Revista Cultura y Ocio
Segunda parte de la charla con Seba Rubin (¡aún queda mucho más!). En esta vuelta, el hombre se explaya sobre la composición en general, su trabajo como traductor y su participación mediante una columna semanal en el programa de radio Gente sexy, la obvia consecuencia de una melomanía insuperable de la que aquí -dónde sino- aporta datos jugosos.
Disfrútenlo que se deja:
DEL OFICIO DE COMPONER, AL OFICIO DE... TRABAJAR
Yendo a la composición en general, alguna vez dijiste: “salen muchas canciones pero la mayoría son una porquería”. ¿Te sigue pasando?
Sí, obvio. Me ha pasado de componer canciones ajenas, digamos. “¡Qué buena esta canción!”… claro, ya la hizo alguien antes (risas).
¿Te dabas cuenta de cuál era y todo?
Sí, a veces son canciones que tenés perdidas, y otras veces decís eso, “esto debe ser de alguien” porque te sorprendés. Después, hay muchas cosas que surgen y que decís “nah, no me interesa”, y lo que no me interesa ni lo termino (la mayoría de las veces).
¿Pero apretás delete o queda ahí?
No, queda ahí guardado. Unos casetes, unos demitos… De hecho, para el disco nuevo grabé todo en una grabadora digital chiquitita, y tenía un montón de tracks distintos pero dentro de un mismo track, uno atrás del otro. Entonces tuve que cortarlos, y ahí digo: “esto me gusta”, corto y guardo; si no me gusta, lo descarto. No creo que nadie encuentre joyitas perdidas en mis cajones de demos…
Como no tengo la posibilidad de grabar todo el tiempo, de ir al estudio a estar 80 días grabando 27 canciones, entonces realmente vamos a grabar lo mejor según nuestro criterio. También es un ejercicio: en lo que no te gusta nada podés encontrar una pequeña melodía que te dispara otra cosa; en ese menjunje aparecen cositas y confío en que siempre saldrá algo… El día que no salga más, pongo un parripollo (risas).
¿Es algo que hacés diariamente? Agarrar la viola, el ukelele, lo que sea…
Trato. Digamos, no tengo la fortuna de dedicarme sólo a esto, si fuese mi trabajo full-time seguramente dedicaría todos los días a hacerlo. Pero sí, lo hago casi como un trabajo, aunque sea algo lúdico, divertido y que me da mucho placer. Para componer hay que estar dispuesto a que salgan cosas, también.
¿Sí? ¿No te pasa que capaz empezás a jugar con algunos acordes y sale algo?
Claro, pero eso es predisposición, porque por ahí agarrás el ukelele y tocás una canción de Los Beatles o de Cole Porter. Si te sentás a hacer brotar una canción es porque tenés predisposición a eso. Y hay días que no sale, pero está bueno todos los días despertarse y agarrarlo de vuelta.
¿Y de qué laburás?
Mi trabajo está repartido entre lo que hago de música y lo que hago de traducciones, subtítulos de películas. Por eso también Los Subtitulados...
Cierto, lo había leído en algún lado pero no sabía si lo seguías haciendo. Eso explicaba todo (risas).
Ahora lo hago un poquito menos que antes, por suerte –no porque no me guste ni no lo agradezca, sino porque me gusta más tocar la guitarra. Pero sí, todavía hago bastantes traducciones.
¿Cómo llegaste ahí? ¿Caíste?
Sí… Cuando dejé mi carrera de economista y dejé de trabajar de eso, estaba por irme a España con Grand Prix -casi un año entero-, y en el momentito que me quedaba acá en Buenos Aires, trabajaba. Entonces mi hermana, que es productora, vino y me dijo: “¿querés hacerlo, te interesa?”.
Y vos la tenés clara con eso, imagino.
Sí, sé mucho inglés, tengo un título. Entonces empecé, un poco como para hacer algo en el mes que faltaba antes de irme; después ya estando en Buenos Aires me di cuenta de que me resultaba muy funcional, porque estoy en mi casa y los horarios los manejo yo. Si lo hacés con seriedad y disciplina, en ese sentido, es un muy buen trabajo. Traduzco un poco de todo: pelis, series, documentales. Lo que me manden...
¿Divierte?
