Este año es de doble efeméride para Chernobyl, por un lado el 30 aniversario de su recordado accidente y por otra razón la finalización del segundo sarcófago que cubrirá al primero (casi a punto de hundirse) y garantizar la seguridad por un siglo.
26 de Abril del 1986, un aumento súbito de potencia en el reactor número 4 de la central de Chernobyl, se produjo la explosión del hidrógeno acumulado dentro del núcleo por sobrecalentamiento. Posteriormente, un incendio que duró diez días. Los datos son escalofriantes. Más de 800.000 personas para acabar con la catástrofe, los “liquidadores”, terminaron enfermos o muertos en su mayoría. Más de 130.000 personas fueron evacuadas de la zona, aunque hay algunas, la mayoría gente mayor, que ha decidido continuar a vivir en su pueblo de toda la vida a pesar de la contaminación radiactiva. Se estima que la esperanza de vida en Ucrania, que era de setenta y nueve años a los últimos años de la Unión Soviética, cuando ocurrió el accidente, será de cincuenta y cinco años en 2020 a causa de sus efectos.
La explosión del reactor fue grave pero más grave fue el posterior incendio de la central que duró 10 días durante los cuales la radiación se extendió mezclada con el humo y no se extendió más gracias a que llovió y las partículas radiactivas se depositaron en el suelo.
Los seres vivos dentro del perímetro de influencia que abarcaba unos 30 km, la zona de exclusión, desde el epicentro radiactivo, tuvieron que librar una batalla a escala celular. Y es que la naturaleza está sometida a la radiactividad natural, creando mecanismos de reparación. Pero no al resultado de un bombardeo de átomos radiactivos, como el que pasó. Tras la marcha del hombre, pasaron años en los que existió una especie de “calma muerta”.
Los radionúclidos liberados de la explosión, emitieron lo que se conoce como, radiación gamma, que tiene la propiedad de una alta penetración, choca con las moléculas, formándose entonces radicales libres. Estos radicales, tienen la propiedad de ser tóxicos, destruyendo células y por tanto afectan a nivel de tejidos. Los seres vivos, no estaban preparados para esta gran dosis de radicación. En los días posteriores a la explosión, se encontraron miles de millones de seres vivos (vegetación, mamíferos, invertebrados, etc.) muertos en la zona. En efecto, cerca de la central miles de pinos enrojecieron y murieron (muerte cloroplastos), a ese bosque se le conoció por el siniestro nombre de “bosque rojo”.
De hecho, los científicos, es la única población que parece no temer la radiactividad de la zona de exclusión, hacen estudios in situ de la fauna de la zona. Por ejemplo una especie común, el ratón de campo, puede llegar a tener una concentración de 137Cs por encima de otra utilizada como control. Pese a ello, sorprende que no tengan síntomas de cambios evidentes, son fuertes y con alta capacidad de reproducción.
Tras la catástrofe se calcula que se produjeron muchísimos nacimientos con raras anomalías y mutaciones (por ejemplo mamíferos bicéfalos). Con la gran explosión, que expulso grandes trozos de material radiactivo a grandes distancias, se produjo la nube radiactiva de Chernobyl. Después la meteorología produjo que la lluvia repartiera desigual la precipitación de radionúclidos en la superficie de la tierra. Eso creó que la evolución de los años posteriores se produjera de manera desigual.
En los años posteriores, los científicos han comprobado que se ha producido un descenso progresivo de la actividad radiactiva (sobre todo con los isotopos radiactivos de corto periodo de semidesintegración). Ahora en las zonas de exclusión existen zonas que se han pasado a llamar zonas de baja radiactividad crónica. ¿Pero qué pasa con el ecosistema, de la zona, como se han adaptado y por qué?
Es evidente que los radionúclido, con el paso del tiempo, se han absorbido por el suelo y el manto vegetal. Y estos “seres vivos radiactivos”, sirven de alimento en la cadena trófica. Incluso ya existe algún huerto en la zona de exclusión. Por ejemplo los cerezos dan frutos de una calidad excelente. Si, es verdad que el cerezo por ejemplo tiene una alta capacidad de absorción de cesio o estroncio (90Sr), pero casi todo se almacena en el hueso, por lo tanto bastaría con escupirlo.
Las plantas absorben estos radionúclidos porque los confunde con el calcio y potasio necesarios para su desarrollo, y los confunde porque tienen una similitud elevada. Claro que no todas las plantas los absorben de igual manera. Los humanos podríamos seleccionar que vegetales son aptos para su consumo, pero los animales, no.
Esta destrucción a nivel ADN, la célula tiene mecanismos de reparación de la doble hélice, pues son idénticas las dos ebras. Lo que pasa es que esta replicación, no siempre es perfecta, produciéndose errores, dando a una mutación. Podría ser que la célula muriese pero podría ocurrir que se multiplicase, continuando con la mutación.
¿Pero que ocurre con los animales más evolucionados como las aves o los mamíferos? Pasaron varias cosas, cuando se quedó la zona despoblada, hubo una progresiva intrusión de especies del exterior que se mezclaron con las ya existentes.
Otras anomalías que se observaron fueron con las aves migratorias. En las golondrinas se vieron extraños síntomas como un micro albinismo, tamaños de las plumas diferentes (afectación en aerodinámica del vuelo), o tamaños anómalos en el crecimiento de los huevos. La explicación fue a que durante el proceso migratorio desde otras latitudes, “gastaron” antioxidantes, necesarios para la lucha contra los radicales libres de las zonas contaminadas. En cambio con ratones comunes, la especie más abundante, se vio que tras estar tiempo en zonas contaminadas en la zona de exclusión, después podían combatir exposiciones a más radiación. Esto podría deberse a un posible efecto hormético (pequeñas dosis que generan un efecto positivo, en este caso generar más anti oxidantes). ¿Los mamíferos, desarrollaran un efecto hormético similar a los pequeños roedores? Aún no está demasiado claro.
Actualmente a pesar de los niveles de radiactividad la flora y la fauna se han recuperado espectacularmente. No se observan animales con mutaciones o débiles ya que la selección natural que hay en la zona, sin la acción del hombre que los elimine, ha permitió que los supervivientes se hayan adaptado (no inmunizados) a esta radiactividad. El trinomio carnívoros-herbívoros-vegetación se vuelve a recuperar y resurgir de una manera espectacular. Este desgraciado accidente ofrece una posibilidad de investigar los efectos de la radiación a largo plazo sobre nuestro ecosistema. Y esta puede ser una oportunidad única que no debemos desaprovechar para la investigación científica.