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Chernóbil, una visita al ojo del huracán

Por Lasnuevemusas @semanario9musas

Chernóbil, una visita al ojo del huracán

Hace ya 35 años desde el famoso y terrible accidente en la central nuclear de Chernóbil en la que, en la noche del 26 de abril de 1986, explotó el reactor número 4 causando la peor tragedia nuclear de la historia.

Debido a la opacidad del gobierno soviético y de las particulares características de la radiación en el cuerpo humano, no se tiene un número exacto de víctimas, aunque las estimaciones (fiables) hablan de al menos 100.000 víctimas directas e indirectas. No deja de ser irónico que, según las cifras oficiales, apenas 31 personas murieron como resultado inmediato de la catástrofe de Chernóbil. Curioso.

Chernóbil, una visita al ojo del huracánHecha esta brevísima introducción, pasemos a hablar de nuestra experiencia en la visita de un día a la zona de exclusión, es decir, el territorio cerrado a cualquier persona no autorizada y controlada por el ejército.

Lo cierto es que en el año 2011 las autoridades ucranianas suavizaron las medidas y desde entonces puede visitarse la zona; eso sí, siempre con guías oficiales con licencia estatal y nunca en solitario.

Y ese es el primer paso, contactar con alguna de las numerosas empresas que organizan estas visitas guiadas y darles los datos necesarios para que puedan gestionar tu solicitud con las autoridades correspondientes. Os pedirán el pasaporte, sí o sí, con al menos seis meses de vigencia, y eso no es negociable, aquello es una zona militar y no se andan con chiquitas en mandarte de vuelta a Kiev, de donde seguramente procedas si quieres llegar a Chernóbil. De todas formas, la empresa ya se encargará de que no subas al pequeño autobús si no llevas todo el regla, pasaporte y permiso correspondiente.

A nosotros nos citaron en una esquina cerca de la estación de trenes principal de Kiev. Era noviembre, pero ya hacía un frio considerable, y más a esas horas de la mañana. Debo añadir que no íbamos con nuestras mejores galas, ya que pensábamos deshacernos de toda la ropa que entrara en Chernóbil, por lo que parecíamos una especie tipos raros disfrazados de sintecho venidos a más -en su web y la propia guía te explica luego que es muy recomendable lavar toda la ropa lo mejor posible sin tocarla demasiado, pero nosotros no vimos necesidad de llevarnos de vuelta más radiación de la necesaria-.

Antes de salir nos ofrecieron, por una pequeña suma, alquilar un contador de radiación. Sí, de esos que emiten un pitido insoportable si la radiación pasa de lo que se considera conveniente para el ser humano, en el caso de nuestro contador eran 0.30 microsiervets por hora. Por supuesto alquilamos uno, para compartir. Una vez en Chernóbil ¿quién no quiere saber la radiación que está recibiendo? No me malinterpreten, no quiero banalizar algo tan serio como este tema, pero es la realidad, todo el mundo quiere saber a cuanto se está exponiendo, por poco fiable que resulte el artilugio.

Chernóbil, una visita al ojo del huracánContador en mano, subimos al mini bus y tardamos aproximadamente dos horas en llegar al primer control militar que nos daría acceso a la zona de exclusión. Pasaportes, permisos, salir del bus etc etc etc. Nada nuevo que no se haya contado mil veces. Es en ese momento cuando de verdad sientes que es cierto, que estás en Chernóbil. Me parece un buen momento para encender en contador. Marca 0.15 microsiervets, parece que todo está controlado.

Volvemos al bus y empezamos a transitar por la zona de exclusión. Este territorio comprende la "ciudad" de Chernóbil, que da nombre a la central (es muy generosa la palabra ciudad, sería más bien un pueblecito pequeño) y donde vive la mayoría de gente que aún trabaja en la zona. Sí, aún hay muchísimas personas trabajando a diario tanto en el mantenimiento de la planta como en otras labores. ¡Hay un par de hoteles, una tienda de comestibles y un café! Puede resultar increíble, aunque ayuda, de una manera ficticia, a dar sensación de seguridad.

