Lo que aprendemos de Chatelet es que la filosofía es en su fondo una actividad corporal y, de cabo a rabo, práctica. Y es necesario que lo sea, ya que el fi lósofo no puede alcanzar al otro, en su palabra, más que exponiéndose a sí mismo como sujeto parlante, sujeto visible y, en última instancia, público.
Consecuentemente, es preciso asumir los riesgos que esto implica. Es decir, aceptar exponerse, en el curso del mundo y ante el público, a la luz del día. Nada de retiro tembloroso en el goce altanero de un pensamiento solitario. Sino exactamente lo contrario: llevar el pensamiento a la plaza pública, allí donde vive todo el ruido del mundo y donde la validez de lo que puede plantearse debe sin cesar, para sobrevivir, ser sometido a la prueba de la comunicación.
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