Hace varios años atrás, había escrito una comparación de los ciclos de vida de una foto analógica y una digital, y las nuevas posibilidades que esta última ofrecía.
Pero la masificación del acceso a internet habilitó ciclos de vida alternativos que fueron más allá de las especulaciones de aquel momento.
Con la fotografía analógica, habíamos visto que sólo se tomaban fotos de eventos importantes de la vida familiar, como cumpleaños y vacaciones, ya que la fotografía tenía un neto carácter documental, y además, era un recurso escaso. Aparte, el ciclo era muy largo, ya que había que terminar el rollo que poníamos en la cámara para mandarlo a revelar, y esperar a tener los resultados. Y luego las fotos terminaban sus días en el álbum familiar, o guardadas en un cajón.
La llegada de la fotografía digital permitió algunos cambios en este ciclo. Por un lado, la cantidad. Con un costo por foto más bajo, comenzamos a registrar mayor cantidad de momentos. Por otra parte, la inmediatez. Ya no hacía falta terminar el rollo y revelarlo, sino que en cualquier momento se podían descargar las fotos a una computadora, para luego organizarlas en carpetas o álbumes digitales.
Pero también aparecieron fotografías efímeras, tomadas con un fin particular, como por ejemplo recordar la ubicación de ciertos objetos, que podían eliminarse una vez cumplieran su función.
Desde hace unos años, la cámara de fotos familiar mutó a un teléfono celular conectado a internet, y eso volvió a cambiar todo, a lo que Joan Fontcuberta llama la , y el Dr. Oscar Colorado fotografía 4.0, dejando de ser memoria para convertirse en lenguaje. En esta nueva etapa, los mismos tres parámetros que antes mencionamos se escalan a otro nivel.
Ahora llevamos todo el tiempo una cámara en el bolsillo, por lo que siempre estamos listos para sacar fotos, multiplicando así la cantidad de fotografias que se toman a diario. La comida que acatamos de preparar, el café recién hecho, la ropa que nos vamos a poner, todo, absolutamente todo amerita ser fotografiado.
Y ya no hace falta regresar a casa para transferir las fotos a una computadora. Ni siquiera tenemos que tomarnos el trabajo de organizar carpetas y subirlas a la nube. La inmediatez es tal, que apenas tomamos una foto, la estamos compartiendo en las redes sociales.
Pero más interesante es cómo ahora todas las fotografías tienen una vida efímera. Ya sea una foto sin mayor importancia más allá de verla en ese instante, o el recuerdo de un momento que nos gustaría preservar por siempre, todas tienen un pico de atención muy breve, donde reciben los tan ansiados likes, y luego quedan tapadas por la infinidad de nuevas fotos que se siguen subiendo a las redes sociales.
Pero la paradoja del ciclo de vida de una foto en la era de internet es que, cuando la creímos sepultada para siempre, aquella fotografía que ya habíamos olvidado vuelve a aparecer. Ya sea porque algún algoritmo de las mismas redes la rescata recordándonos lo que estábamos haciendo hace unos años atrás, o porque alguien, con vaya a saber con qué intención, bucea en las redes esperando encontrar alguna perla oscura de nuestro pasado.