También hay numerosos pueblecitos pequeños que quedaron dentro de la zona de exclusión, el área de la central y la joya de la corona, la ciudad de Pripyat, donde vivían la gran mayoría de trabajadores de la central. Unas 50.000 personas, familias jóvenes en su mayoría.

Uno a uno iremos pasando por estos lugares, primero Chernóbil, donde vive todo el mundo y nos da la impresión, casi, de un pueblo cualquiera con pocos habitantes, eso sí, con un ambiente aun ciertamente soviético. Mi medidor de radiación sigue contenido y ni se acerca a los 0.20 msv/h.

El siguiente destino es un pueblecito pequeño, este ya está completamente abandonado y en ruinas, esto ya se parece a lo que todo el mundo ha visto en las fotos y documentales, y empieza a impresionar ver lugares abandonados de aquella manera, aun en pie, en resistencia estoica, casi devorados por la vegetación. El medidor sigue portándose bien, será la última vez que lo haga.

Chernóbil, una visita al ojo del huracánLa siguiente visita es al impresionante Radar Duga-3, un OTH soviético (radar para misiles) que se mantiene en pie y que es absolutamente enorme. Aquí es donde el medidor empieza a quejarse y sobrepasar por primera vez el temido 0.30, pero de forma puntual y el pitido no llega a molestar, se va y viene. Aquí estamos un buen rato paseando a su alrededor y tomando fotos -el suelo es arenoso, como en la playa, algo muy curioso- pues es una estructura impresionante. Por fin volvemos al mini bus y tomamos camino para visita principal, la ciudad de Pripyat.

De camino, la guía nos informa de que estamos cruzando el llamado "bosque rojo", se le denominó así porque en los días posteriores al accidente los árboles se tornaron completamente rojos por la radiación. Obviamente ya no es de ese color, ahora son un grupo de tristes troncos secos, vestigios de lo que un día pasó allí. Pero ojo, ha sido nombrar el bosque rojo y nuestro medidor Geiger se ha vuelto loco y ha empezado a pitar como si tuviéramos que evacuar al instante. Lo miro, 0.60, 0.70, 0.90, 1, 20...ups, pienso mirando a mis compañeros. El límite era 0.30, ¿no? El medidor bajará un poco después de pasar la zona del bosque -todo esto está ocurriendo desde el bus, allí no se puede bajar y me parece lógico y sensato- pero ya no dejará de pitar hasta que volvamos a casa, muchas horas después. Tendré que apagarlo, porque suena fuerte y es absolutamente insufrible estar más de cinco minutos con ese pitido intermitente de mal augurio, por no nombrar que el resto de nuestra expedición -otro chico español y cuatro ciudadanos ucranianos, que junto a nosotros tres, hacíamos un total de ocho personas- empezaron a mirarnos mal porque también les resultaba molesto. Lógico.

Por fin llegamos a la ciudad de Pripyat. Tengo sensaciones contradictorias al encontrarme con aquel lugar propio de una película postapocalíptica, dudo que haya nada igual en el mundo, no de ese tamaño.

La naturaleza a reclamó su lugar, creciendo incontrolada por toda la ciudad, invadiendo carreteras, edificios y demás lugares urbanos.

Chernóbil, una visita al ojo del huracánDecía que siento una contradicción: para alguien como yo, una persona que trabaja en el mundo de la imagen, aquello es como un paraíso visual, un decorado perfecto e increíble... pero al mismo tiempo no debemos olvidar que nos encontramos en un lugar de recuerdo, una suerte de cementerio o memorial de una gran tragedia reciente. Hay que ser respetuosos y dejarse de imbecilidades, no me gusta la rista de instagramers, influencers o como se les quiera llamar, que se toman fotos haciendo guasa en un lugar como aquel. Es irrespetuoso y de muy poca consideración.

