Me resulta curioso que este fin de semana sea noticia en nuestro mundillo el cierre de la edición española de Rolling Stone. Me lo parece porque yo he pasado los últimos cuatro años trabajando para dicha publicación, dando lo mejor de mi con toda la ilusión de alguien que entró en la Facultad de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid con una vocación indomable y una determinación inquebrantable.
En fin, como parece que todo el mundo tiene algo que decir, solo quiero contar una historia personal que comenzó el 25 de julio de 2011 cubriendo el concierto de M Clan en el Escenario Puerta del Ángel de Madrid y que ha durado hasta el viernes 17 de abril de 2015, cuando el equipo de la revista y de la web de Rolling Stone España terminó oficialmente su labor cotidiana.
La cuestión es que desde aquel día nunca cesó mi vinculación con Rolling Stone, una legendaria franquicia para la que he pasado los últimos tres años gobernando la página web y las redes sociales durante los fines de semana. Compaginándolo con mi trabajo de lunes a viernes en Europa Press Música, lo cual básicamente significa que he pasado largas temporadas sin descansar ni un solo día, empalmando noticias con conciertos, con reportajes y con entrevistas (escribiendo incluso de vacaciones desde el Cabo de Gata). Y todo para que cualquiera te lance luego el típico comentario ese de 'estos de Rolling no tienen ni puta idea' y tu te quedes con cara de gilipollas.
Estar de guardia los fines de semana tiene efectos curiosos para alguien obsesivo con lo que hace. Puede provocar, por ejemplo, que te despiertes a las siete de la mañana un domingo con una estocada en el estómago, sintiendo que se ha muerto alguien imprescindible y que tienes que contarlo cuanto antes. Puede originar que sueñes constantemente con noticias y posibles reportajes. Puede llevarte a aparecer en una boda con un ordenador portátil colgado del hombro, no sea que se vaya a morir alguien y te pille de farra sin unas teclas que aporrear y te suicides por la ansiedad.
También puede ser que estés esperando una crónica de un concierto o un festival y que no llegue y tu familia te esté esperando y todo sea estúpidamente estresante. También puede que se muera Lou Reed y te pille haciendo footing un domingo de octubre por la tarde. Esa es una de esas carreras que nunca olvidaré porque la dichosa ansiedad casi hace que me atropellen en un cruce cualquiera del barrio de Aluche. Es, básicamente, una dedicación a tiempo completo que uno hace con naturalidad debido al convencimiento de que en realidad no sabe hacer otra cosa.
Tengo más recuerdos, como estar viendo el Madrid-Barsa en el bar con los colegas un sábado por la tarde y tener que ponerte a escribir la muerte de Jack Bruce. O estar cenando en casa de unos amigos y pedir el ordenador para contar que se han separado Beady Eye (¿es o no es esto dedicación? jeje). Despertarte una mañana de sábado con el whatsapp ardiendo porque se ha muerto Tommy Ramone durante la noche. Celebrar cumpleaños familiares desde el fondo del salón porque justo en ese momento hay que publicar algo si o sí. También me río recordando aquel día que puse Andrés Calamardo en Facebook y la peña me dijo de todo (a mi, sí, porque siempre ha sido algo personal en los aciertos y los errores).
Y ahora que ha pasado un mes y medio de recuperada libertad, lo cierto es que se echa de menos porque los que esto somos necesitamos estar en permanente movimiento. Si, es verdad, puedo seguir haciéndolo a través de Europa Press y este nuestro Mercadeo Pop (que ni de coña da de comer, pero me salva la vida diariamente), pero es una pena que nos hayamos quedado todos sin Rolling Stone. Claro que hay otras revistas seguramente mejores, pero esta es una cabecera mundial que en España ha dejado de interesar. Eso somos.
Podéis pensar lo que queráis sobre la revista y la web, pero está hecha por gente demente que se acuesta leyendo sobre música, que sueña con música y que se levanta escribiendo sobre música. No se trata de mencionar a los periodistas en plantilla y colaboradores, pero están ahí, están en Twitter, día a día incensantemente poniendo banda sonora y sapiencia a una red social repleta de frenética ignorancia.
Podéis pensar lo que queráis sobre la revista y la web (muchos contenidos vienen impuestos, claro), pero durante todo el tiempo que he pasado entregando mi vida y mi salud me he sentido constantemente valorado y, ojo, razonablemente pagado, algo que no es en absoluto costumbre en el tedioso mundillo de la prensa musical española. Y espero que nadie se moleste por desvelar esto, pero a pesar de trabjar solo hasta el 17 de abril, ese mes se nos pagó entero a los implicados en el día a día, en un último gesto cuanto menos inspirador.
El cierre de Rolling Stone en España es una realidad para unos cuantos desde principios de marzo. Ha habido negociaciones con otros grupos interesados en editar la cabecera en nuestro país pero parece ser que no salen los números. ¿Cuántos de los que derrochan postureo en las redes sociales compraban la edición en papel? Puede que no te gustara el contenido y por eso no la compraras, eso es lícito. ¿Pero por qué lamentarse ahora? No hacía falta ser Nostradamus para saber cual era el inevitable final.
Y no, no todos los contenidos se copiaban de la edición matriz estadounidense. Lógicamente se aprovechan, pues para algo se paga la licencia, pero más allá de eso ha habido muchos contenidos genuinamente interesantes, con muchas horas y días de trabajo detrás. Pero el periodismo en general en España está muy maltratado. Y el periodismo musical es el que menos interesa, de ahí que su espacio en la prensa sea cada vez menor. A pesar de que la música esté presente en nuestras vidas de una manera constante.
A estas alturas, por tanto, no me rasgo las vestiduras porque el fin de esta etapa está más que asumido. La música seguirá sonando y, bueno, esto es un relato personal, así que solo puedo mostrar agradecimiento y cierto orgullo por haber construido un proyecto con honestidad con gente profesional en la medida de las circunstancias y las posibilidades (esto lo pienso por lo poco que se valora a los fotógrafos en internet, por ejemplo, a pesar de una valía brutal y una dedicación tan talentosa como casi ignorada... apartado triste, sí).
Que nos quedemos sin Rolling Stone es una puta mierda, pero define perfectamente el momento que nos ha tocado vivir a todos: a los que nos dedicamos al periodismo musical y a los que supuestamente les interesa lo que hacemos.