Por Daniel Rubio
Dulce armonía. Melodía sin sabor que algunas veces despide cierto tufillo amargo. Pero así es la vida.
Hace poco tiempo leí el libro de un amigo al que no voy a mencionar por no caer en lo patético del peloteo, pero él bien sabe quién es. Y si no lo sabe, lo sabrá en breve. En su relato contaba que el cosmos traza un círculo y, cada ciertos miles de años, cuando se cerraba el círculo, todo comenzaba de nuevo: Las mismas vidas, los mismos sucesos, etc. Para que lo entendáis mejor, algo parecido a la película de la puñetera marmota, Atrapado en el tiempo. Sí, en la que sale el de los Cazafantasmas.
Creo que no se equivoca, al menos no tanto. No puedo decir que esas cosas pasen de verdad, sería increíble, pero sí que es cierto que nos ocurre en pequeñas dosis durante nuestra vida cotidiana. Abrimos un círculo cuando nacemos y lo cerramos cuando damos nuestro último campanazo. Es lo que hay.
Y esta tarde, que estaba tan tranquilo tomándome un café, me he dado cuenta de que nuestra vida es repetitiva. Es como vivir en un bucle que se autorebobina cada X tiempo. Te levantas una mañana, te miras al espejo y te dices: “Pero qué grande soy, qué bien me va todo.” Que llega un día en que te levantas de la cama, te miras y no te dices nada porque no ves más que un montón de basura. Suele pasar, a mí me ha pasado. A tu vecino le ha pasado, a tu mejor amigo le ha pasado y, una vez más, nos subordinamos y pensamos: Es lo que hay, ya vendrán tiempos mejores.
Y sí, vendrán tiempos mejores porque de eso se compone la vida, de ciclos. Lo bueno que tienen esos ciclos es, que cuando uno los sabe aprovechar, te aportan mucho, muchísimo. La parte negativa de estos ciclos es cuando nos damos por vencidos. A partir de ahí, lo único que nos puede deparar la vida es un camino oscuro. Un camino donde hay que tomar muchas decisiones de las que a ti no te corresponde ninguna, pues no estarás en condiciones de hacerlo. ¿Y qué pasa cuando dejamos que en nuestras vidas sean otros los que toman las decisiones? Pasa que modelan lo que ellos quisieran ser en nosotros mismos, destruyendo así nuestra escasa felicidad. Es un proceso lento y autodestructivo en el que poco a poco, todo lo que te rodea, es contaminado por tu falta de positivismo y voluntad de luchar porque lo que mereces, o quieres.
No te bases en el consuelo de tontos para autocomplacerte. No te fijes en qué han fallado los demás para dar explicación a lo que te ocurra a ti. Se tú quien decida dónde quieres llegar y cómo quieres vivir. Y, lo más importante, aprende de tus errores, no los ocultes, no los olvides, tenlos presentes porque un día, te harán falta.