A veces. Igual es trabajo, si vos me das un concierto de Blur, no lo voy a ver. Lo que más me interesa de un concierto de Blur es lo poco que hablan entre una canción y la otra, y cuanto menos hablan, mejor. Después lo dejo en la computadora y por ahí lo veo, pero para mí es trabajo. Hace poquito hice el From the Basement de Radiohead, del último disco The King of Limbs… ¡y no me preguntes qué tocan! Estoy atento a lo que hablan, entonces cuando termino de hacerlo, digo “hablaron re poco, qué suerte”. Lo mando y me voy a tocar la guitarra.
He disfrutado algunas cosas. Tuve la suerte de que me dieran para subtitular el programa de Costello, Spectacle; el documental de Magnetic Fields; o toda la última temporada del Late Show de Conan O’Brien, pero en general no tengo un compromiso emocional con el contenido de las traducciones.
Estas enfocado en lo otro.
Estoy trabajando, siempre depende de qué te den. Si te dan una película que no se entiende nada y hablan mucho, vas a putear.
Lo que tiene de bueno el trabajo es que me permite organizarme de manera tal que si tengo que irme de gira un fin de semana, puedo parar; si tengo que irme a mitad de año sin pedir permiso de vacaciones, lo hago… Obviamente, todo depende de mí, soy mi propio jefe y la dinámica de trabajo depende también de cuánto material haya.
EL PROFESOR POP: UN MELÓMANO DE TODA LA VIDA
¿Cómo llegaste a la radio?
¿A Gente sexy?
Sí, ¿o hacés otro programa y no lo sé?
No, ahora me llamaron los chicos de Plátano Radio, una radio online en español, básicamente de rock. Está muy buena la idea: me convocaron para hacer una pequeña columnita semanal que va grabada, así que en ese sentido llegué también un poco por Gente sexy.
Y a Gente sexy llegué a través de Seba De Caro, que trabajaba en el programa al principio, es muy amigo de Clemente [Cancela] y compartimos algunas salidas de fin de año, hace un par de años. En una reunión nos quedamos con ellos y un par de amigos más tocando la guitarra... Yo tengo un repertorio amplio, siempre me gustó tocar de todo y tengo -está mal que lo diga- bastante facilidad para sacar canciones y tocarlas aunque no las conozca demasiado. Como sabían también que soy melómano y me gusta mucho la historia del rock, se les ocurrió combinar las dos cosas y me convocaron. Y la verdad que para mí fue una sorpresa, nunca lo hice con tanta asiduidad y la paso muy bien.
El programa está buenísimo aparte.
Sí, es una responsabilidad. Un día hago una canción que la tengo más tocada y sale bien, y otro día voy y digo “uy, ¡cómo la cagué ahí!” (Risas). Por lo general, hay gente que no se da cuenta.
Yo soy de los que no se dan cuenta.
Hay veces que digo “bueno, esto quedó como un arreglo raro”, pero la realidad es que quería hacer otra cosa. Tocar canciones todas las semanas parece una huevada, pero en realidad hay que dedicarles mucho tiempo para internalizarlas.
Además es una radio grande. En Blue era un poco más fácil porque el público era más reducido y focalizado, entonces podía echar mano de cosas que son más habituales mías, Burt Bacharach o Roy Orbison. En cambio, en Rock & Pop tengo la exigencia de llegar a un público más amplio y hay que ir un poquito a cosas más grandes, más seguras. Pero lo disfruto igual, aunque el método de selección de canciones sea distinto. Estoy contento porque es una exposición muy sana.
Y se nota cuánto se divierten…
La columna tiene un objetivo lindo, yo digo siempre que es como cuando un hermano grande o un amigo mayor se acercaba y te decía “escuchá esto”. Estamos viviendo una época en la cual la historia del rock ya es larga, ¡Chuck Berry pasó hace casi 60 años! Es una locura y a la vez es natural que un pibe de 20 años no conozca a Chuck Berry, a Elvis, a los Byrds o hasta a los Beatles. Son grupos que están cada vez más atrás en el tiempo y lo que me interesa es rescatar esas cositas que para mí son más cercanas -más por gusto personal que por edad-, traerlas a la actualidad. O sea: ¿te gustan los Kings of Convenience? Perfecto, a mí también me gustan, pero escuchá a los Everly Brothers o a Simon & Garfunkel. Es como yo vivía la radio de chico, un medio para conocer música nueva, algo que pasa cada vez menos.
Cada vez se pasa menos música en la radio.
