Una vez más nos acercamos a Cieza para disfrutar de la floración. Aunque siempre merece la pena visitar la zona cuando sus campos están adornados por las flores multicolores de millones de árboles frutales, hay muchas otras cosas que ver, historias que conocer y delicias que comer. Incluso árboles antañones con leyenda. Hacemos muchas fotos de la floración por los alrededores de Cieza, aunque en esta ocasión dedicamos un tiempo a visitar ciertos árboles que también merecen atención, respeto y un dibujo. Las fotos quedan para acuarelas en casa, de forma más reposada y a tamaño poco manejable en el lugar de los hechos. No me gusta plantar un caballete en un bancal para pintar allí, que me he vuelto muy cómodo. En un cuaderno Fabriano de 15x23,5 cm, vertical, que abierto da una suoerficie de 23,5x30 cm, de buen papel, se hacen unosn dibujos con pluma estilográfica, tinta negra o marrón, indelebles, para colorearlos con acuarela posteriormente. También en cada uno de estos dibujos se cuenta por encima la historia o la leyenda de cada uno de estos monumentos. El primero de ellos, separándonos de la hermosa vereda que corre paralela al Segura, Cieza a la izquierda, nos acercamos a la Acequia de la Andelma, fuente de agua en árabe, para ver y dibujar la Olivera de los fantasmas o de el Algás. Una hermosura. Sus raíces beben de la acequia y parte del cuerppo del olivo está enterrado en ese ribazo húmedo y acogedor. En la otra parte del camino que pasa sobre la acequia crece una higuera también inmensa, aunque ahora sin hojas. Un cartel nos cuenta la historia y la leyenda de este olivo magnífico, cuyas ramas enormes dejan en el centro un hueco inquietante. Nos enteramos que esa olivera antaño escoltada por fantasmas se encuentra a unos 150 metros de unas cuevas donde en tiempos ejercían sus labores personas de moral distraída. Para evitar ser vistos y reconocidos por huertanos y vecinos, los clientes de esas casas de lenocinio se embozaban con capas o pañuelos, ocultando sus caras para sus expediciones nocturnas. Se decía que los que al encontrarlos se atrevieran a mirarlos a la cara eran metidos en el agujero central del olivo, no siendo vistos nunca más. Temible. Con tales sustos intentaban chocear a posibles testigos de sus deslices, siendo zona evitada por la atemorizada vecindad. Eso dice la leyenda, aunque dudo mucho que los habitantes de las inmediaciones, incluso de las lejanias de esta hermosa olivera, no supieran la clase de fantasmas que por allí pululaban, así como los negocios que allí les llevaban a horas intempestivas. El caso es que mucho tendría para contar este árbol si a hablar se decidiera. Pero la naturaleza nos gusta, entre otras cosas, porque no tiene opinión sobre nosotros.
También en Cieza, cruzando el Puente de los Nueve Ojos, sobre el Segura, que ahora viene lleno hasta los bordes, imagino que por aguas del trasvase desde el Tajo, pues poco ha llovido en los últimos meses, llegamos a una olmeda que ya se ve desde lejos. Se trata de la Olmeda de Maripinar compuesta por las dos filas de ejemplares inmensos que bordean la carretera. Con los troncos con banda blanca pintada para señalizar el camino en la noche, algo que hacía tiempo que no veia, estos olmos son, se nos cuenta, el conjunto de olmos comunes mejor conservados de Europa, de alguna forma inmunes a la grafiosis, lo que los convierte en un reservorio que permitiría repoblar otras zonas con ejemplares resistentes a esa enfermedad que acabó con casi todos los olmos de Europa, que antes nunca faltaban en plazas, caminos, riberas de los ríos y otros lugares. Convendría venir en otro momento en que estén con hoja, verde u otoñal. Se plantaron a la vez que se construyó ese puente de nueve ojos, con lo que sabemos que viven desde 1892-1899. Ya tenemos otra excusa para volver por Cieza.
Como otras veces, desde Cieza nos vamos al valle de Ricote. Ya dedicamos una entrada anterior del blog a este hermosísimo paraje, valle del que fueron expulsados los últimos moriscos, mediante un decreto especial. Dudo que todos se fueran, y más que otros tantos no volvieran. Ya Cervantes nos cuenta en El Quijote el encuentro de Sancho Panza con un vecino morisco, apodado Ricote, que regresaba a su aldea de incógnito. Como no es cuestión de repetir lo ya contado en esa entrada anterior, sobre el carácter volcánico de esta zona que nos lleva a Archena, con sus aguas termales, así como el aspecto norteafricano que hace tan característico el paisaje que rodea al Segura en su paso por el valle. Nos acercamos una vez más a saludar a la Olivera Gorda, hacerle más fotos y dibujarla. Está cambiada, más cuidada, recién pasada por la peluquería y su tronco y ramas colosales se ven mejor. Está recién regado y en las inmediaciones la huerta y sus árboles reciben las atenciones y mimos del dueño del bancal. Un cartel nos relata la historia, trufada de leyendas como suele ocurrir de esta olivera. Desde luego fue plantada por los árabes dada su edad, siempre menor de la que se les atribuye, pero increíble. Bajo sus ramas se coronó rey Ibn Hud, de la cora de Tudmir, que se acabó apoderando de casi todo Al-Andalús en disputa con los feroces alhomades. También se nos cuenta que a su sonbra los moros se rindieron a Jaime I, que siempre es mejor rendirse a la sombra que al sol. En un cartel se nos cuentas estas y otras cosas. Un visitante más leido que quien redadctó el cartel ha rascado la palabra "catalano", dejando sola la más verdadera "aragonesa" como gentilicio de la corona del tal Jaume. Como esta olivera es