Bo Xilai condenado a cadena perpetua
El proceso público contra Bo Xilai, el dirigente expulsado del partido PCCh el año pasado, quiere presentarse como un paradigma de los nuevos tiempos en que “no hay excepciones ni privilegios” que proporcionen inmunidad. Aunque, de momento, estos ejemplos no parecen incluir medidas eficaces de transparencia sobre patrimonios de los dirigentes a todos los niveles o un régimen de incompatibilidades más severo, no hay tampoco propuestas sólidas que puedan reforzar la independencia del poder judicial –también en el punto de mira-, víctima de las interferencias de otras fuentes de poder y del tráfico de influencias. En China, tradicionalmente, se han asociado la lucha contra la corrupción y las luchas de poder. La corrupción diluye las divergencias de naturaleza ideológica entre rivales políticos, por lo que la rentabilidad de operaciones de “borrón y cuenta nueva” siempre ha sido objeto de minucioso cálculo. La conculcación de principios básicos del Estado de derecho, el cuestionamiento de la independencia del poder judicial o la aplicación de la pena de muerte muestran que los contextos socioculturales son totalmente diferentes a los españoles. Es bien cierto... Pero también lo es que en España aumenta la sensación del imperio de la impunidad, mientras el gobierno español, a la defensiva, solo admite ser objeto de un proceso inquisitorial y de una campaña de acoso y derribo. Por el contrario, en China, parecen avanzar en sentido opuesto, siendo la lucha contra la corrupción el objetivo principal de la agenda política, donde predomina la idea de que “al que pillan se le acabó la bicoca”. En la fase actual de la lucha contra la corrupción en China, lo más notorio realmente se aplica a dos extremos: la progresiva domesticación de Internet como referente inexcusable para recuperar la relación dañada entre el poder y la sociedad, y el sistema disciplinario interno que funciona a tiempo completo. Estas medidas se acompañan de una mayor transparencia pública en la gestión de diferentes asuntos que producen malestar en la ciudadanía. La presión cívica en la red está configurando un nuevo poder en China que ahora se encara con muestras de mayor flexibilidad. ¿Tendremos que aprender de ellos?Revista Coaching
El
director del Observatorio de la Política
China, Xulio Ríos, escribe en la revista digital Tendencias21, si China podría llegar a convertirse en un modelo
para España en la lucha contra la corrupción, a pesar de que la corrupción es
un grave fenómeno extendido allí desde tiempos históricos. Parece una paradoja,
pero quizás no lo sea tanto. Veamos.
Desde
el mandato de Jintao en los últimos diez años, las políticas para poner freno a
la corrupción han sido el objetivo estratégico del partido en el poder en China.
Funcionarios de cualquier nivel, local o central, de la justicia o de la
administración, en empresas extranjeras
o en el sector privado, se ven afectados por las investigaciones, expulsiones o
los informes de suspensión. El hecho es que hoy día se incrementa la
transparencia en los casos de mayor impacto social, ya sea por iniciativa
propia o de las redes sociales.
Las
exigencias de reducción en el gasto público están al orden del día en China y
no respetarlas se asocia con comportamientos indecorosos (banquetes, vehículos
oficiales, viajes al extranjero…). Se exige ser escrupulosos siguiendo una
estrategia que se plantea como un impulso para recuperar la confianza de una
población distanciada y escéptica. El combate contra la corrupción se extiende
en todos los órdenes, ya sea mafias que trafican con bebés, multinacionales
farmacéuticas implicadas en sobornos, o delitos de otra índole… Detrás de la orden de
paralización de la construcción de nuevos edificios públicos en los próximos cinco
años, no solo hay un propósito de ahorro, sino también el freno al afán
desmesurado de los funcionarios corruptos que estimulan los proyectos para
embolsarse las comisiones correspondientes.
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