Sí, y además la gente escucha la radio para escuchar lo que ya conoce, en otra época era al revés. Y por cuestiones comerciales, por cómo está armada la industria, las radios también tienen menos posibilidades de pasar cosas que la gente no conoce. Entonces, con que dos o tres personas digan “¿The Jam?”, vayan y lo busquen, para mí está bien. No puedo pretender que la gente salga corriendo a comprar discos de ellos: mientras la escuchen, esa banda no se va a morir y vamos a abrir un poco el juego de vuelta.
La columna tiene que entretener, educar y ser divertida. Si después hay alguien que va más allá, fenomenal.
¿A vos quién te hacía de maestro?
Tuve varios, en distintos momentos de la vida. Era muy inquieto por naturaleza y un poco solo. Vivía en Villa del Parque, teníamos una disquería en el barrio... y escuchaba radio. Antes de que existiera la Rock & Pop, grababa cosas y agarraba los discos de mi viejo: Roberto Carlos, los Beatles, Alberto Cortez, Elvis Presley. Ya a los ocho años iba a la disquería con mi mamá y le pedía que me comprara discos de los Beatles; leyendo los discos de los Beatles veía que una canción no era de Lennon / McCartney y era de Chuck Berry, entonces iba y me compraba un disco de él.
Después tenía amigos con hermanos mayores; a mis primas... iba y les sacaba los discos, preguntaba “¿qué es esto?”, me decían “Styx” y yo lo agarraba y me lo llevaba. En ese momento estaba fascinado porque para mí era una música nueva y no había tanta como hoy; ahora a Styx no lo puedo ni tragar. Y cuando apareció la Rock & Pop fue importante: me dormía con la radio debajo de la almohada, porque escuchabas Frank Zappa, Madness o XTC.
Te agarrabas de lo que podías...
Sí, por ahí estaban las encuestas de fin de año de las revistas, donde votaban los músicos y, supongamos, yo no era fan de Soda Stereo ni tenía discos, pero sabía que Cerati era un tipo con data interesante y mencionaba a Echo and the Bunnymen o U2. Entonces iba y me compraba discos de esas bandas: lo que conseguía.
También compraba libros, tenía uno que se llama Treinta años de rock, de Editorial Salvat. Me conocía a todas las bandas de nombre, de las fotos... ¡pero nunca los había escuchado! (risas). Después en un viaje me compré otro libro, Top 40 hits, un libro de estadísticas del Top 40 americano: estaban todos los artistas que habían ingresado en el Top 40 del ’55 al ’84, todas las canciones en orden alfabético. Eso era ilegible, ¡y yo lo leía!: “King Creole & the Coconuts, qué será esto…”; no importaba, fantaseaba con cómo serían, con las fotos, los nombres de las canciones. Después llegaba al disco y decía, “¿esto era?”.
¡Había mucha imaginación ahí!
¡Claro! Después empezaron a traer más discos, revistas importadas y nacionales más especializadas, los viajes, internet... en otra época hubiera sido impensado llegar a esos niveles. Es interesante lo que pasa pero también cambia mucho la forma de escuchar música. Por una cuestión de edad, mi manera de escuchar música es muy distinta de la de un pibe de 15, la forma de construir ese universo no es la misma. Y con la columna de El Profesor Pop trato de enlazar esas cositas, esos dos mundos.
Por eso te gusta tanto hacer covers, supongo.
Estudié música con un gran profesor, Jorge Puig, que me enseñaba a sacar canciones: me explicaba cuál era la tónica, cómo era la escala mayor... Pero yo sabía que lo que él estaba haciendo era darme las herramientas para que, más allá de estudiar formalmente, que lo hacía -aunque me costaba porque era bastante vago-, aprendiera a grabar y a sacar canciones. Y más de la mitad de mi formación musical está en los discos, en agarrar temas de Robyn Hitchcock y descubrir que el tipo pone acordes abiertos, o descubrir con Cole Porter cosas más sofisticadas, acordes disminuidos por todos lados.
Hay momentos en los cuales necesitás pegar determinado salto y todo esto siempre me ayudó, como conocer varios instrumentos que te brindan colores distintos. Digamos: hacer covers fue la manera en la que aprendí a tocar.
[Las fotos que ilustran el texto son gentileza de Lula Bauer, excepto la del Niño Rubin, cedida gentilmente por el propio Sebastián].