Revista Espiritualidad

Ciencia y Vida

Por Av3ntura

Cuando nos adentramos en el estudio de la historia de la ciencia, podemos incurrir en el error de pensar que la ciencia, propiamente dicha, nació con el Renacimiento y se desarrolló gracias a la Ilustración. Vemos en sus precursores a hombres tan polivalentes como Leonardo da Vinci, Nicolás Copérnico, Galileo Galilei o Isaac Newton, pero nos resistimos a entender que, si todos ellos pudieron realizar sus descubrimientos e idear sus teorías fue gracias a lo que ya habían descubierto e ideado antes que ellos los hombres del Medievo y los de civilizaciones antiguas como Grecia, Egipto, Roma o Mesopotamia.

A veces confundimos ciencia con laboratorios sofisticados y nos olvidamos de que esos laboratorios no se habrían podido ni imaginar de no ser por la suma continua de descubrimientos, de teorías contrastadas y de ideas innovadoras que la humanidad ha ido cosechando a lo largo de toda su historia evolutiva.

Imagen encontrada en Pexels

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El conocimiento, como la vida, no surge de la noche a la mañana. Una simple célula de nuestra sangre o una simple neurona de nuestro cerebro son el resultado de millones de años de evolución, de exposición a constantes cambios, de readaptaciones al medio ambiente y de supervivencia. La vida en nuestro planeta empezó en el agua, pero aquella primera ameba que surgió de la combinación de átomos de agua y luz no se convirtió de repente en una planta exuberante, ni en un animal legendario, ni mucho menos en un humano con ínfulas de macho alfa cual mariposa que abandona su crisálida.

Al margen de los credos que cada uno pueda seguir o no seguir, no hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que una ameba no se convierte en un ser humano como por arte de magia. Habrá quien pueda argumentar que, en el momento de la concepción, no somos más que un par de gametos que se fusionan empezando a dividirsey desarrollarse hasta alcanzar el logro de un individuo perfectamente formado. Esos gametos que lo inician todo sólo son perceptibles a través de un microscopio. Pero, a diferencia de la ameba, que tiene una estructura muy simple y apenas está compuesta por una bacteria sin núcleo, los gametos contienen toda la carga genética de los progenitores de esa futura persona. Contienen en ese ADN toda la información que necesitan para seguir la ruta marcada para la consecución de una meta específica.

Gracias a toda esa información contenida en las bases nitrogenadas del ADN, un ser humano puede desarrollarse en sólo nueve meses, pasando de un par de gametos fusionados que sólo son visibles a través de la lente del microscopio a un bebé completamente formado y preparado para seguir desarrollándose, aprendiendo y creciendo fuera del vientre de su madre. De igual manera, los distintos animales pueden lograr en tiempos incluso mucho más cortos o más largos, dependiendo de la complejidad de la especie.

La ciencia, como la vida, también almacena todo el conocimiento de nuestros ancestros en las bases de las teorías que defendemos actualmente. Es evidente que no podemos pretender que hoy en día se siga haciendo ciencia del mismo modo en que la hacían los antiguos. El mundo ha cambiado, nosotros hemos cambiado. La vida cotidiana que llevamos no tiene nada que ver con la que llevaban los pobladores de la Alejandría que vio surgir a Hipatia, ni con los pobladores de la Atenas de los presocráticos o los peripatéticos, pero los principios de Arquímedes siguen vigentes en el siglo XXI. La medicina de Hipócrates de Cos, la de Galeno o la de Avicena no se parecen a la que se practica hoy en día. Ahora ya no hablamos de humores, ni de nigromancia, pero gracias a lo que esos grandes médicos de la antigüedad dejaron escrito en sus cánones, los médicos que les sucedieron avanzaron en las sendas que ellos abrieron para seguir descubriendo más sobre nuestra naturaleza hasta el punto de que aquellas autopsias que en su tiempo se consideraban prácticas demoníacas que muchas veces les costaban la vida a los médicos que osaban practicarlas, son las que han permitido que la medicina avance, que puedan investigarse las causas de muchas enfermedades y se puedan ensayar nuevos tratamientos y que puedan donarse órganos que salven muchas vidas.

