Dice la leyenda que el Chingolo era un gaucho provocador, que alardeaba de su fuerza. Entró a una iglesia, insultó a los feligreses y a los santos.
El Tero que era el comisario, lo metió en un calabozo y le engrilló los pies. Cuando Dios se enteró del sacrilegio cometido, lo convirtió en pájaro, que todavía anda a los saltitos con las patas siempre juntas (por tenerlas engrilladas) y luce el gorro de presidiario en la cabeza…
Mario Marateo, en su obra “el aficionado a los pájaros” lo describe así:
“Canta el Chingolo en un cardo,
y en su gozo extraordinario,
va mostrando su vestuario:
traje pardo de franela,
bufanda color canela,
y el gorro de presidiario.”
El chingolo es un pajarito manso y confiado, muy amigo del hombre de campo, quien asegura que el chingolo anuncia los cambios del clima con su canto. Hace nido en las matas de pasto, acolchado con crines, donde la hembra pone 4 huevos celestes con manchitas rojizas. A menudo es “parasitado” por el tordo y los pobres chingolos deben criar un pichón que triplica el tamaño de los suyos…
El mito urbano dice que ha sido desplazado por el gorrión invasor, pero no es cierto, ya que el gorrión es netamente urbano, mientras el chingolo es mucho más “rural”, y tampoco compiten en la mayoría de su dieta, de modo que han repartido los espacios geográficos y ninguno ejerce supremacía sobre el otro. (extractado de “La fauna Gringa” de Juan Carlos Chebez y Gabriel Rodriguez).