tan grande todavía puede alojar más leyendas, como la que afirma que los vecinos de Ojós, tratando de arrebatar a Ricote la imagen de su santo patrón, San Sebastián, cuando llegaron a la altura de este olivo, el peso que esos momentos adoptó hizo imposible seguir adelante con el impío secuestro. Ni las caballerías podían mover el carro con el santo. Hubo de ser devuelto a su domicilio habitual y, desde entonces, el aceite producido por esta olivera, es cedido a perpetuidad para alumbrar los candiles y candelas que iluminan al santo en esa capilla que se nego a abandonar, ayudado por esta olivera. En el Azus de Ojós, término de Blanca, cerca del túnel y del Salto de la Novia, de trágica leyenda que es fácil de adivinar, nos detenemos una vez más bajo el pino del Solvente, en el paraje del mismo nombre. Al lado hay una enorme higuera y el pino tiene unos 25 años. No es el auténtico pino a que se refiere la historia que el cartel nos cuenta. Ya se nos advierte que se plató simbólicamente uno que lo recordara, pues hace siglos que desapareció el enorme pino bajo el cual se reunian los mudéjares de todas las aljamas para acordar temas importantes para los vecinos del valle, como repartos y turnos de riegos, nombramiento de cargos públicos y otras cuestiones de interés para la comunidad. Tras 1492, se ven presionados a convertirse al cristianismo, especialmente después de 1613 cuando son expulsados los moriscos que se niegan a ello. Ya como, más o menos, cristianos, siguen reuniéndose para elegir alcaldes y debatir sus asuntos bajo ese emblemático pino. Es un buen sistio apra detenerse a almorzar o merendar si uno lleva con qué. En otro cuaderno, de papel kraft marrón, con lápices, pluma, acuarela y un poco de témpera blanca sola o mezclada, se hacen otros dibujos de cosas interesantes. En el anterior, una parada en la carretera bajo uno de esos olmos inmensos de la Olmeda de Maripinar.
En el siguiente, un eucaliptus hermosísimo al lado del puente sobre el Segura que ya hemos comentado al hablar de la Olmeda. Hay muchísimos eucaliptus en la comarca, algo que no me explico, dao el amor de estos árboles por chupar agua del suelo, hasta el punto de que se usasn para desecar zonas inundables. Sí me he enterado que hay uno en Sasntonera la Verde que fue el primero de ellos que llegó a España, pues las primeras semillas fueron traídas desde Oceanía, por el "evangelizador de Australia", el misionero gallego fray Rosendo Salvado, en la segunda mitad del XIX. Mala fama tienen estos árboles, pues se dice que secan las fuentes. Lo malo es que se dice con verdad, por lo que poco adecuado parece plantarlos aquí. Pero una vez plantados es un disparate, a mi escaso juicio talar, como se hizo en la mañana del 22 de noviembre de 2004 en El Palmar, con el eucalipto monumental de La Fábrica y todo el conjunto. Con cinco metros de diámetro era uno de los cinco mayores de la región. Era. Este que henos dibujado en Cieza ha tenido y tiene mejor suerte. Es una verdadera hermosura. En el valle de Ricote, muchas fotos y algunos dibujos en este cuaderno. Palmeras, frutales, naranjos, limoneros llenos de limones y de flores de azahar, que estós árboles nunca se cansan. Hay montones de cosas que pintar. Hasta un burro plácidamente ramoneando en la hierba fresca de una zona inmediarta al Azud de Ojós.
Como siempre hablamos de árboles, flores del campo, trinos de pajaritos y demás espiritualidades, pudiera parecer que no nos queda tiempo para otra cosa, que vivimos del aire, que somos san Frascisco de Asís y que nada nos interesan las cosas de intendencia y placeres de cerebro para abajo. Error. Ya hemos contado otras veces como hacemos acopio de miel cuando pasamos por lugares donde la producen buena, de quesos, de vinos, perniles o frituras de pescado del mar a la sartén. No somos de los que saben por qué no beben los vinos de las tabernas, ni mucho menos; ni siquiera hacemos ascos a los pacharanes ni a los whiskies de malta. En cada sitio hay que probar su vino, su queso, conocer su gastronomía y los primores de su cocina. Muy incompleto quedaría un viaje y el sesudo estudio de la historia y el ser del sitio que uno visita si se limita a museos y castillos, a árboles y a ríos. Siempre lo más importante son las personas que habitan el lugar que visitamos, que en definitiva ellos o sus antepasados son quienes han levantado todo lo anterior, los que han perdonado la vida, podan y riegan los árboles que tanto nos gustan, recogen las frutas que salen de las flores que pintamos, recolectan la miel, vendimian los majuelos, pescan los peces y crían los corderos que devoramos cuando toca. Es la gastronomía parte no menor en un viaje que quiera conocer un pueblo o un país. Para cubrir este apartado en una forma que esté a la altura de lo visto, tan hermoso, nos acercamos en Cieza al restaurante Tarradellas, con un sol Campsa. Teníamos buenas referencias de él, y lo conocimos porque su carta se decoró con algunas acuarelas mías sobre la floración y algún árbol emblemático de la ciudad y su entorno. Aparte de su generosa amabilidad, comprobamos que eso del sol Campsa y de los elogios que habíamos leído sobre sus fogones y trato se quedaban cortos con lo que allí probamos sentados en la barra. Su amistad y su cocina, llena de sabores que se realzan unos a otros, elegidos y guisados con mimo y sabiduría, presentados y servidos con arte y donde tampoco faltaban las flores. Un plato decorado con pensamientos da para comer y pensar. Excelente. Muchas gracias por vuestra amabilidad. Volveremos.