Ciencia y Vida

Imagen de Pixabay

Es evidente que, a medida que la ciencia ha ido avanzando y evolucionando, también ha ido refutando algunas de las viejas teorías que se habían mantenido durante siglos. Tal es el caso de los descubrimientos de Vesalio sobre la circulación de la sangre, que demostraron que Galeno estaba equivocado en sus argumentos. Pero, sin haber tenido un previo conocimiento de la obra de Galeno, Vesalio habría podido refutar sus teorías?

La ciencia, como la vida, no se mueve en línea recta, sino en zigzag. Ninguna de las dos sigue un plan determinado, sino que están expuestas a la influencia de demasiadas variables, tanto internas como externas. Cualquier pequeña variación en un experimento o cualquier pequeña circunstancia que altere nuestro día a día puede hacernos desembocar en escenarios muy diferentes.

Es una carrera de obstáculos constante en la que tanto la ciencia como la vida se suceden por ensayo y error. Los errores, lejos de llevarnos al fracaso, muchas veces nos acaban llevando de la mano hacia un acierto mayor del esperado. El fenómeno de la serendipia es más habitual de lo que, a priori, nos podamos figurar. Grandes descubrimientos en ciencia se han hecho mientras los científicos que llevaban a cabo determinados experimentos estaban buscando resultados distintos. La penicilina fue uno de ellos.

En determinadas épocas de la historia, los científicos han sido vistos más como meros charlatanes que pretendían vender humo que como lo que realmente eran. Porque la ciencia, como la vida, tiene tantas interpretaciones como sujetos se sirvan de ella. Durante demasiado tiempo, la ciencia se ha visto como una especie de polo opuesto a la religión y hay que reconocer que, en la historia de la humanidad, la religión ha tenido un peso mucho más elevado de lo que habría resultado deseable. Durante la ilustración, muchos grandes científicos tenían que acercarse a las élites del poder imperantes para hacerse un hueco en la corte y poder seguir investigando en sus laboratorios particulares, pregonando en los teatros o en los espacios públicos sus descubrimientos, como si de una representación teatral se tratase. Porque la ciencia se entendía más como un entretenimiento que como un eslabón muy necesario en la cadena de nuestra evolución.

Lo mismo ocurría con los médicos. En tiempos de Avicena, no se hablaba de médicos como tales, sino de cirujanos barberos que deambulaban por los pueblos como atracciones de feria para tratar de ganarse la vida. La salud y la enfermedad eran entendidas como cosa de Dios. Si alguien moría joven, era el designio del Señor. No se luchaba por la curación con el empeño en que lo hacemos ahora.

La medicina preventiva, la higiene generalizada, la alimentación saludable y las vacunas, desde el ámbito de la salud, y el suministro eléctrico, el agua corriente o internet, en nuestra vida cotidiana, son sólo algunas de las ventajas de las que disponemos en la actualidad para procurarnos una vida mejor. Y son ventajas que le tenemos que agradecer a todos esos hombres y mujeres de ciencia que, contra viento y marea, se atrevieron a desafiar los dictámenes imperantes en sus respectivas épocas, para seguir estudiando los fenómenos de la naturaleza y las enfermedades.

Si hoy tenemos la ciencia que tenemos es gracias a personas como Ramón y Cajal, Marie Curie, Watson y Crick, Charles Darwin o Thomas Edison. Pero nunca olvidemos que todos ellos, seguramente, aprendieron de otras personas que les precedieron como Arquímedes, Hipatia, Pitágoras, Avicena o Galileo Galilei. Estos últimos son como las células que empezaron a replicarse para formar los órganos de la ciencia que disfrutamos ahora y que seguirá avanzando dirigiéndonos hacia el mundo que vendrá.

Estrella Pisa

Psicóloga col. 13749


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