Antes de ser madre, creo que nunca me había planteado que un bebé pudiera o no llevar chupete, tenía esa imagen tan interiorizada que para mí, el chupete al bebé, era casi como su barriga a una embarazada. Bueno, quizás ha sonado un pelín exagerado, pero sí que es verdad, que la mayoría de bebés que había visto hasta entonces iban con chupete incorporado. Así que no es de extrañar, que cuando al quedarme embarazada, una de las primeras cosas que me regalaron a modo simbólico, fue un chupete, me hiciera mucha ilusión.
Durante el embarazo de mi primer hijo, al empezar a leer sobre lactancia materna, y muy especialmente en las clases de preparación al parto, descubrí que el uso del chupete desde los primeros días de nacer no estaba recomendado, ya que podía entorpecer un buen agarre al pecho y dificultar los inicios de la lactancia. Se debía esperar, al menos, a que ésta estuviera establecida, e incluso había algunos detractores del uso del mismo - la OMS, por ejemplo, no lo recomienda- porque interferiría en la producción de la leche materna, al haber una menor estimulación del pezón. Otros autores sin embargo, sí que eran partidarios, argumentando que previene el síndrome de muerte súbita y que genera menos problemas de oclusión dental que chuparse el dedo. Aquí podéis leer más información acerca las ventajas y desventajas del uso del chupete.
A mí me hacía muchísima ilusión dar el pecho a mi pequeño y tanto mi marido como yo estábamos convencidos de lo buena que sería la lactancia materna para él, así que nos apuntamos lo de esperar el mes y ahí quedó la cosa. Sin embargo, una inducción de dudosa necesidad, una inne-cesárea que me dejó descolocada y la posibilidad de que la lactancia materna se fuera a pique, fueron las culpables de que desarrollara una irracional y completa animadversidad hacia biberones, chupetes o cualquier otra “teta de plástico”.A pesar de todo, pasado ese primer mes, con la lactancia perfectamente establecida, y ante los múltiples comentarios acerca de lo mucho que les entretiene el chupete, lo que le iba a costar a dormirse cuando yo me incorporara a trabajar y no pudiera tenerlo todo el día enganchado a la teta, y sobre todo lo mal que lo pasábamos cada vez que subíamos al coche, nos replanteamos la cuestión. Así que, sin mucho convencimiento, lavamos aquel primer chupete que nos regalaron y lo llevábamos encima cuando salíamos; lo llamábamos el chupe de emergencia. Pero el Pequico decía que tururú, que el chupete pá nosotros, y salvo en un par de ocasiones, que a falta de mami, le dio consuelo en brazos de la abuela, y alguna vez por casualidad en el coche (conseguíamos que en lugar de llorar media hora, llorara 29 minutos), la chupeta quedó aparcada y finalmente desterrada al arcón de utensilios beberiles que han pasado sin pena ni gloria por casa. Contra todo pronóstico, Pequico no se ha chupado el dedo (de bebé se mordía alguna vez el puñito, pero de forma esporádica y pasajera), es subirse a un coche y quedarse frito en cinco minutos y nuestra feliz historia de lactancia terminó sin traumas a sus 27 meses, estando yo ya embarazada de nuevo.
Puede parecer entonces, que con mi segundo hijo lo tendría más claro, ¿no?. Pues la verdad es que no, ya durante el embarazo, comencé a darle otra vez vueltas al tema de si chupete sí, chupete no. Ahora ya era consciente de la necesidad de succión que tienen todos los bebés y sabía que, mi Pequico, buscaba en mi pecho algo más que alimento, y por eso, cuando estaba nervioso, irritado, cansado o tenía sueño, quería mamar. Eso significaba “tenerlo enganchado a la teta”, gran parte del día. Mi cuerpo y mi instinto me pedían estar de nuevo disponible por entero para mi Chiquico, tal y como hice con su hermano; además, aunque parezca una tontería, sentía que si no lo hacía así, le estaba privando de algo que sí di al otro. Pero mi mente racional, me decía que la situación había cambiado. Ahora además de con mi bebé, me iba a encontrar con un pequeño de casi tres años al que también tenía que atender y que no sabía cómo iba a llevar la llegada del hermanito. Probablemente, el uso del chupete podría facilitarnos la adaptación, quizá así no dependería tanto de mí para dormirse, llevaría mejor los viajes en coche y las salidas, aunque tampoco estaba segura de ello. Por otro lado, para mucha gente la retirada del chupete, se convertía luego en toda una odisea. Para nosotros había sido un alivio no tener que pasar por ello.
