¿Recordáis mi lista de lecturas para el verano? Pues puedo deciros muy contenta que he hecho los deberes. Los he leído todos e incluso alguno más que no estaba en la lista. Muchas de las que sois madres os quedaréis boquiabiertas. ¿Cómo es posible? Pues aprovechando siestas de los niños, ratitos que juegan solos, por las noches... No, no es sólo eso. No, no he dejado de atender a los niños y de disfrutar tiempo con ellos, ni de preparar la comida, ni de charlar con mi marido de lo divino y de lo humano. Leo rápido, eso ayuda, claro, pero no ha sido solo eso. Debo confesar que este ritmo de lectura no habría sido posible en la ciudad. Pero ni en la playa ni en el campo dispongo de internet, así que he contado con menos distracciones: ni blogs (el propio y los ajenos), ni artículos, ni nada. La tele también anda escasa por esos lares, así que otra distracción menos. Está claro que las tecnologías nos consumen mucho tiempo y nos lo roban de otras actividades. El móvil me ha mantenido conectada con la familia y los amigos, pero al margen de eso he pasado poco tiempo delante de las pantallas. Ahora que vuelvo a estar conectada, os iré dejando poco a poco algunas reseñas de mis lecturas veraniegas.
"¿Qué le hacía pensar que existía eso de la eternidad para las almas gemelas, cuando a su alrededor sólo había personas que luchaban por unas migajas de felicidad y no conseguían nada?"
Esta es la primera palabra que viene a la cabeza cuando pienso en esta novela: desolación. Que no os eche para atrás esta palabra. El relato es desolador, pero eso no le quita ni un ápice de belleza e incluso de humor. La novela nos traslada al Londres de los años 50 y 60, donde viven dos chicas irlandesas, amigas de la infancia, ahora ya casadas. Kate, madre de un niño, se casó con su gran amor, pero su matrimonio, al igual que tantos otros, rápidamente derivó en insatisfacción. Sin embargo, Kate, ingenua y soñadora, cree en la felicidad y en el amor. Los capítulos dedicados a Kate están escritos en tercera persona y se alternan con la poderosa y sarcástica voz de Baba, que, en primera persona, relata su matrimonio con un ostentoso constructor que le consiente todos sus caprichos, pero que esconde sus propias oscuridades. Más pragmática y terrenal, Baba es descarada y divertida e inunda el relato con su humor negro y ácido, pero, detrás de su insolencia, se esconde una gran amargura.
Sin duda, Kate se lleva los mayores golpes, ya que va perdiendo poco a poco todo lo que tiene. Su tranquila vida de ama de casa salta por los aires cuando su marido descubre que tiene un amante. Cegada por sus sueños, Kate cree que su nuevo amor (también casado) será el definitivo, pero, obviamente, no sucede así y, poco a poco, todo le es arrebatado: su hogar, su hijo, su dignidad. Con impotencia absoluta, asistimos a su terrible tragedia, en la que ella misma colabora con sus sueños vanos, sus actos y su carácter, producto de una educación que concebía el matrimonio como el único objetivo de las mujeres, pero propiciada fundamentalmente por el machismo de la sociedad y por un sistema legal que protege a los hombres y despoja a las mujeres de todos sus derechos.
La vida de Baba no está exenta de sufrimiento, pero su carácter fuerte y su sentido del humor le permiten enfrentarse de forma más airosa a sus batallas. Su forma de ver el mundo y de relatar los acontecimientos que rodean la vida de estas dos mujeres hace reír, para también deja un gusto amargo, una sensación incómoda por reírse ante la tragedia y, sobre todo, un sentimiento de frustración por las injusticias que encuentran estas mujeres.
La novela trata numerosos temas, pero yo destacaría tres: el sexo, la maternidad y la amistad. Respecto al primero, el texto recoge, de forma explícita, la insatisfacción sexual de las protagonistas, retrato de numerosas mujeres que sabían que sus cuerpos eran capaces de sentir más placer del que recibían. Pero tropiezan siempre con hombres egoístas, inexpertos o poco hábiles y ellas mismas no saben cómo cambiar la situación.
La maternidad es otra pieza clave. Por un lado, están las fallidas enseñanzas que sus propias madres legaron a las chicas y, por otra, la maternidad de Kate, que no es la madre tradicional, abnegada y sacrificada, sino una madre imperfecta, que a menudo antepone sus propios deseos a los de su hijo, pero que, por supuesto, le quiere muchísimo. Por ese motivo, le resulta devastador perder su custodia y otros acontecimientos relacionados con el niño que no desvelaré por si os animáis a leerlo.
Por último, la amistad entre las dos mujeres es el pilar sobre el que se asientan. Una amistad que perdura en el tiempo y que les permite sostenerse la una a la otra. Baba, que no tiene pelos en la lengua, critica con frecuencia a Kate, pero siempre acude a rescatarla del pozo en el que poco a poco se va hundiendo y recurre a ella cuando necesita una mano amiga que la sostenga.
Chicas felizmente casadas, publicada en 1964, cierra la trilogía que relata las vidas de Kate y Baba desde la infancia. Sin embargo, se puede leer de forma independiente. De hecho, yo no he leído aún los dos primeros tomos ( Las chicas de campo y La chica de ojos verdes, también publicadas por Errata Naturae) y, si no lo hubiera visto en la solapa, no habría sabido que formaba parte de una trilogía, aunque, sin duda, me leeré los otros dos volúmenes en cuanto pueda. La autora es Edna O'Brien (Tuamgraney, Irlanda, 1932), licenciada en Farmacia que publicó su primera novela ( Las chicas de campo) en 1960, con la que ganó fama internacional, aunque, según Wikipedia, en su pueblo quemaron el libro por hablar de la libertad sexual. Esa anécdota pone de manifiesto que la autora escribía sobre un entorno hostil que conocía muy bien y que a través de sus libros denunciaba la situación real de muchas mujeres, reivindicando su independencia y sus derechos.
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