdad de condiciones, todas esas cosas están representadas para mí en la estatua del Yiyo. Por eso, si algún día prohíben la fiesta, esta estatua también se opondrá al veredicto.


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