Otra cuestión que me preocupaba era qué ocurriría al reincorporarme al trabajo. Aún no tenía claro si iba a poder permitirme coger una excedencia y alargar mi baja maternal como hice la otra vez. Sí ya de por sí, la separación es dura, si además el bebé no puede aliviar esa necesidad de succión no nutritiva, ante el estrés que le supone la nueva situación, puede ser algo verdaderamente angustioso. ¿Podría el chupete darle consuelo y aliviarle en ese caso?
El uso del chupete está ampliamente extendido en la sociedad occidental actual
Como veis, tenía muchas dudas al respecto, así que decidir no darle más vueltas y esperar; ya iríamos actuando conforme fueran los hechos. Nació Chiquico, la lactancia se inició bien, poco a poco nos fuimos adaptando todos a la nueva situación, y así pasó casi un mes. A veces, cuando le costaba dormirse, nos planteábamos si ponerle el chupe o no, pero antes de decidirnos, acababa durmiéndose y el tema quedaba ahí aparcado. Hasta una noche, en la que no había forma humana de dormirlo, él quería mamar para relajarse, pero estaba saciado y no tenía hambre, y mis pechos parecían un manantial de leche. Así que succionaba un poco, pero en cuanto la leche subía, empezaba a llorar. Intentábamos mecerlo en brazos y se calmaba un poco pero enseguida empezaba otra vez a buscar el pezón y vuelta a empezar. Entonces, un poco desesperados, intentamos darle el chupete, aunque como era de esperar no lo quería. Finalmente, rendido de cansancio, acabó durmiéndose en mis brazos.
De esa noche saqué dos conclusiones: la primera, que en mi fuero interno no quería dárselo, porque a pesar del agotamiento y la desesperación, ¿podéis creer que me sentí aliviada de que no lo cogiera?; y la segunda, aunque pueda parecer contradictorio, que si esa situación comenzaba a producirse, o conseguíamos encontrar la forma de que se durmiera relajado sin pecho, o deberíamos intentar que cogiese el chupete. Con el paso de los días, se volvió a repetir la situación alguna vez, pero de forma muy esporádica y parecía que el baby cada vez se iba adaptando mejor a las rutinas y conseguíamos revertirla en menor tiempo, (aquí nuestra nueva emeibaby ha sido de gran ayuda, la verdad). Además, suele aguantar bastante entre toma y toma, su hermano se ha adaptado muy bien, yo me encuentro más desenvuelta para darle el pecho dónde y cuando haga falta… En fin, que de momento hemos superado la prueba sin chupete, aunque tampoco lo descartamos del todo, si más adelante lo viéramos necesario.
¿Conclusión?: Supongo que la experiencia previa condiciona mucho en estos casos, y si algo lo has llevado bien de una determinada forma, aunque conozcas sus inconvenientes, te sientes más seguro repitiendo lo ya conocido. Como en tantas cosas en la crianza, el usar o no chupete tiene sus ventajas y desventajas, y lo importante es hacer aquello que más se adapte al bebé y a las características de la familia. Eso sí, nunca por presiones externas, sino por un verdadero convencimiento de que es lo mejor. Cómo veis, yo le he dado muchas vueltas al tema y a pesar de ello, o precisamente por ello, no soy capaz de posicionarme al respecto. Por eso, he querido contaros mi experiencia, por si alguien se siente identicado o le puede servir de ayuda. Ahora me encantaría conocer la vuestra…