Deambulamos durante algo más de hora y media por sus calles, entramos a algún edificio -pese a que está prohibido desde hace pocos años se hace la vista gorda- siempre con el permiso de la guía y bajo sus sugerencias -es gente que se toma muy enserio su trabajo y me alegro por ello-.

Nos vamos parando en los lugares que merecen una explicación: hospital, estadio, piscina, etc. Cada cual más inquietante. Hace rato que llevo apagado el contador Geiger, y solo lo enciendo de vez en cuando para ver cómo va la radiación, no baja de 0.60 nunca, con picos de casi 2. A mí me parece una burrada, pues en mi mente resuena eso de "a partir de 0.30 es malo para la salud", pero después, con algo más de información descubriré que no es tanto, y menos si solo estás un día. O al menos eso quiero creer, hay mucha polémica con el tema de la radiación en Chernóbil, si buscas en internet no pararás de escuchar que es como una radiografía, como un vuelo de 4 horas, como un Tac, como un bla bla bla... todo sea por compararlo con situaciones que nos sean familiares y no nos asusten.

En mi opinión, después de leer muchísimo sobre el tema, sigo sin tenerlo claro, pero me inclino a pensar que, si haces lo que debes, y eso supone no tocar nada, obedecer al guía, evitar el suelo, no comer al aire libre, deshacerte de tu ropa -o lavarla muy bien- no tiene por que pasar nada. Aunque eso es ya es una decisión muy personal de cada uno.

Se nota que han pasado más de 25 años, que los liquidadores -las personas que trabajaron en limpieza, desmantelación y demás tareas en Chernóbil- y los ladrones han hecho estragos en los restos de la ciudad. Por desgracia, también se nota que la estupidez humana es infinita, y verás todo tipo de muñecas y objetos preparados para que el turista haga "la foto" más impactante o morbosa. Lo que supone haber manipulado aquellos objetos con una radiación brutal sobre ellos, lo dicho, Einstein tenía toda la razón del mundo.

Finalmente nos dirigimos al reactor 4, al sarcófago, como se llama a la estructura en forma de arco que se encarga de que la radiación salga lo menos posible del núcleo accidentado. El epicentro de la tragedia, el kilometro 0, en definitiva, el lugar que más miedo debería dar, de donde proviene todo lo demás.

Es cierto, impresiona estar a menos de 200 metros del que sabes es uno de los lugares más peligrosos del mundo. Sin embargo, enciendo mi querido medidor Geiger y descubro que allí la radiación, pese a superar los 0,50 msv/h, es de las más bajas en las últimas horas. Me resulta curioso, pero sigue sin convencerme.

Chernóbil, una visita al ojo del huracánComemos en la misma central, donde lo hacen los propios trabajadores. Para entrar pasamos otro control de radiación (de esos que tengo mis dudas que sirvan para algo) y con unas bandejas nos sirven dos platos, una sopa y algo de carne con patatas. La calidad es cuestionable, por ser generoso, pero qué quieres... ¡estás comiendo en la maldita central nuclear de Chernóbil! Al terminar, ya solo pararemos en el control militar, otro control de radiación y chequear cuanta radiación hemos absorbido en todo el día mediante un aparato que te dan al entrar. Todos oscilamos entre el 1 y el 2, sigo sin créemelo, pero si lo dice el aparato... ¡Ah! Y por supuesto la tienda souvenirs nada más pasar el control, faltaría.

En resumen, para terminar, debo reconocer que mi experiencia fue positiva y volvería, hay excursiones de dos días y me gustaría probarlas.

Apenas nos cruzamos con otro grupo en todo el día y era igual de pequeño que el nuestro, por lo que la sensación de soledad fue permanente. No es un lugar masificado y me alegro por ello, espero que puedan mantenerlo así, por seguridad y por respeto.

Chernóbil, una visita al ojo del huracán

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