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El proyecto “The Ordered Universe”, de la Universidad de Durham, tiene como objetivo de estudio el pensamiento científico de la Inglaterra medieval, entre los siglos XII y XV, con una idea clave de fondo: es la época en que se forjan los cimientos de la ciencia moderna; aunque el pensamiento medieval es bien conocido en otros campos, aún no existen estudios sólidos sobre cómo las ideas científicas de la época conformaron una imagen del universo mucho más profunda de lo que hoy se piensa y tuvieron un impacto aún más profundo en la vida intelectual.
La lectura de los textos medievales revela gran cantidad de conceptos vigentes en la Modernidad y explica los escritos teológicos y literarios como divulgadores de un pensamiento científico que, desconocido por los humanistas e ignorado por los científicos, ha pasado desapercibido hasta el día de hoy. Es por ello que se hace necesaria una aproximación interdisciplinar, de manera que académicos bien formados en la ciencia moderna y en estudios históricos, textuales y artísticos puedan superar la ceguera de una formación especializada y recelosa de todo aquel conocimiento que no pertenece a su departamento.
El proyecto ha tomado como figura clave, para empezar, a Robert Grosseteste, un franciscano que llegó a ser obispo de Lincoln y que, convencido de que todo fenómeno natural puede ser traducido al lenguaje de las matemáticas, es considerado uno de los más importantes precursores de la ciencia moderna.
Su obra más representativa es De Luce, un tratado sobre la influencia de la luz en la materia que escribió en torno a 1225. Lo primero que nos dice esta obra es que la luz es la primera forma corpórea en existir, y que se multiplica a sí misma hasta el infinito, expandiéndose desde su origen en forma de esfera. En su expansión, la luz otorga las tres dimensiones espaciales a la materia, de las que carece si no es en su relación con dicha luz, de manera que es así como aparecen los cuerpos.
Grosseteste aborda la cuestión de las esferas aristotélicas con el filtro de los comentaristas árabes y judíos de la época, de donde se concibe un origen emergente del Cosmos frente a la idea de una Creación estacionaria; de ahí sale un universo con diversas esferas al gusto medieval: nueve por encima de la Luna y una, donde estamos los terrícolas, por debajo, la cual está compuesta por los cuatro elementos aire, fuego, agua y tierra.
Para explicar cómo se formaron tales esferas, Grosseteste contempla la idea de un comienzo del universo y su instantánea expansión a partir de un punto único de luz.
El límite exterior del Cosmos se corresponde con un momento de mínima densidad, donde la luz ya no tiene fuerza suficiente para seguir impulsando la materia; es el límite de la primera esfera. Desde allí, la luz externa que todo lo abarca, el lumen, contrae la materia hacia el interior hasta que se alcanza un momento crítico en el que la fuerza del lumen es contrarrestada en cierto grado al haberse alcanzado un nuevo nivel de densidad. De esta manera, se forma una segunda esfera en que la compresión continúa en un entorno más denso hasta otro punto crítico en que surge la tercera esfera. Y así sucesivamente hasta formarse la esfera central, última, la más densa e inestable.
Lo que han hecho los investigadores ha sido crear un modelo matemático y la visualización en 3D de este proceso descrito por Grosseteste. La clave está en establecer la densidad inicial y la relación entre materia y luz, cuyo ratio va marcando los límites entre esferas según se produce la compresión.
La formación de un universo de nueve esferas perfectas exige condiciones iniciales muy concretas y una calibración de fuerzas sin margen para variaciones, y tal ha sido la dificultad de convertir el texto medieval en constantes de la naturaleza, de manera que las matemáticas modernas confirmen que el universo ingeniado por Grosseteste era viable en términos científicos.
La tentación de los anacronismos es muy fuerte en varios aspectos. El primero, inevitablemente, tiene que ver con la teoría del Big Bang, tal y como señalan los autores del estudio. Y aquí conviene recordar algo que se suele olvidar:
“El Big Bang es una idea, no un momento en el tiempo”, dice Jan Tauber, del Proyecto Planck, en un video que la Agencia Europea del Espacio ha colgado en Youtube hace pocos días y en el que algunos destacados miembros de la comunidad científica internacional reflexionan brevemente sobre el estado actual de los estudios relacionados con la Gran Explosión.
Al contrario de lo que se suele pensar, el Big Bang no debe concebirse como un fenómeno acaecido en el tiempo y en el espacio, sino como un modelo teórico que permite explicar ciertos hechos observados y elaborar líneas de desarrollo que se ajusten a tales observaciones: permite “crear una historia”, como dice François Bouchet, del Instituto Astrofísico de París.
(“El Big Bang y algunos de sus misterios“)
Por otro lado, la conexión entre el modelo de luz de Grosseteste por el que ésta proporciona dimensiones a la materia nos pide a gritos referirnos a la física cuántica. Y aquí nos apartamos del estudio que estamos comentando, pero es que no cabe otra que recordar el experimento de la doble rendija y la responsabilidad del observador, que no es sino un proyectil de fotones, en la configuración de los patrones de onda o de partícula. Los cuerpos existen porque la luz se acopla a la materia y la dota de dimensiones, según nuestro franciscano medieval. Pues bien, en el experimento de la doble rendija, si un fotón golpea al electrón que ha sido disparado, es decir, si el electrón es observado en su trayectoria, la pantalla en que golpea dibujará una formación de impactos de partículas; si no se disparan fotones para detectar a los electrones, estos se plasmarán en la pantalla siguiendo un patrón de ondas. Es decir, si no hay interacción entre luz y materia, los cuerpos no existen salvo en su función de probabilidad.
Para más relaciones, sugerencias y misterios cognitivos, donde se incluye una reveladora conexión entre la constante de estructura fina, que es la probabilidad de que un electrón interactúe con un fotón, y los secretos de la Kabbalah, al gusto codigodavincero pero de cosecha propia y discreta gloria, los escogidos y selectos lectores de este blog pueden remitirse a un viejo artículo del mismo: “Un universo de luz“.
Pero no se trata de dejarse llevar por los anacronismos, dicen los miembros del proyecto “The Ordered Universe”, de manera que se superponga nuestra visión del mundo a la visión de otra época muy diferente, sino de comprender la cultura medieval, sus imágenes, su vocabulario, con una mirada más atenta que arranque ciertas ideas preconcebidas.
Pretender que Grosseteste previó descubrimientos que sólo tendrían lugar ocho siglos más tarde significa olvidar, o ignorar en cuanto nunca se ha conocido, un pensamiento que conforma el subsuelo de la historia del hombre, ajeno a esa identificación artificial según la cual cada época se asocia con unas ideas concretas que, al gusto de la idea de progreso, se ordenan en una cadena de superación intelectual; lo cual sería correcto en cierto modo y a efectos generales, pero incompleto, ya que se limita a describir los canales artificiales que conducen por la superficie unas aguas mansas sin atender a su procedencia: una laguna en el subsuelo, demasiado profunda y oscura para ser contemplada por las frágiles mentes de una especie aún lejana a su maduración.